
martes, septiembre 30, 2008

jueves, septiembre 25, 2008

LA CENSURA
Me encuentro a Zalabardo medio abstraído, atento a la música que sale de la minicadena (ya no existe eso del tocadiscos, aquel entrañable picú de otras fechas) y no tengo que prestar demasiada atención para reconocer de inmediato la dulce voz de Gloria Lasso interpretando la canción Chiquillo. Me alarga un estuche-libro que lo aclara todo: Una historia de la censura musical en la Radio española, años 50 y 60. Bueno, aquella era una época en que la censura se cernía sobre todo: el cine, la música, la radio, los libros y poco después la televisión. Los funcionarios del Ministerio de Información y Turismo velaban por que nada pudiese dañar la estricta moral de los españolitos de la época. Quienes estéis ahora por debajo de los cuarenta difícilmente podréis imaginar qué era aquello. Las películas se clasificaban, según su grado de inocencia o peligrosidad, en 1 (niños hasta 14 años), 2 (jóvenes de 14 a 21 años), 3 (mayores de 21 años), 3R (mayores, con reparos; igual edad, pero con sólida formación moral) o 4 (gravemente peligrosa; no debe verse). Estas últimas ponían en pie de guerra a toda la clase biempensante de la localidad, empezando por los párrocos, que clamaban contra ellas desde el púlpito. Aún recuerdo el escándalo que en mi pueblo supuso el estreno de Arroz amargo, interpretada por la italiana Silvana Mangano.
Pero estábamos con la censura musical. No sé si alguna vez ha existido en un lugar alguien tan perseguido por la censura como Nat King Cole, aquel norteamericano que tuvo tanto éxito en nuestro país que tradujo gran parte de sus canciones a nuestra lengua. Pero los censores, duro y a la cabeza. ¡Qué pocas de sus canciones se libraron de pasar a engrosar la lista negra de la censura! Porque lo cierto es que existía una lista de lo que los veladores de la moral consideraban canciones prohibidas o, para utilizar un lenguaje menos duro, simplemente no radiables. A la cantante cubana Olga Guillot le censuraron Miénteme, porque en ella declaraba: Sé que mientes al besar, al decir te quiero; me conformo porque sé que pago mi maldad de ayer. Esas palabras no iban nada bien con la casta y remilgada mujer española. Hasta Lola Flores fue censurada al prohibírsele la rumba-bolero Mil besos, en la que afirma: si es pecado amarte, yo he de seguir pecando, ¿por qué lo he de negar? Hasta ahí podíamos llegar; encima de todo, ausencia de propósito de enmienda. Y al bueno de Manolo Escobar, siempre acompañado por sus hermanos, le tumbaron Calma ese fuego, muchacho, porque en ella contaba lo que decía ser una enfermedad suya, gustarle mucho las mujeres, hasta el punto de que cada vez que veía una se le escapaba la mano y solo se detenía cuando recibía una bofetada de la agredida.
El procedimiento era simple. Todas las emisoras estaban obligadas a entregar con anterioridad a su radiodifusión el guión de las emisiones acompañado de la relación de música prevista para emitir. Los censores devolvían ese guión con las correcciones pertinentes. Y a otra cosa, mariposa.
Parecería que con los años esta tendencia represiva ha ido decreciendo, que la sociedad se ha hecho más liberal y permisiva, pero a poco que miremos a nuestro alrededor nos daremos cuenta de que nada es así. Un caso muy reciente lo hemos tenido en Italia, donde el capricho de Berlusconi, amo casi absoluto de medios y distribuidoras, ha conseguido que se prohíba la película de Oliver Stone que iba a inaugurar el Festival de Cine de Roma. Razón: la película, titulada W, narra el proceso por el que George W. Bush pasa de ser un joven alcohólico a presidente de los Estados Unidos y eso no le ha gustado al mandatario italiano, admirador y amigo del presidente yanqui. Y hoy mismo he leído que el consejero de Cultura, Juventud y Deportes del Gobierno murciano ha decidido suprimir la actuación del provocativo cómico italiano Leo Bassi de un festival por ellos organizado.
Pero si la censura en sí es un hecho reprobable y contrario al más mínimo derecho de expresión y opinión, nada puede ser peor que la autocensura. Todos habréis oído o leído el caso de la editorial americana Random House, que ha cancelado la publicación de la novela La joya de la medina, de Sherry Jones, porque en ella se narra la historia de Mahoma y su tercera esposa Aixa, con la que casó cuando ella tenía solo nueve años o, según otras tradiciones, seis. La historia, por otra parte, está recogida en el propio Corán, pero los editores temen posibles reacciones violentas por parte de los islamistas radicales.
En fin, el cuento de nunca acabar. Lo peor del caso es que siempre nos quedamos sin saber quién controla a los controladores. Y, mientras escribo, veo que Zalabardo escucha atentamente una canción del conjunto músico-humorístico Los Xey, quienes, en la versión que hacen de la canción mejicana El gavilán pollero, se quejan: se llevó mi polla el gavilán pollero, la pollita que más quiero. Que me sirvan otra copa, cantinero; sin mi polla yo me muero. Naturalmente, tampoco se podía emitir.
martes, septiembre 23, 2008

SUFRIR COMO UN PERRO
jueves, septiembre 18, 2008

ANDUVO
Bien sabe Zalabardo que, aunque en ocasiones me cueste trabajo, quiero pensar que muchas de las erratas que aparecen en los medios escritos son consecuencia de descuidos a los que se les puede encontrar una razón que justifique su presencia. En otras ocasiones, sin embargo, se hace más difícil aceptar como fallo lo que no es más que un error flagrante.
Porque, también sabe esto Zalabardo, en ocasiones ocurre que hay personas que ocultan sus dudas o sus desconocimientos en una supuesta aceptación por parte de las autoridades lingüísticas y, cuando se habla de autoridad, dichas personas colocan a la Academia como garante de sus caprichosas conductas idiomáticas. Así, quién más quién menos se ha tenido que enfrentar a una pregunta del tipo ¿no es cierto que la Academia ha aceptado tal o cual forma?, ¿a que ya se puede decir tal otra cosa? Y a la pobre Academia, que será culpable de algún que otro desatino, pero no de aquellos que no son sino culpa nuestra, la cargamos con muchas de las barbaridades que circulan por ahí.
El comentario de hoy nace a propósito de que un colaborador del diario SUR, de Málaga, escribiera, hace unos meses, lo que sigue: qué tipo de justicia tenemos que ha permitido que un tipo de esta calaña andara suelto... Como su firma venía acompañada de una dirección electrónica, me dirigí a él, con buenas maneras, para llamarle la atención sobre la mala influencia que en el público lector tiene que en un periódico apareciesen formas como aquel *andara en lugar del correcto anduviera. Yo quería creer, en aquel momento, que se trataba, en efecto, de un lapsus y así calificó él su fallo en el escrito de contestación que me remitió. Utilizaba las mismas buenas maneras empleadas antes por mí y me pedía sinceras excusas. Pero yo no intentaba que nadie me presentara tales excusas, ¿quién soy yo para tal pretender tal cosa?; si acaso, debería haberse excusado con los lectores y eso, creo, no lo hizo.
Me dice Zalabardo que este error que hoy comento le recuerda un antiguo chiste. Le pido que me lo cuente y de verdad que es viejo: Un párroco debía pronunciar una homilía ante su feligresía, pero padecía una fuerte afonía y no podía hablar. Por ello, pidió al sacristán que subiese al púlpito y ocupase su lugar. El pobre sacristán trataba de zafarse porque, alegaba, era persona ignorante y no sabría qué decir. El párroco, para tranquilizarlo, le dijo: "Mira, yo estaré escondido detrás de ti y te iré soplando lo que hayas de decir; además, hoy toca la historia de Lázaro y es muy facilita". El sacristán aceptó y, llegado el momento, subió al púlpito y comenzó a repetir lo que el cura le apuntaba: "Lázaro estaba enfermo y sus hermanas mandaron recado a Jesucristo para que viniera pronto". Y el sacristán: "Lázaro estaba enfermo...". Seguía el párroco: "Cuando Cristo llegó a Betania, Lázaro ya había muerto". Y el sacristán: "Cuando Cristo llegó...". Total, que iba aquello tan bien que el sacristán estaba más animado a cada momento. Llegaron a eso de "Y Cristo le dijo: levántate y anda". Y el sacristán, por momentos más en su papel y dueño ya de la situación, decía con voz engolada: "Y Cristo le dijo: levántate y anda. Y Lázaro andó perfectamente". De inmediato, el párroco lo corrigió en voz baja: "Anduvo, idiota"; lo que el sacristán tomó como apunte y continuó: "Eso, eso, anduvo un poco idiota durante algunos días, pero luego andó perfectamente".
Esperemos que no haya muchos sacristanes de esta ralea entre quienes día a día se sirven del lenguaje en los medios de comunicación. Ojalá todos sean conscientes de su responsabilidad y de la influencia que ejercen, para bien y para mal, sobre tantas personas.
Lamentablemente es cierto que hay mucha gente, más de lo que parece, que tienen problemas con cuestiones tan simples, al menos para nosotros, que no para un extranjero, como determinados verbos irregulares. Yo he oído, y he visto escritas formas como *conducí, por conduje, *sedució, por sedujo o *entreteniera, por entretuviera. Y no creáis que en personas a las que hubiera que disculpar por razón de su escasa formación. Alguno fallos de estos que comento los he percibido incluso en personas con título que se dedican a la enseñanza. En todas partes cuecen habas.
lunes, septiembre 15, 2008
jueves, septiembre 11, 2008

ÍTACA
Una de las tareas que en estos últimos tiempos me he impuesto es la de llevar a cabo una limpieza, un expurgo, de mi biblioteca, pues como he comentado a veces con los compañeros no dispongo ya de lugar para colocar un nuevo volumen y estos se me van amontonando un poco sin orden ni concierto, con el consiguiente enfado de aquellas personas con quienes he de convivir y han de aguantarme. El escrutinio se hace difícil, pese a que Zalabardo me presta su ayuda; aunque no sé si esto es precisamente lo que lo dificulta, pues cuando no soy yo quien se resiste a eliminar un ejemplar es él quien pone pegas; y ya se sabe eso de que el uno por el otro, la casa sin barrer.
Así, examinando una antología de poemas de Constantino Cavafis, Zalabardo encuentra, concretamente entre aquellas páginas que recogen el poema Ítaca, un sobre de papel amarilleado por el tiempo. ¿Qué hay aquí?, me pregunta; y yo, que al instante he reconocido el sobre, le digo que lo abra. Dentro hay una reseca hoja de ficus con un texto escrito no en su haz, sino precisamente en el envés. Dice así el texto: "25-V-64. A Anastasio para que no se le olvide el día que estuvimos en el parque Mª Luisa estudiando 'libertad'. Con mucha simpatía Mª Isabel". Lo más curioso, como se podrá ver en la imagen, es que al final aparece la siguiente observación: "Esto ahora no tiene valor pero dentro de 3 ó 4 años (D.M.) gusta leerlo y verlo". Aunque me la sé de memoria, vuelvo a verla y a leerla, y le cuento a Zalabardo su historia, después de cuarenta y cuatro años de haber sido escrita. Pero, a decir verdad, cada cierto tiempo vuelvo a esta hoja, la saco, la observo y la leo. Tengo la costumbre de guardar muchos recuerdos similares a esta humilde hoja de árbol: una entrada de cine, el programa de una exposición, algún recorte de periódico, papeletas de examen de la facultad, un billete de tranvía... Y los tengo guardados de cualquier manera, en un libro, en un cajón, en una estantería; pero me resisto a deshacerme de ellos. A esta hoja, en concreto, le concedo un especial valor y no está guardada donde está por ningún capricho, aunque antes estuvo en otros lugares. En el poema de Cavafis que le da cobijo, entre otros, se pueden leer los versos que siguen: Ten siempre a Ítaca en tu mente. / Llegar allí es tu destino. / Mas no apresures nunca el viaje. / Mejor que dure muchos años.
Mi destino, mi Ítaca, el paraíso de mi niñez, adolescencia y primera juventud, perdidos ya niñez, adolescencia, juventud y paraíso, es Osuna, mi pueblo, y los dos años que pasé en la facultad de letras de Sevilla. Hasta allí llegué en compañía de mis amigos, compañía que aumentó con otras amistades nuevas. De allí, de Sevilla, ya no regresaría más a Osuna (mi familia cambió su residencia a Jaén) y, cuando luego hube de marchar a Granada para cursar la especialidad, ya el ambiente fue distinto y las amistades, necesariamente, de nuevo cuño. Atrás quedaron muchas amistades bruscamente interrumpidas que no han hallado continuidad ni sustitutivos: Maribel, que firma la hoja, entrañable compañera y hermana del que fue autor teatral de mediano renombre Alfonso Romero. Los dos, más María del Carmen Olid, hija del director del instituto en que habíamos hecho el bachillerato, estábamos aquella soleada mañana de mayo preparando en el sevillano Parque de Mª Luisa, aunque parezca mentira, un examen de filosofía, luchando contra aquel tocho que se nos hacía insoportable y cuyo autor era Antonio Millán Puelles.
Y atrás quedarían, junto a otros más, unos amigos cordiales a quienes no he olvidado nunca, ni siquiera en la lejanía y separados por el silencio: Pepe Zamora y José Manuel Ramírez, con quienes más sintonizaba, o Pepe Cayetano Navarro, por quien sentía una cierta pelusilla ya que siempre sacaba mejores notas que yo, y Manolo Galindo, a quien los frailes del colegio solían confiar los papeles protagonistas en las veladas teatrales del colegio, papeles que, en el fondo de mi alma, hubiese deseado interpretar yo. Y Mari Pepa Márquez, pizpireta y polvorilla como nadie más, o María Medina, hacia quien sentía un irrefrenable amor que ella, altiva, nunca correspondió, o Mercedes Montes, su prima, de quien luego supe que, desdichadamente, había fallecido a una edad relativamente temprana.
Han sido muchas las ocasiones en que he sentido el impulso de regresar para tratar de reanudar los hilos debilitados por el tiempo. Pero, al final, apartaba de mí la idea, porque, como dice Cavafis, es preferible el camino a la meta. El camino, el recuerdo, en mi caso, mantiene vivo y palpitante todo aquello de que hablo, sin miedo a desvanecerse o a debilitarse a causa del transcurrir temporal. El camino es la constante remembranza de aquella mañana de mayo, de aquella revista que editábamos sirviéndonos de una vieja y desvencijada multicopista, de aquellos paseos interminables por la Plaza de España en las largas tardes de verano, o las dilatadas veladas que pasábamos en la terraza del Casino, espacio de muchas conversaciones, confidencias e intercambio de sueños. Mientras camino, puedo recordarlos como eran, como éramos, eludiendo la degradación que sobre todas las cosas ejerce la edad. El camino es sed de vida. El día que alcancemos la meta, la jornada en que lleguemos ante las puertas de Ítaca, tal vez estemos arrojándonos en los brazos de la muerte.
lunes, septiembre 08, 2008

viernes, septiembre 05, 2008

CIEN
lunes, septiembre 01, 2008

PIEDRA BLANCA, PIEDRA NEGRA
En el capítulo X de la segunda parte del Quijote, en el momento en que Sancho finge volver de su embajada para buscar a Dulcinea, el caballero recibe a su escudero con las siguientes palabras: "¿Qué hay, Sancho amigo? ¿Podré señalar este día con piedra blanca o con negra?" Aludía con ello don Quijote a la vieja tradición romana de marcar en el calendario con una piedra blanca los días felices y con una negra los aciagos.
Hoy es día 1 de setiembre, lunes. En el instituto Pablo Picasso, como en cualquier otro, se comienzan a celebrar las pruebas para los alumnos calificados negativamente en junio; sin embargo, yo estoy aquí, en casa. Y es que ayer, día 31 de agosto, día final de las vacaciones, se cumplió también mi último día como profesor en activo; hoy es, pues, mi primer día como jubilado. Zalabardo, que venía dándole vueltas al asunto, como si no quisiera hacerlo, me pregunta qué sensaciones me envuelven. Titubeo y no sé responderle, pues, en principio, me asaltan dudas, como a don Quijote, acerca de qué piedra emplear para marcar esta fecha en el calendario, si blanca o negra. Solo que él estaba pendiente del resultado de la embajada y para mí todo está solucionado.
Desde que el curso anterior tomé la decisión de solicitar la jubilación voluntaria, varios compañeros, y el que más José María Bocanegra, me planteaban con frecuencia qué se sentía al verse uno ya en las puertas de la jubilación. Medio en serio y medio en broma, yo respondía a todos que alegría y tranquilidad. Alguno no terminaba de creérselo y casi todos daban por sentado que la jubilación debe producir desazón y tristeza en quien traspasa su umbral.
Recién obtenida la licenciatura en la Facultad de Letras de Granada, en 1968, di mi primera clase en el instituto de la localidad sevillana Lora del Río. En 1971 vine a Málaga y empecé a impartir clases en un centro privado, concretamente en el Colegio León XIII. En 1978, aprobé la oposición de ingreso en la enseñanza pública y gané la plaza de Fuengirola para, al año siguiente, trasladarme al Pablo Picasso. Hasta ayer. Si miramos atrás y hacemos cuentas, han pasado cuarenta años como profesor, a los que hay que restar el tiempo del servicio militar.
¿Podría alguien aguantar tantos años si la labor que se realiza no cubre sus aspiraciones? Por ello, puedo decir que en mi profesión he sido feliz hasta donde razonablemente una persona puede ser feliz con su trabajo. Me gustaba lo que hacía y lo hacía con la mejor disposición. Pero los tiempos han cambiado mucho; posiblemente más de lo deseable. Ya no es cuestión tan solo de que los alumnos estudien más o menos, sepan más o menos que los de otros tiempos. Es el entorno en que se desarrolla el trabajo de los docentes en los tiempos que corren lo que a mí más me iba afectando. Hubo épocas en que los profesores estábamos tratados dignamente. No digo que bien remunerados, que esa es otra cuestión. La sociedad, al menos, valoraba la tarea que los profesores llevaban a cabo, se nos respetaba. Ahora, en una sociedad en la que muchos valores han sufrido un fuerte vuelco, los profesores hemos perdido en gran parte el lugar que se nos asignaba y la nuestra se ha convertido, en cierto modo, en profesión de riesgo. Los menos culpables de este estado de cosa, pese a lo que se diga de ellos, los alumnos, que por principio y dicho en tono cariñoso, han de ser los enemigos naturales del profesor, ya que nosotros significamos la exigencia de algo que, aunque sea por razón de edad, a ellos les cuesta dar. Los más culpables, para mí, la propia administración educativa, que enfoca su labor más desde supuestos políticos y partidistas que educativos. Así, los planes y programas cambian de un día para otro en función del grupo que esté en el poder. Parece no importar que los alumnos estén bien preparados, lo que les preocupa es que no haya muchos suspensos. No buscan y estudian las causas del posible índice de fracaso escolar; se dictan medidas que disimulen dicho fracaso.
Varias veces le he dicho a Zalabardo que esta sensación de impotencia, de estar sumido en un sistema que no da los frutos apetecidos, esta falta de apoyo social e institucional es lo que me ha forzado a solicitar la jubilación voluntaria anticipada. Y ahora me siento ya liberado de una opresión que me ahogaba. Por eso no siento estar jubilado. Aunque, es indudable, dejo atrás muchísimos buenos recuerdos y entrañables afectos, muchos buenos momentos y muchas alegrías que provocan un raro pellizco interior. Ese sí es no es en que me veo inmerso es la causa de que no acierte con la piedra que debo usar para marcar el día de hoy, porque podría usarlas ambas.