sábado, junio 07, 2025

HABLAR EN CRISTIANO

 

Dice el Diccionario de la Lengua Española que hablar en cristiano es «hablar en términos llanos y fácilmente comprensibles, o en la lengua que todos entienden». Como segunda acepción, dice que es «hablar en castellano». Le digo a Zalabardo que quizá sea una de esas expresiones que, por sus connotaciones despectivas ―como vestir como un gitano, engañar como a un chino, trabajar como un negro…― debiéramos evitar. Hay quien propone para sustituir hablar en cristiano usar hablar en plata o hablar de manera sencilla.

            El catedrático de la Universidad de Salamanca José Luis Herrero, en un estudio sobre el origen de la locución, señala que tal vez haya que remontarse al periodo comprendido entre los siglos VIII al X, cuando en la Península Ibérica coexistían las lenguas árabes, hebrea y latina. Pero en esta época, le digo a mi amigo, esa coexistencia era más pacífica de lo que se pueda pensar. Carlos Alvar y Jenaro Talens, en Locus amoenus, recogen una interesante antología de la poesía lírica que, a partir del siglo XII, ya fragmentado el latín en las diferentes lenguas romances, circulaba por la Península: el Cancionero de Ripoll, en latín goliárdico; las jarchas, en mozárabe ―aunque escritas en caracteres hebreos o árabes―; las cantigas gallegas; la poesía trovadoresca del  amor cortés, en catalano-provenzal y los cancioneros castellanos.



            No cabe mayor prueba de la multiculturalidad asumida de forma natural por todos los habitantes de lo que un día acabaría llamándose España. Habiendo alcanzado el castellano una situación de predominio, el rey Alfonso X (1221-1284) no tiene reparo en promover en Toledo la llamada Escuela de Traductores, para la que reunió lo más selecto de cada lengua con el fin de que los textos escritos en latín, árabe o hebreo fuesen trasladados a la lengua castellana. Sin embargo, a la hora de escribir poesía, no tuvo reparos en valerse de la lengua gallega.

            En los siglos XIV y XV comienzan a agudizarse los roces entre las diferentes culturas y, de modo especial, entre los cristianos y los judíos. Quizá fuese el momento en que se fue imponiendo eso de hablar en cristiano. José Luis García Remiro, también catedrático, pero de instituto, en un extenso trabajo de 2007 titulado De cómo la vida monástica impregnó el lenguaje del pueblo con formas de hablar y expresiones que todavía perduran en nuestro idioma, razona: «nuestra cultura popular discurrió durante siglos por los cauces de la comedia y el sermón. Desde el púlpito y desde el teatro llegaban al pueblo, junto con las ideas, muchas de las expresiones que luego circulaban por el idioma».

            Y desde el púlpito surgió hablar en cristiano. Se le unió, a la vez, una actitud etnocentrista: un grupo, los cristianos castellanos que van ocupando el territorio, piensa que la sociedad en su conjunto ha de interpretar la realidad de acuerdo con los propios parámetros culturales del grupo dominante. Entre esos parámetros está la idea de que su lengua ―el hablar en cristiano― era la forma de hablar más natural, la que todo el mundo debería usar. Cualquier otra ―hablar en algarabía, que era la lengua de los moriscos― debía ser rechazada.



            La historia de las lenguas no es algo tan simple como se cree. Pero prefiero para mi amigo una explicación menos compleja. Hacia los siglos XVI-XVII, una razón de prestigio hizo que muchos autores escogieran el castellano como lengua vehicular en detrimento de la lengua materna. Vemos bien esto que digo en el Diálogo de la lengua, de Juan de Valdés. En el siglo XIX hay un esfuerzo por recuperar y fortalecer las lenguas vernáculas no castellanas. Y en el XX, tras la guerra civil, la dictadura franquista recupera la vieja creencia etnocentrista de que solo una lengua es admisible y prohíbe el uso del resto de las lenguas españolas fuera del ámbito familiar. Incluso se reparten octavillas cuyo texto se resume en una idea parecida a esta consigna: «Sé patriota. Habla español». O sea, quien no hablaba castellano, que pasó a denominarse solamente español, no era patriota. Lo demás era pura algarabía, parloteo ininteligible.

            La Constitución de 1978 deshace en parte este entuerto y en su artículo 3 recoge que, aunque el castellano sea la lengua oficial del Estado, las demás lenguas españolas ―catalán, gallego, euskera y valenciano― serán también cooficiales en sus respectivos territorios y que la riqueza de este patrimonio lingüístico será objeto de especial respeto y protección. Un paso más se da en 2023. El 21 de septiembre se vota que todas las lenguas españolas puedan ser libremente utilizadas en el Congreso ―como ya se utilizaban en el Senado― y se habilite un sistema de traducción simultánea. Votan en contra PP, VOX y UPN. El 25 de septiembre de 2023 aparece recogido en el BOE el decreto.

            Muchos diputados ―que curiosamente destacan por condenar los nacionalismos― se aferran a un nacionalismo españolista y acogen la ley de muy mala gana. Es llamativo que, entre ellos, se cuenten muchos que tienen como lengua materna el catalán, el gallego, el euskera o el valenciano, aunque renieguen de ella. Pero la ley es la ley, por más que haya quien la desprecie.

            Le pido a Zalabardo que recuerde la Apología, de Antonio de Nebrija, autor de la primera Gramática de la lengua castellana. A principios del siglo XVI, Nebrija fue requerido por la Inquisición a causa de sus traducciones de textos bíblicos, que se juzgaban contrarias a la ortodoxia. En su defensa escribió un alegato que tituló Apología. Allí dice: «Quienes ignoran pueden alegar como causa de su desconocimiento la propia ignorancia de la que ellos mismos no han sido responsables». ¿Se puede eximir de responsabilidad a los diputados españoles que dan muestras de ignorar que todas las lenguas habladas en España son igualmente españolas y nadie puede limitar el derecho a que sean usadas? Claro que no. A sus señorías, por zoquetes que sean, hay que exigirles que conozcan bien la Constitución y las leyes que han sido discutidas y aprobadas en el propio Congreso.



            «¿Entonces ―me dice Zalabardo―, lo de Ayuso…?» Vaya por Dios. Quiero evitar dar nombres y me es imposible. Hoy viernes, mientras escribo esto, tiene lugar una Conferencia de Presidentes de Comunidades Autónomas. Pues bien, la señora Isabel Díaz Ayuso, Presidenta de la Comunidad de Madrid, cumple la amenaza que hizo ayer de que, si alguien emplea en sus intervenciones una lengua que no sea el español ―dice español y no castellano―, abandonará la reunión. Y ha abandonado la reunión cuando los Presidentes de Euskadi y de Cataluña han hablado en sus lenguas. Ella exige que se le hable en cristiano, porque todo lo demás es palabrería sin sentido y porque, en España no debe hablarse más que la lengua española. Y yo me pregunto: ¿acaso las otras lenguas no son españolas? A ella ―y a quienes como ella actúan―, no se les puede aplicar lo que decía Nebrija sobre ignorancias no responsables. Lo suyo no es ignorancia. Es irresponsabilidad, fanatismo, falta de educación y de respeto hacia quienes ostentan un cargo semejante al de ella. Si el presidente de su propio partido, gallego, empleara su lengua materna, ¿también reaccionaría de forma tan maleducada?

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