lunes, octubre 24, 2011


ALLEGRO, MA NON TROPPO

    Si alguien realizara una encuesta acerca de cuál sea la noticia que mayor impacto ha causado desde hace muchos años a hoy, estoy seguro de que una inmensa mayoría, entre la que nos contamos Zalabardo y yo, coincidiría en que no es otra que la que se produjo la tarde del pasado jueves, día 20 de octubre: el anuncio por parte de ETA de su abandono de la lucha armada.
    Han tenido que pasar 53 años para que tal anuncio se haya producido. ETA nació en 1958 como consecuencia de la expulsión de unos miembros de las juventudes del PNV. En 1961 tuvo lugar su primera acción violenta y en 1968 llevó a cabo su primer atentado mortal, el del guardia civil José Ángel Pardines Arcay. Desde ese momento, un total de 829 víctimas mortales integran el macabro bagaje de la banda terrorista. A ellas hay que sumar el elevado número de heridos en atentados, el de empresarios chantajeados con el impuesto revolucionario, el de personas que han vivido amenazadas y sometidas al acompañamiento constante y necesario de escoltas y el ingente número de víctimas “colaterales”, si se puede llamar así al que conforman el conjunto de hijos, padres, hermanos y familiares de todos los anteriores.
    Por tanto, nada que objetar al anuncio del jueves. La noticia debe alegrarnos, sin duda. Pero tampoco hay que echar las campanas al vuelo antes de tiempo. Es Zalabardo quien me hace tal aviso y quien, tras oír el anuncio, me preguntó casi de forma inmediata: “¿Pero se disuelve la banda o no?; ¿y qué pasa con la entrega de las armas?; ¿y qué con la asunción de sus actos y la petición de perdón a sus víctimas?” La verdad es que no supe qué responderle.
    Así pues, que sea importante el anuncio del cese de la actividad armada y que podamos sentirnos felices por ello no evita que mantengamos la cabeza sobre los hombros y la necesaria frialdad antes de dar los pasos que a continuación haya que dar. ¿Habéis visto las reacciones que seguido al anuncio de la banda? Las hay de todos los colores, pero yo me quedo, y Zalabardo coincide conmigo, con las que sostienen que no debemos nada a ETA por el paso dado; con las que mantienen que aún es la banda quien sigue debiendo mucho a la sociedad española.
    Porque no debemos olvidar que ETA ha dado ese paso, sobre todo, debido a la situación de debilidad en que se encontraba como consecuencia del acoso policial a que se había visto sometida tanto en España como en Francia. Como tampoco se debe olvidar que es lícito pensar que con el paso dado la banda pretenda conseguir unas contraprestaciones políticas que no han podido arrancar con el terror.
    Que la democracia debe ser generosa con los delincuentes que muestran arrepentimiento es principio que no se discute, pues la función capital del sistema debe ser reinsertar a los miembros que le hacen daño, aunque este sea grave y doloroso, y no buscar la venganza. Pero, primero, hay que cerciorarse de que estos miembros muestran su arrepentimiento e intención sincera de reparar, en la medida de lo posible, el daño causado. Luego, ya se verá qué se hace con los presos y cómo se facilita a su brazo político la participación en el juego democrático.
    Por eso no hay que ser rápidos en exceso en nuestra reacción a su anuncio. No hay que precipitarse en abrir los brazos como si aquí no hubiera pasado nada, pues lo cierto es que ha pasado mucho y durante mucho tiempo. Que no nos volvamos a equivocar. “¿Y cuándo nos hemos equivocado?”, me pregunta Zalabardo. Entonces le recuerdo que, cuando ETA nació, mucha gente en España vio, vimos, su aparición con simpatía, porque, románticamente, considerábamos a sus miembros héroes que luchaban contra la dictadura franquista. Lo malo es que, ellos, pronto darían muestras de considerar que no había más razón que la suya. Aquello no supo verse a tiempo. Y, cuando tuvieron ocasión de abandonar la lucha armada y sumarse al juego democrático, optaron por seguir defendiendo que no había, para ellos, otra senda que no fuera la del terror.
    Como podemos equivocarnos al juzgar y tratar los movimientos que se están dando en muchos países árabes en contra de las dictaduras que los gobiernan. Es lícito luchar contra las tiranías y las dictaduras. Pero no hay nada que justifique la pérdida de nuestra dignidad en tales luchas. Ni nada que justifique que despojemos de su dignidad a los adversarios. ¿Habéis visto las imágenes de la muerte de Gadafi, coincidentes con el anuncio de ETA? ¿No creéis que son muestra de una salvajada que no debiera quedar impune?
    Por todas estas cosas así creo que no hay que ser demasiado rápidos en la valoración de los hechos, que los pasos se deben dar a su debido tiempo. Hacer otra cosa es actuar solo según y conforme interesa al beneficio político que podamos obtener de ello. Y de eso también tenemos suficientes muestras en nuestro país.

lunes, octubre 17, 2011


ERRATAS Y ERRORES

    Suelo leer con atención la sección de la Defensora del lector del diario El País porque en ella se recogen las quejas de los lectores y, al propio tiempo, se observa cómo el diario asume dichas quejas y hace autocrítica de sus errores. También yo me he dirigido en ocasiones a dicha sección y debo reconocer que siempre he recibido atenta respuesta y, cuando he tenido razón en mi queja, alguna vez, adecuada acogida a mi propuesta.
    Dos de los más recientes artículos de la Defensora iban dirigidos a comentar las quejas acumuladas durante el verano, cuando la sección estaba cerrada. La mayor parte de quejas se referían a cuestiones ortográficas, aunque otras muchas apuntaban a errores de conceptos y a otros de diferente tipo. Llama la atención que un periódico que se considera el más prestigioso de la prensa española incurra en los errores reconocidos y aceptados, que no justificados, por la Defensora: constantes confusiones entre a (preposición) y ha (verbo), barbaridades del tipo hacabar, no hacer diferencia entre astrología y astronomía, confundir el billion de los Estados Unidos (mil millones) con nuestro billón (un millón de millones). En fin, no quiero seguir, pues pienso que habéis leído los artículos a los que me refiero.
    Lo que me interesa es destacar la frase con la que la Defensora da fin al primero de estos artículos. Dice así: Todo apunta a que hay un problema de exigencia individual, un problema de supervisión y también un problema de formación. Parece muy fuerte esto último, porque apunta a que no todos son errores coyunturales (erratas más o menos disculpables) sino, en algunos casos, falta de conocimiento, formación deficiente de quienes, se piensa, deberían ser fieles cuidadores del lenguaje.
    ¿Tiene razón la Defensora del lector del diario El País? No tengo una opinión definitiva al respecto, pero, le digo a Zalabardo, a veces me asalta la impresión de que es verdad que vivimos tiempos en que la formación lingüística de quienes se supone que la tienen (los universitarios, por ejemplo) es bastante deficiente. A lo mejor sucede que los profesores, me incluyo entre ellos, nos preocupamos por que sepan mucha sintaxis, pero descuidamos que dominen una correcta ortografía y se expresen con un adecuado estilo.
    Sobre esto hablaba con Zalabardo (¿es que no hay temas de conversación más amenos?) mientras realizábamos nuestra diaria caminata cuando, llegábamos ya al Puerto de la Torre, mi buen Zalabardo me cogió del brazo y apuntó con su dedo hacia una furgoneta municipal aparcada junto a la acera. “Ya que hablas de ortografía”, me dijo, “¿qué te parece eso?”
    “Eso” era el rótulo que lucía en el lateral del vehículo (blanco, limpio y nuevo) de nuestro Ayuntamiento. En su puerta delantera, muy bien rotulado en un agradable tono azul, se leía: Málaga. ½ Ambiente y Jardines. Así, tal cual. ¿Cuántos errores, barbaridades, se dan en dicho rótulo? Parto de que la culpa, me parece claro, no es de quien hizo materialmente el rótulo, del rotulista (que a lo mejor también), sino de quien lo encargó, de quien ordenó que se hiciera y dio el visto bueno a lo hecho, que debe ser alguien a quien se supone mayor conocimiento y que fue, supuestamente también, quien proporcionó el modelo. Cuando me encuentro un error de este tipo recuerdo lo que me decía José A. Garrido sobre la dureza de la crítica y me contengo. Pero me aceptaréis que tiene delito la cosa.
    Por lo pronto, el rótulo incurre en dos errores graves: uno, formal, usar la fracción ½ en lugar de la palabra medio; y otro, de concepto, confundir un sustantivo con un adjetivo numeral. Vamos por partes. La Ortografía de la Academia deja claro que las entidades abstractas denominadas números pueden ser representadas gráficamente de dos maneras: mediante símbolos o cifras, lo que constituye un lenguaje formal, o mediante palabras (llamadas numerales) y entonces pasan a formar parte de cualquiera de los lenguajes naturales. Los numerales, como palabras, constituyen un subconjunto del léxico de una lengua, por lo que su escritura debe atenerse a las normas ortográficas de cada lengua. Entre ellas, ser escritos con letras.
    El segundo de los errores no sé si es más grave, pues se ha confundido un adjetivo con un sustantivo y un significado con otro. En efecto, medio, adjetivo numeral, significa ‘igual a la mitad de algo’ y así decimos medio queso, media paga, etc. En esto, coincide con la fracción ½. Pero resulta que medio, como sustantivo, significa, entre otras cosas ‘conjunto de circunstancias o condiciones exteriores a un ser vivo que influyen en su desarrollo y en sus actividades’, que es a lo que están destinados quienes hacen uso del  vehículo en cuestión. Y la locución medio ambiente es tan usada en nuestro tiempo que incluso el Diccionario panhispánico de dudas aconseja que se adopte la forma medioambiente.
    Me pregunta Zalabardo si tendría sentido dirigirnos al Ayuntamiento denunciando el rótulo. Yo, que soy más escéptico que él, le respondo si cree que valdría la pena. Y como él no lo tiene muy claro, la cosa se queda así. Por tanto, optamos por seguir paseando, que parece más provechoso.

martes, octubre 11, 2011


TORNÁRSELE EL SUEÑO AL PERRO

    Esta mañana, mientras paseábamos disfrutando de uno más de los días de este cálido otoño que nos ha tocado y hablábamos de lo divino y de lo humano, pero sobre todo de cómo está el país a causa de la feroz crisis que nos sobrevuela y nos lanza dentelladas por todos los costados, Zalabardo me dijo: ¿No crees que en este país a más de uno se le ha tornado el sueño del perro?
    Como notó que lo miraba con gesto de no entender, se paró en mitad de la acera y mirándome un poco con cara de chufa me soltó: ¿Tú presumes de conocer el Tesoro de Covarrubias e ignoras una expresión cuyo origen y sentido fue él el primero en comentar? Tornarse el sueño del perro viene a significar lo mismo que ‘descomponerse el logro de alguna pretensión o utilidad que ya se tenía consentido según los medios estaban puestos’. El conquense explica el origen del dicho de la siguiente manera: Soñaba un perro que estaba comiendo un pedazo de carne, y daba muchas dentelladas y algunos aullidos sordos de contento; el amo, viéndole desta manera, tomó un palo y diole muchos palos, hasta que despertó y se halló en blanco y apaleado.
    Le insinué que aún no sabía a dónde quería llegar. Entonces él, armándose de paciencia, que eso sí debo reconocer que tiene, guardó un momento de silencio, como si pensara lo que iba a decirme o cómo me lo diría, hasta que retomó la palabra: ¿Has observado, decía, qué aspectos destacan en sus promesas cara a las próximas elecciones tanto Rubalcaba como Rajoy? Este habla de suprimir duplicidades de competencias, de conseguir una Administración más ágil y menos numerosa. “Una Administración, una competencia”, creo que ha llegado a decir. Aquel, para no ser menos, habla de reducir el número de diputados, de senadores y de concejales. De “adelgazar la Administración” según ha dicho en una de sus últimas intervenciones. A buenas horas, mangas verdes, diría alguien políticamente correcto. O, como lo diría yo, por fin se dan cuenta de que son demasiados los que chupan del bote, llámense comisiones o cualquier otro nombre.
    Lo interrumpo y le digo que me parece muy duro, y no sé si hasta injusto, eso de chupar del bote. ¿Tú crees que no es así?, me replica. Y sigue: ¿Tú no has reparado en la alegría y desenfado con que se han venido tomando muchas decisiones? Que tú perteneces a mi partido, eres amigacho mío y, además, te debo un favor. No te preocupes, creo un cargo para ti y ya está todo arreglado. Si, de todas formas, no lo pago yo, sino el Estado, la Comunidad o el Municipio. Que hay que conseguir que la gente nos vote en las próximas elecciones. Eso tiene solución, se construye un polideportivo que nunca se usará porque en el pueblo somos pocos, o no tenemos equipo, o, simplemente, el deporte nos importa un pimiento. O pagamos autobuses para que los pensionistas del pueblo acudan como público a los programas de Juan y Medio.
    Así vemos cómo muchas comunidades y municipios vivían sumidos en un sueño de abundancia y, siendo además que los dineros no eran suyos, los malgastaban en proyectos más de una vez inútiles, creyendo que el capital nunca se acabaría, hasta que ha llegado el famoso tío Paco de las rebajas, el amo del perro, los bancos, los mercados (¿qué y quiénes serán los mercados y dónde podríamos pillarlos para darles una buena colleja?) y los han despertado de mala manera, haciéndoles ver que lo que creían abundancia no es ahora sino carestía y penuria, que su gestión de los fondos públicos era más propia de irresponsables cigarras que de laboriosas hormigas. Y recordados (como decía Manrique por despertados) del sueño, todos piden ayuda para salir del pozo que ellos mismos se han cavado. O sea, que el sueño se les ha tornado pesadilla. ¿Quieres un ejemplo cercano? Hoy mismo, esta mañana, lo trae la prensa. El Ayuntamiento de Vélez-Málaga paraliza el tranvía que puso en marcha hace cinco años, y que supuso un gasto inicial superior a los 30 millones, porque entre ausencia de viajeros, averías, descarrilamientos y otras zarandajas genera un déficit anual de casi un millón de euros que el Ayuntamiento, que reconoce una deuda de 110 millones, no puede pagar y la Junta de Andalucía se niega a asumir.
    Zalabardo había cogido carrerilla y seguía con su discurso: Como consecuencia de esa mala gestión, ayuntamientos y comunidades no pagan a los proveedores, los proveedores se empobrecen y acaban en la ruina, las empresas cierran y los trabajadores van al paro. Y ahí estamos. Mientras tanto, PSOE y PP, casi con nocturnidad y alevosía, van y nos cambian la Constitución creídos en que eso resolverá el mal que solos ellos han causado. Y Zapatero, aquí te pillo aquí te mato, con la anuencia de Rajoy, va y nos mete en el escudo antimisiles de los EEUU. Así que no nos queda otra opción que rogar para que la crisis comience pronto a remitir y no nos cause más daño del que nos ha causado ya.
    Tras esto, se calló y yo no tuve el valor de responderle nada. Sé que los argumentos de Zalabardo se pueden combatir, que sus planteamientos a veces son algo simplistas, pero prefiero no decirle nada. Seguimos andando y solo al cabo de un rato me volví hacia él y le dije: Pues sí, me parece que se nos ha tornado el sueño del perro.

lunes, octubre 03, 2011

 
DICCIONARIOS

    En 1613 murió Sebastián de Covarrubias, lexicógrafo, capellán de Felipe II y canónigo de la catedral de Cuenca. Dos años antes, 1611, cumplimos ahora, pues, su cuarto centenario, publicó la obra que daría fama a su nombre, el Tesoro de la Lengua Castellana o Española, que a juicio de los entendidos es el mejor diccionario de nuestra lengua hasta la aparición del Diccionario de Autoridades, de la RAE.
    El Tesoro es una obra magna que no solo fue pionera sino que, en algunos aspectos, no ha sido igualada. Siendo un diccionario en el sentido usual del término, también es diccionario etimológico y, también,  enciclopedia.
    Zalabardo, que es sabedor del valor que yo concedo a los diccionarios de toda índole, sin empacho puedo decir que dispongo de una veintena larga de obras de esta naturaleza, puede dar fe del aprecio que siento hacia el de Covarrubias y de cómo son abundantes las ocasiones en que lo consulto. Bien es verdad que este libro del que hablamos adolece de errores que en ocasiones son de bulto, especialmente en lo que atañe a las etimologías, o de simplicidad en la parte enciclopédica. Pero hemos de pensar que su autor no solo fue un pionero en estas lides, sino que carecía de los medios de documentación de que hoy podemos valernos, lo que centuplicaba, no creo exagerar, su trabajo.
    Me pregunta Zalabardo si este tipo de obras tienen sentido en nuestra época, marcada por los avances que supone Internet. Cualquier palabra que desconozcamos, cualquier consulta que deseemos realizar nos puede quedar resuelta con un solo clic.
    Los diccionarios en línea parecen querer desplazar a los de papel. Aquellas enciclopedias que no hace mucho tiempo eran piezas imprescindibles en los salones de nuestras casas han devenido objetos obsoletos. El DRAE va siendo inmediatamente corregido y modificado en su versión en línea, por lo que sobrepasa a cualquiera de las ediciones que de él poseamos. El Dirae (Diccionario inverso del diccionario de la RAE) carece de edición en papel y solo es posible su consulta en línea. Igual acontece con el CREA (Corpus de Referencia del Español Actual). Y estos que cito son solo algunos ejemplos.
    ¿No prueba esto —me vuelve a interrogar Zalabardo— la inutilidad del espacio que concedemos en nuestras estanterías a los diccionarios en papel? Muchos piensan que sí, le respondo, pero yo no solo no lo tengo seguro sino que me rebelo contra quienes tal cosa mantienen. Miro ahora mismo a mi alrededor y compruebo que, al alcance de mi mano, tengo el DRAE, el Panhispánico de Dudas y uno de sinónimos y antónimos. Y que muy cerca me quedan también el de Seco, el de María Moliner, el de Americanismos, el de Casares y algunos más. Y, aunque Internet pueda dar respuesta a mis dudas, lo cierto es que aún sigo echando mano de los diccionarios de papel.
    Por eso creo, le digo a Zalabardo, que debemos celebrar los cuatrocientos años del Tesoro de Covarrubias. Y que no está de más, siquiera sea de vez en vez, pasar la vista por sus hojas. Aunque nos topemos con errores y simplezas. Porque, junto a ellos, también nos encontraremos con ejemplos de alto valor etnográfico. Como en el artículo recogido bajo el término colada: la lejía que se hace para limpiar los paños de lienzo. Díjose así porque se componen dentro de un vaso agujereado o de una cesta de mimbres por donde la lejía, que es el agua que ha hervido con ceniza, se cuela y lleva tras sí todo lo sucio de los trapos. Por esta mesma razón se llamó bogada, de bugo, que vale horado, de donde se dijo abujero, y corruptamente agujero.
    Zalabardo se ríe porque, como yo, aún recuerda que, siendo niños, ese era el único tipo de coladas que conocíamos. Y también se ríe de que, un poco antes, comentando el término aguja, el canónigo de Cuenca había dicho: De aguja se dijo agujero, el hueco que se hace con ella y cualquier otro claro que se haga en pared, en madera, en piedra, en paño, etc., como claree y dé lugar a la luz y a la vista.
    ¿Falta de firmeza de criterio en la elaboración? Ya lo decía antes: los métodos de trabajo eran diferentes y la tarea de corrección resultaba más difícil, lo que explica contradicciones como la del ejemplo. No obstante, después de cuatrocientos años, la obra de Covarrubias sigue mereciendo todos los elogios.

lunes, septiembre 26, 2011


ALGO MÁS SOBRE ANTROPÓNIMOS Y TOPÓNIMOS  


    Numerosas son las veces que he discutido con Zalabardo acerca de la necesidad o no de volver sobre asuntos ya tratados anteriormente en esta Agenda. Él me dice que son ya tantos los apuntes recogidos que siempre habrá alguien que se haya perdido alguno de ellos, razón que justifica la repetición. Y yo le digo a él que, primero, habría que saber cuántas personas leen estos apuntes si es que queda alguno de los antiguos lectores; y, segundo, que es muy discutible la fuerza o autoridad que yo pueda tener para que los lectores residuales que queden se sientan empujados a seguir lo que aquí se sugiere o, simplemente, interesados en ello.
    Cuando le digo esto, Zalabardo me responde que no me ha cedido su Agenda para que me ande con remilgos sobre quién me lee y quién no, sino para que difunda cuestiones relativas a usos lingüísticos que pudieran tener algún interés. Después, pasará como en la parábola evangélica: que parte de esta semilla lanzada caerá en tierra baldía o en duros caminos y se perderá; pero que la que caiga en tierra labrada producirá por toda. Porque, sentencia para acabar, lo hecho estará hecho por siempre.
    Todo esto ha venido a cuento porque él me sugería que valdría la pena hablar sobre la traducción de los nombres extranjeros y sobre los topónimos españoles en lengua vernácula. Yo le contesté que eso ya había sido tratado y alguien me podría acusar de pesado y reiterativo. Pero Zalabardo, que, según sabéis, es un martillo pilón cuando le interesa, sigue erre que erre con el tema.
    En fin, vamos allá. Y todo es porque un día solicitó mi opinión sobre quiénes tenían razón, los que sostenían que la nuera del príncipe Carlos de Inglaterra debería ser llamada Catalina, o los que se oponían y la seguían llamando Kate o Catherine. En esta polémica, había quien argumentaba, defendiendo la segunda opción, que no existía mayor ridiculez que la imaginar a los ingleses llamando John Charles a nuestro rey. Ante tan irrebatible argumento, cedo y le contesto.
    Pero la cuestión no es tanto cómo actúan los ingleses o qué pueda ser más correcto. La cuestión es esta otra: ¿cuál ha sido la postura tradicional de nuestra lengua? Pues muy clara: desde siempre, que es como decir desde el siglo XIV aproximadamente, nuestra lengua tendía a hispanizar todos los nombres de personajes extranjeros de alguna relevancia. Ejemplo de ello tenemos en Tomás Moro, Martín Lutero o Juana de Arco. No digamos ya respecto a aquellos nombres propios de lenguas que tenían alfabeto no latino, como Avicena por Ibn Sinna o Confucio, en lugar de Kung Fu-Tzu. Incluso se españolizaban nombres que hoy han caído en desuso, como Juan Gutembergo.
    El tiempo, que lo cambia todo, también ha tenido efecto en esto y parece que ya no es tan firme ese comportamiento. Por ello, si leemos la nueva Ortografía de la lengua española, hallamos que, en la actualidad, solo deben hispanizarse los siguientes antropónimos: 1. El nombre que adopta un papa para su pontificado, aunque no su nombre seglar: Juan XXIII (sin embargo, nos encontramos con que al papa actual lo llamamos Benedicto y no Benito, como correspondería). 2. Los nombres de los miembros de las casas reales: Gustavo de Suecia (pese a que es común decir Harald de Noruega) 3. Los nombres de santos, personajes bíblicos y personajes históricos célebres: san Juan Bautista, Nicolás Copérnico. 4. Los nombres de indios norteamericanos: Toro Sentado, Caballo Loco. 5. Los nombres propios motivados, como apodos o apelativos y sobrenombres de personajes históricos: Iván el Terrible, Catalina la Grande.
    ¿Y qué pasa con los topónimos, es decir, los nombres de lugar? En principio diríamos que el comportamiento ha sido idéntico. En España siempre se dijo Mastrique para lo que hoy no aparece sino como Maastricht, como se dijo Maguncia en lugar de Mainz o Trebisonda, o Trapisonda, en lugar de Trabzon. O aun hoy decimos Bombay y no Mumbaí, o Costa de Marfil en lugar de Côte d’Ivoire. Incluso hay casos sangrantes. En la actual edición de la Liga de Campeones, ha entrado un equipo checo que la prensa menciona como Viktoria de Plzen. ¿Es que quienes esto escriben no saben que esa ciudad ha sido siempre conocida en nuestro país como Pilsen, famoso centro cervecero que incluso ha dado su nombre a un determinado proceso de elaboración de tal bebida?
    Pero, y ahí parece que es es donde Zalabardo quiere pillarme o, al menos, ponerme en trance de que me pille el toro, ¿qué pasa con los nombres españoles procedentes de una lengua vernácula? Si decimos Londres y no London, ¿por qué habremos de decir Lleida en lugar de Lérida o Gasteiz en lugar de Vitoria? Ya sé que aquí juega tanto, o más por desgracia, la política como la lengua. Por eso, y porque quiero ser claro en esta cuestión, opto por leerle el párrafo que a tal dilema dedica la Ortografía (pág. 642): … en España, muchos topónimos de las zonas bilingües cuentan con dos formas, una perteneciente a la lengua española y otra perteneciente a la lengua autonómica cooficial. Lo natural es que los hablantes seleccionen una u otra en función de la lengua en la que estén elaborando el discurso. En consecuencia, los hispanohablantes pueden emplear, siempre que exista, la forma española de estos nombres geográficos, y transferir aquellos topónimos que posean una expresión única, catalana, gallega o vasca.
    ¿Cómo hay que interpretar eso? Para mí, le digo a Zalabardo, la cuestión es muy fácil: si, como afirma el texto académico, elaboramos un discurso en castellano, habremos de decir, sin ninguna clase de prejuicio ni complejo, Gerona, Lérida, Tarrasa, Orense, Vitoria o Fuenterrabía (en lugar de Girona, Lleida, Terrassa, Ourense, Gasteiz u Hondarribia) porque son las formas tradicionales en nuestra lengua, mientras que, en cualquier caso, utilizaremos las formas Puigcerdà o Basauri, que son las únicas utilizadas desde siempre.
    Lo anterior es, le digo a Zalabardo, la norma. Pero, como estoy harto de repetir, el uso va a su aire y, como se dice de los del Señor, sus caminos son inescrutables.

lunes, septiembre 19, 2011

                                                                                             Artificio de Juanelo

PALABRAS COMODÍN

    En un tiempo en que parece valorarse más que otra cosa la polivalencia (que algunos, erróneamente, llamarán versatilidad), deberíamos reconocer que tal polivalencia no se aviene demasiado con el lenguaje. Discutíamos hace unos días Zalabardo y yo acerca de si la pobreza léxica es algo de nuestros días o viene arrastrando desde tiempo atrás. La verdad es que, aunque nuestros criterios diferían alguna vez, en el fondo estábamos bastante de acuerdo. En un momento de la charla salió a relucir la expresión palabras comodín y él me preguntó qué quería indicar con ella. Y como yo suelo guardar muchos textos que pueden interesarme en algún momento, rebusqué entre mis recortes y saqué uno que le di a leer.
    Era un fragmento de una carta al director que enviaba a un periódico el excanciller mexicano y profesor de la Universidades de Nueva York y de la Autónoma Nacional de México Jorge Castañeda en donde podía leerse: Jamás le pedí dinero, ni me lo dio; jamás le pedí favores, ni me los hizo; jamás le pedí servicios o negocios, ni me los brindó. No hay duda de que la oración está construida con un absoluto cuidado del estilo. Se construye una correlación pedir-dar en la frase; pero así como en el primer elemento se repite siempre pedir, lo que aporta fuerza, en el segundo se ha escogido cada vez un verbo diferente, lo que aporta calidad, aparte de ser más apropiado: el dinero se da, pero el favor se hace o se concede, así como los servicios se brindan o se ofrecen.
    Si hubiésemos optado por valernos cada vez el verbo dar, no solo estaríamos escribiendo una frase estilísticamente defectuosa sino que estaríamos utilizando una palabra comodín, que es aquella que, de tanto emplearla en lugar de otras más precisas, acaba por vaciarse de significado.
    Y trato de ponerle un ejemplo tan fácil como el siguiente: si a un grupo de personas solicitamos que nos aclare qué es un berbiquí, un bisturí, un microscopio o la maquinaria que ideó Juanelo para subir las aguas del Tajo hasta la ciudad, observaremos que un elevado número de ellas contestará que cada palabra designa ‘algo o una cosa que sirve para…’. De esta manera, tenemos que algo y cosa se han convertido en palabras comodín, ya que cosa, por coger uno de los términos, tiene un significado excesivamente genérico y no define con precisión ninguno de los objetos que solicitamos.
    ¿Y es incorrecto emplear palabras comodín?, me ataja Zalabardo. Ni mucho menos, aunque sí debemos afirmar que se trata de un vicio y de que es síntoma de pobreza léxica y de estilo poco elegante; vicio, por otra parte, muy extendido en nuestros días.
    La pobreza léxica debe ser combatida y desterrada y nadie debería alcanzar los niveles universitarios en sus estudios adoleciendo de ella. Sin embargo, la realidad es que cada vez resulta más acentuada esta carencia de un léxico suficiente, no ya en universitarios, sino en profesionales de toda clase. Quiero recordar que hace años, aún ejercía yo mi función de profesor, era costumbre plantear a los alumnos que terminaban ya sus estudios medios y aspiraban a ser universitarios ejercicios de léxico como el que comento. Se les pedía que emparejasen las palabras utilizadas más arriba, por seguir con el mismo ejemplo, con estas otras: aparato, artificio, herramienta e instrumento. Con ello se les hacía pensar y tener en cuenta que no siempre los aparentes sinónimos son del todo equivalentes. Ignoro si se siguen practicando ejercicios de esta naturaleza.
    Y es que la maquinaria que inventó Juanelo es un artificio porque (cojo todas las definiciones del Diccionario de María Moliner) es ‘un dispositivo o procedimiento ingenioso o hábil para conseguir cierto efecto’; el berbiquí es una herramienta porque es ‘un objeto, generalmente de hierro, que sirve para realizar un trabajo manual’; el bisturí es un instrumento porque es ‘un objeto simple o formado por varias piezas, que se utiliza con las manos para ejecutar trabajos más delicados que los que se ejecutan con los útiles llamados herramientas’ y, por fin, el microscopio es un aparato porque es ‘un utensilio, de menor tamaño que los llamados máquinas, formado por diversas piezas ajustadas unas con otras, con o sin mecanismo’.
    El campo de las palabras comodín es muy vasto, le aclaro a Zalabardo, y se nos muestra cada vez que repetimos verbos excesivamente polisémicos (haber, hacer, tener, ser…) o sustantivos del tipo cosa, cuestión, tema y semejantes.
    La pobreza léxica se corrige, le digo, leyendo y, por supuesto, manejando los diferentes diccionarios de que podemos valernos. También hay otros libros que nos ayudan en la tarea. Uno de ellos es el Manual de español correcto de Leonardo Gómez Torrego. En el volumen segundo, en el capítulo sobre cuestiones de estilo, hallamos algunas páginas con consejos útiles. En ellas podemos ver ejemplos como los que siguen: que mejor que hacer una película es rodarla, que las preguntas se formulan mejor que se hacen, que si bien se puede hacer un daño, es más propio decir que se inflige, o que las faltas se cometen y las estatuas se esculpen en lugar de que hacerse. O que en lugar de decir tener un cargo o tener una actividad queda mejor decir que el cargo se desempeña y la actividad  se desarrolla. O que quien tiene una enfermedad la padece. Y así, quedaría mejor decir que una firma se estampa en lugar de se pone, igual que es mejor decir que corren rumores en lugar de hay rumores. Y, de esta misma forma, cuando asociamos decir a secreto, verdad, juicio, ideas, etc., queda mejor afirmar que los secretos se revelan, las verdades se manifiestan, en los juicios se declara o las ideas se exponen.
    Podría seguir dando ejemplos, pero Zalabardo dice que ya ha entendido bien qué sea una palabra comodín y que si bien lo poco se agradece, lo mucho empacha. Y como entiendo su indirecta, opto por callar, que en boca cerrada no entran moscas.

lunes, septiembre 12, 2011




BOCA A BOCA

    El verano, lo vemos por las temperaturas que padecemos, no ha concluido aún, pero me dice Zalabardo que ya está bien de descanso y que va siendo hora de que esta Agenda retome su ritmo habitual. Iniciamos por tanto, pues ya os he dicho que mis biorritmos funcionan así, el nuevo curso.
    Y puestos a ello, aprovecho que Zalabardo me planteaba hace unos días el hecho de que los hablantes abandonen unos giros o palabras y los sustituyan por otros que, a lo que parece, son menos correctos que los sustituidos sin que nadie haga nada. ¿No es posible —me decía—que la Academia, o quien sea, actúe de oficio y ponga las cosas en su sitio, restituyendo el giro repudiado por el uso? Zalabardo, que por lo común tiene las ideas muy claras, se hace en ocasiones un lío con cuestiones del lenguaje y me exige respuestas y soluciones que, a decir verdad, yo no soy capaz de ofrecerle. Al menos, tan meridianamente como él pretende.
    Trato de explicarle, recurriendo a la frase atribuida al torero Rafael Guerra, Guerrita, que lo que no pué sé no pué sé, y además es imposible. O sea, que el uso de la lengua es como un torrente impetuoso que baja por la ladera del monte y nadie puede alterar su curso por mucho que lo pretenda. ¿Y qué pasa, entonces? Cuando el uso impone una palabra o giro que consideramos “incorrecto” o “inadecuado” en lugar de otros que serían los “correctos”, pueden suceder dos cosas: que el nuevo uso fracase y las aguas vuelvan, solas, a su cauce; o que triunfe y, entonces, el agua abra otro ramal que baje paralelo al primitivo o, incluso, triunfe sobre él; si es así, no nos quede otra cosa que hacer sino aceptar los hechos.
    Procuro aclarárselo con un ejemplo que me parece adecuado: si nos preguntaran, diríamos que “siempre” (y fijaos que entrecomillo el siempre como hice antes con correcto e incorrecto) se ha dicho que divulgar algo de manera oral es una transmisión boca a boca. Sin embargo, nos encontramos con que hoy se está haciendo usual decir boca a oreja. ¿Qué es lo correcto?, se preguntarán muchos. Estuve tentado de preguntárselo a Zalabardo, pero no lo quise poner en el compromiso. Ante la duda, decido investigar un poco. Y lo que encuentro es lo que sigue:
    María Moliner recoge en su diccionario boca a boca con dos valores: ‘forma de respiración artificial’ y ‘transmisión oral de una información’. Manuel Seco, por su parte, la recoge igualmente con esos dos mismos sentidos. ¿Y el DRAE? Pues el DRAE, sencillamante, no la recoge; o, por mejor decir, la recoge con solo el primero de los dos significados aludidos, ‘dicho de la respiración artificial’. ¿Por qué? Pienso yo que, imagino, por la simple razón de que lo que el diccionario académico recoge para la segunda opción es otra expresión, de boca en boca, ‘dicho de propagarse una noticia, un rumor, una alabanza, etc., de unas personas a otras’, giro que Seco no recoge, pero sí Moliner, que aclara que se utiliza con andar, correr, pasar, transmitirse, etc. ¿Son dos expresiones diferentes y, por alguna razón, la primera se ha apropiado del significado de la segunda? ¿Es, por tanto, anterior de boca en boca y posterior boca a boca? No lo sé, ni creo que haga falta saberlo para lo que aquí interesa. Pero debo decir que me viene a la cabeza un fandango de El Cabrero que dice así: No critiques a mi copla / y apréndela tú también. / Que corra de boca en boca / pa que el pueblo sepa bien /quien lo engaña y quien lo explota. Y es preciso decir que, por lo común, el habla popular es más remisa a introducir cambios y, por ello, más respetuosa con los modos tradicionales y primitivos.
    ¿Y qué pasa con boca a oreja? No estoy seguro de lo que digo, pero creo haber leído en algún lugar que es un giro del catalán, que dispone de una forma bocaorella para expresar lo mismo. Estaríamos, pues, en el terreno de los préstamos y ya sabemos que este es un campo muy extenso sobre el que se podrían decir muchas cosas. Se suele decir, y yo lo he dicho varias veces en esta Agenda (le aclaro a Zalabardo), que nunca un préstamo debiera prevalecer si viene a sustituir a una forma clara de la que ya se dispone y se hace uso. Pero esa es la teoría y otra cosa diferente es el comportamiento lingüístico de los hablantes. Ya se sabe, eso del torrente que decía al principio.
    Zalabardo, que es tozudo, insiste: ¿pero qué es lo que debemos decir? Yo, que me veo precisado a tomar partido, le respondo que, por lo que a mí respecta, seguiré utilizando, indistintamente, de boca en boca, que quizá sea el giro primitivo, y boca a boca, pues los dos me parecen más naturales y espontáneos, mientras que boca a oreja me resulta más artificioso y producto de una moda pasajera (que, no obstante, podría triunfar).
    Ah, y respecto a lo que Zalabardo me dice de que nadie hace nada, debo decirle que eso no es verdad. Que la Academia (rae.es) procura llamar la atención sobre los usos inadecuados, al igual que la Fundación de español urgente (fundéu.es). Y, en caso de dudas, siempre nos podemos dirigir a cualquiera de las dos instituciones, que nos responderán con prontitud.

domingo, septiembre 04, 2011


EL CAMINO DE SANTIAGO. HISTORIAS Y ESTAMPAS DEL CAMINO. Y 4

    La Compostela. La Compostela es el certificado o diploma que acredita que se ha hecho el Camino, al menos en sus últimos 100 kilómetros. Es algo así, supongo, como la medalla que recibe el corredor que llega primero a la meta. Solo que en este caso todos los caminantes somos ganadores. El Camino no es una competición en la que debas derrotar a otros; si acaso, es un reto contra uno mismo. En Labacolla, a diez kilómetros del final, entramos en un restaurante llamado San Paio para resguardarnos de la lluvia y para tomar fuerzas con que afrontar el último tramo. Allí fue otro peregrino, ya avezado en cuestiones del Camino, quien nos dio el consejo: “Cuando lleguéis a Santiago, no vayáis de inmediato por la Compostela. Las colas son interminables. Esperad a mañana, a primera hora, cuando abran la Oficina del Peregrino”. Seguimos su consejo y hay que decir que nos fue bien, ya que a esas horas tan tempranas apenas si había nadie, pues los peregrinos van llegando de media mañana en adelante.
    Para hacerse acreedor de la Compostela hay que rellenar un cuestionario: nombre, edad, lugar de procedencia, lugar donde se ha iniciado la ruta, razón por la que se ha hecho el Camino y cosas así. Ahora se hace por escrito, en una hoja que te ponen por delante. Pero hubo un tiempo en que el cuestionario era oral. Yo siempre recuerdo la anécdota de un pariente, poco acostumbrado a caminar, que, cuando llegó a recoger su certificado y le preguntaron: “¿Por qué ha hecho usted el Camino, por piedad, por turismo…?”, respondió muy serio: “Yo, por gilipollas, porque si llego a saber lo que cansa esto me hubiese quedado en mi casa”.

    La Taberna do Bispo. Durante el Camino, la verdad es que no va uno con mucho pensamiento de meterse en experiencias gastronómicas y se come más pensando en reponer fuerzas que en otra cosa. Al menos es lo que nos ha ocurrido a nosotros. Eso no quiere decir que se tenga que dejar pasar alguna que otra oportunidad. Como la de seguir el consejo que nos dio Javier López sobre la necesidad de comer el pulpo que preparan en Casa Ezequiel, de Melide. Para mi gusto, debo decirlo, un poquitín pasado de pique.
    Pero, ya en Santiago, la cosa era diferente. La rúa do Franco es una pura sucesión de pulperías, marisquerías, restaurantes típicos, restaurantes modernos, confiterías y locales de todo tipo. En el tiempo que estuvimos en la ciudad, probamos cuanto pudimos. Aunque parezca exigente, lo cierto es que tampoco fue para tirar cohetes. Aunque un local sí nos convenció: La Taberna do Bispo. Especializado en tapas y raciones, hay que llegar más bien temprano porque siempre está a reventar. Sirven la cerveza en un grado justo de frescor, me acordé de José Francisco, y un ribeiro más que pasable. Además, poseen una carta amplia y, no obstante, sumamente variada. Todo de calidad y a precios muy razonables. José Manuel Mesa, que tiene bastante de sibarita, creo que no saldría disgustado de allí, aunque vaya usted a saber.

    A Cidade da Cultura. Santiago no es solamente el Camino y un casco histórico perfectamente conservado. Cada vez que he ido, aparte de por los alrededores de la Praza do Obradoiro, me ha gustado pasear por el bello Parque de la Alameda, por la Praza de Mazarelos y la de la Universidad, ver a las vendedoras que ofrecen sus productos en el exterior del mercado de la rúa das Ameas…
    Pero Santiago quiere abrirse también al siglo XXI y esta vez iba con ganas de conocer algo que solo había podido contemplar en documentales de televisión: A Cidade da Cultura. Se levanta en la cima del monte Galás, dominando el resto de la ciudad, y su proyecto está firmado por el arquitecto Peter Eisenman. Es un conjunto en cuyo exterior se conjugan perfectamente piedra y cristal y que pretende convertirse en un polo cultural que, según la campaña institucional, acogerá servicios y actividades destinados a la preservación del patrimonio y la memoria, así como el estudio, investigación y experimentación en los ámbitos de las letras, el pensamiento, la música, el teatro, la danza, el cine, las artes visuales, la creación audiovisual y la comunicación.
    Cuando se contempla por fuera, cuesta imaginar qué hallará uno en el interior. Por fuera, la fortaleza y firmeza de la piedra se combina con la suavidad de sus líneas, que semejan fundirse con el monte sobre el que se apoya. En el interior, un estallido de luz sorprende por todas partes, iluminando el blanco de los muros y pilares. Hasta ahora, solo se han terminado el edificio del Archivo de Galicia y el de la Biblioteca. Y no se puede negar que son bellos por dentro y por fuera. En el primero pudimos visitar una interesante exposición de máquinas de escribir de todas las épocas. Pero el segundo, aparte de una muy extensa muestra de obras de Camilo José Cela en todos los idiomas imaginables, parece recoger unos fondos, por lo que puede apreciarse, que no van muy allá. Pese a lo acogedor de las mesas y ámbitos de lectura en que el local se distribuye.
    De todas formas, tal vez esta Cidade da Cultura sea uno más de esos proyectos faraónicos que en nuestro país se llevan a cabo sin tener muy clara la cuestión de qué se hará con ellos una vez estén concluidos. Desde luego, no parece que se avenga muy bien con esta época de crisis que estamos padeciendo.
    Y se acabó el viaje. Espero que Zalabardo se dé por satisfecho con esta serie de estampas que le he proporcionado.

lunes, agosto 29, 2011


EL CAMINO DE SANTIAGO. HISTORIAS Y ESTAMPAS DEL CAMINO. 3

    Taberna Farruco. Furelos es una pequeña parroquia de Melide, apenas 250 habitantes, a la que se entra tras cruzar un bonito puente medieval del siglo XII. En una revuelta de las que el Camino hace entre las casas de la población, un pequeño local sorprende al caminante. Se llama Taberna Farruco y ameniza la estancia y descanso del viajero con ¡sevillanas rocieras!

    Una lección de geografía política. O Pedrouzo es el final de la penúltima etapa, antes de afrontar la llegada a Santiago. En O Pedrouzo, al igual que antes en Palas de Rei, nos tomamos un día de descanso. Pero este descanso no era realmente tal, pues para mantener los músculos en forma nos buscábamos alguna ruta por el concello que nos permitiera conocer otras sendas que no fueran solo las del Camino. En Palas, en el hotel nos ayudaron a diseñar una de estas rutas: Palas-ribera del río-Carballal-Lalín-Palas. Aproximadamente, unos ocho kilómetros. En O Pedrouzo, paseamos por los bosques de los alrededores.
    Pero lo que quiero contar aquí es el galimatías administrativo que puede ser Galicia para quien no esté al tanto. La Comunidad está dividida en comarcas; las comarcas, en concellos (municipios); y los concellos, en parroquias. Pero, a veces, suceden cosas curiosas, como la que voy a comentar. Cuando el Camino llega, a falta ya de veinte kilómetros para Santiago, a una intersección con la carretera de Lugo a Santiago, un cartel reza: O Pedrouzo. Pero si a esta misma población se entra desde la intersección de la continuación del Camino con la carretera de Lameiros, el cartel que hay junto a la señal de stop dice: O Pedrouzo-Arca. Y en esta misma carretera, unos metros más adelante, un tercer cartel nos dice: Arca.
    Para complicar más la cosa, cuando pedimos información sobre la situación de la iglesia de O Pedrouzo, pues queríamos sellar la credencial del peregrino, en el frontal del templo al que nos enviaron pudimos leer: Iglesia de Nuestra Señora de Arca; y en el sello que nos pusieron dice textualmente: Parroquia de Arca y Pino. Si alguien se ha perdido a estas alturas, le aviso que no hay error en el relato, que igual de perdidos nos sentimos nosotros. Así que, al salir de la iglesia, nos dirigimos a una señora que venía en dirección opuesta a la nuestra y le preguntamos: “Señora, ¿cómo se llama este lugar donde estamos?” A lo que nos respondió: “Esto se llama O Pino”. Comprenderéis nuestra sorpresa. Intenté continuar el interrogatorio: “¿Pero esto no es Arca?” “Sí”. “¿Entonces…?”, añadí. La buena mujer, armándose de paciencia, dijo: “Es que Arca es O Pino. ¿No han visto ustedes ahí arriba la Casa del Concello (ayuntamiento)?” “Pero eso está en O Pedrouzo”, insistí, creyendo que nos tomaba el pelo. Y la señora, viendo las pocas entendederas nuestras, optó por una respuesta más larga: “Es que O Pedrouzo es Arca y Arca es O Pedrouzo. Y todo es O Pino. O Pino es el concello, cuya capital es O Pedrouzo, que es Arca. Por eso, O Pino es todo y lo demás son parroquias, que en este concello son doce (y las enumeró, según tuve después ocasión de observar, alfabéticamente): Arca, Budiño, Castrofeito, Cebreiro (que es distinto de O Cebreiro de Lugo), Cerceda, Gonzar, Lardeiros, Medín, Pastor, Pereira, San Mamede de Ferreiros y San Verísimo de Ferreiros”.
    Le dimos las gracias a la señora por su buena información y la dejamos con cara de estar pensando que éramos, pese a venir de tan lejos, personas que ignorábamos hasta cómo se llamaba la tierra que pisábamos.

    Labacolla. Esta población se encuentra ya en la última jornada del Camino, a solo 10 kilómetros de su finalización. Actualmente, en ella se encuentra enclavado del aeropuerto de Santiago. Pero lo peculiar de esta población es, precisamente, su nombre, debido al del río homónimo que la cruza. ¿Qué importancia tiene tal corriente? En lo antiguo, mucha, ya que a sus aguas se les concedía un efecto lustral, es decir, de purifi-cación. Aquí es donde los peregrinos se paraban para lavar sus ropas y sus llagados cuerpos antes de presentarse, por fin, ante la tumba del apóstol. De ahí, de ese carácter lustral, purificador, tomaron su nombre río y lugar. Lo que muchos ignoran es el significado de tal nombre. Yo lo supe leyendo el primer volumen del Diccionario secreto (sobre coleo y afines), de Camilo José Cela. Porque dicho nombre significa, literalmente, ‘lavacojones’. El origen es fácil de rastrear. En el Liber Sancti Iacobi, sí, ese libro que han robado, su autor, Aymeric Picaud, habla de “un río que dista de la ciudad dos millas, en un frondoso lugar, al que llaman Lavamentula (‘lavagenitales’), donde los peregrinos lavan no solo sus mentulas (‘genitales’), sino todo su cuerpo y sus ropas”. La razón y el momento del cambio en el hidrónimo del latino mentula (más genérico) por el también latino colea (más específico) son aspectos que ya desconozco. Eso sí, aunque la lluvia ya nos había mojado bastante, yo quise cumplir la tradición mojándome las manos, al menos, en aquel río.

    Monte do Gozo. O mi gozo en un pozo. El caminante de Compostela tiene, cuando parte, dos objetivos: llegar a Monte do Gozo y llegar a Santiago. El primero es índice de que se han podido superar las fatigas del Camino (y, en consecuencia, de que nada impedirá ya el logro del segundo), de que se han vencido las ampollas, las torceduras de tobillos, el dolor de las rodillas, la incomodidad de la lluvia y el peso del calor, cada cosa en su momento, cuando no varias de ellas juntas. Monte do Gozo es una colina desde la cual ya es posible contemplar Santiago. Dicen que, en la antigüedad, los peregrinos, cuando llegaban a este lugar, se arrodillaban y daban gracias al apóstol por haberlos ayudado a superar todos los inconvenientes.
    Pero a mí, he de decir, me ha desencantado. Con lo que allí se ha hecho, Monte do Gozo tiene toda la fealdad y frialdad de un moderno centro comercial, y el monumento que se levantó en su cumbre para conmemorar la visita de Juan Pablo II en 1992 desentona, a mi juicio, con los humildes y bellos cruceiros y con las pequeñas iglesias que, esos sí, han acogido y animado al peregrino durante el Camino.
    No obstante, la visión de Santiago tan a tiro de piedra, conmueve el ánimo. Desde esta colina, ya solo queda algo más de una hora para poder dar el abrazo al apóstol. Entonces sí, el Camino habrá terminado.

lunes, agosto 22, 2011


EL CAMINO DE SANTIAGO. HISTORIAS Y ESTAMPAS DEL CAMINO. 2


    Las piedras del Camino. Es inveterada costumbre que los caminantes vayan dejando piedras en determinados lugares del Camino: en la base de los cruceiros (tanto en los tradicionales como en los más modernos), en las piedras miliares, en los muros de las iglesitas, en las fuentes, en algún altarcito levantado para recordar la muerte de un peregrino. La costumbre proviene, dice la tradición, de cuando se empezó la construcción de la catedral de Santiago, pues se pedía a los peregrinos que colaborasen llevando piedras. La recta costumbre es traer una piedra del lugar de origen de cada uno, aunque la verdad es que cada cual la coge de donde puede y quiere. Más modernamente, los caminantes han comenzado a dejar papelitos con mensajes escritos, fotografías, alguna prenda personal (hemos visto hasta zapatos desechados). Pero hay inconscientes que han llegado a más: como los que cubren hasta la saciedad las piedras miliares y los indicadores de ruta con sus nombres u otros mensajes. O, como vi en alguna de las etapas, quienes van dejando en cada árbol un pasquín que anuncia alquileres de apartamentos en la Costa del Sol.

    La primera guía. Cuando salgo de vacaciones, suelo olvidarme casi por completo de los periódicos y de la televisión. Solo de vez en vez compro algún ejemplar de un diario de la zona en la que me encuentro para informarme sobre los asuntos locales. Así, el día de descanso en Palas de Rei compré La Voz de Galicia y en sus páginas lo vi. Habían robado de la catedral el Codex Calixtinus, o Liber Sancti Iacobi, que es el título más propio de este manuscrito del siglo XII. Este códice no pasaría de ser un ejemplar más o menos curioso por su antigüedad pero de contenido muy común en todos los de la época: ritos y liturgia, colección de milagros, partituras musicales, leyendas sobre Carlomagno. Pero hay algo que le confiere su auténtico valor. Es, posiblemente, la primera guía de viaje de la historia y la primera en ofrecer una descripción pormenorizada del Camino de Santiago en su primigenio trazado, el que se conoce como el Camino francés. Aymeric Picaud, su autor, reseña hospitales, monasterios, iglesias, lugares, etapas, para quien quiera peregrinar hasta la tumba del apóstol, al tiempo que avisa de los lugares peligrosos para el viajero. Algunas etapas se mantienen aún hoy tal como Aymeric las describía. Sorprende de este robo la facilidad con que han actuado los ladrones y la deficiente seguridad que acompaña a muchas joyas de la antigüedad. Cuando leí la noticia pensé en la consternación que embargaría a los caminantes. Pero la verdad, según pude notar, es que eran muchos los que desconocían la existencia de tal libro y muchos más los que ignoraban que caminasen por una ruta que había sido ya recogida y explicada en libro por un monje francés del siglo XII.

    It’s mine! Podría decirse que desayunar a las seis de la mañana con una barrita energética, un zumo de cartón y una tableta de vitaminas no es lo más apetecible para iniciar una jornada del Camino. Por eso el cuerpo exigía, sobre las nueve o las diez, un tipo de condumio más acorde con la costumbre de uno. Pero parece que, en Galicia, no es demasiado buena idea solicitar tostadas con aceite; y menos si en la petición se añade, además, un diente de ajo. No tanto por la cara de extrañeza sino por el mal aceite que te ponen. Y si hablamos de La Taberna de Coto, en el límite entre Lugo y A Coruña, donde no tenían tostadas, al mal café con leche que servían se unía un bizcocho aún peor.
    Por eso, cuando al día siguiente, cuarta etapa de nuestro Camino, azotados por una lluvia inmisericorde, llegamos a Boente, al mesón Os Albergues, los ojos nos hacían chiribitas al ver sobre una mesa del local una botella de aceite virgen extra del que, en aquel momento, disfrutaban una señora inglesa, algo metidita en años y en carnes, y su hija, de mejor buen ver. Pedimos nuestro café con leche bien calentito y las corres-pondientes tostadas, ese día con tomate. Yo, muy educadamente y pronunciando un fino “con permiso”, me acerqué a la mesa de las inglesas y cogí la botella de aceite y el salero. La inglesa mayor puso una cara de estupor que no es posible imaginar. Se levantó de inmediato y con voz tronante gritó: “It’s mine!”. Comprendí mi error y me excusé como pude. La inglesa, no obstante, reaccionó pronto y nos ofreció no solo su aceite (ya queda dicho que en el Camino se comparte todo) y su sal sino también un cartón de zumo que sacó de su mochila. Al final, aceptamos su ofrecimiento y pudimos desayunar tostadas con buen aceite. La duda que nos quedó luego y que nos dio tema de conversación hasta el final de etapa es cómo se las podría arreglar la inglesa para que en la mochila no se le abriera la botella de aceite, de plástico, ni se le derramara el zumo del cartón.

    Las peregrinas de Leboreiro. La etapa Palas de Rei-Melide es corta y de agradable recorrido. Casi toda ella discurre bajo una bóveda de follaje que conforman los árboles que orillan el Camino. Orvalla muy débilmente, había anuncio de lluvia para el mediodía, y se pasa junto a bellas iglesias: San Tirso, San Xulián do Camiño, Santa María de Leboreiro, San Xoán de Furelos. En Leboreiro, pasada la iglesia, saludamos a una señora mayor que nos desea, como todos, buen camino y nos anima diciendo que hace buen tiempo para andar. Esta indicación es motivo para pegar la hebra con ella. Se llama Magdalena y tiene unos labios de color cárdeno que atraen nuestra atención. Cuando le participamos la extrañeza que nos causa a los del sur que en pleno mes de julio haga esa temperatura que obliga a echarse por encima alguna ropa de abrigo y con frecuencia orvalle, ella nos responde que, por el contrario, ellos están preocupados porque hace meses que no llueve como debiera y los campos están secos (¿qué sabrán ellos, pienso, si no conocen nuestra tierra, lo que es un campo seco?).
    En el hilo de la conversación, Magdalena nos cuenta una historia. La de dos muchachas del pueblo (las dos muy listas y muy guapiñas) que, nada más terminar sus estudios universitarios, decidieron hacer el Camino desde la localidad (casi sesenta kilómetros). Salieron, nos cuenta, solo con las mochilas y aún de noche, a las cuatro de la madrugada, y dos días después llamaron desde Santiago diciendo que estaban muy bien y que no pensaban regresar al pueblo. Magdalena mueve la cabeza con aire de no entender que los jóvenes no encuentren futuro ni esperanza en estas parroquias casi dejadas de la mano de Dios.

lunes, agosto 15, 2011


EL CAMINO DE SANTIAGO. HISTORIAS Y ESTAMPAS DEL CAMINO. 1.

    Siempre que salgo de vacaciones, y este año he cumplido un antiguo sueño que guardaba desde hace tiempo, recorrer el Camino de Santiago, Zalabardo me pide a la vuelta que le haga una detallada descripción del viaje. He creído que, en lugar de eso, sería mejor transcribir algunas de las notas que iba tomando mientras avanzaba en el camino. No es una crónica al uso, sino breves estampas que perduran en el recuerdo.

    Por qué hacer el Camino. La vida de los hombres viene definida en toda su duración por un constante afán de búsqueda. Ya lo dejó dicho Gonzalo de Berceo: Todos somos romeros que un camino andamos. Y, de forma más laica, también lo afirmó Machado: Se hace camino al andar. Varias razones son las que nos pueden llevar a emprender el Camino de Santiago: culturales, religiosas, deportivas… En cualquier caso, una vez que comienzas a andar, todas ellas se pierden, o se funden, y se apodera del caminante un espíritu de aventura, o la atracción por seguir esa senda que han pisado antes millones de personas desde hace más de mil años, que ya no lo abandona hasta pisar las piedras de la plaza del Obradoiro. Cuando lo inicias (nosotros escogimos, cuestión de edad, un tramo no complicado en exceso, el que se inicia en Sarria), puedes estar seguro de que la razón de ese caminar se te olvida y ya no se piensa en otra cosa más que en seguir esa riada de gente que marcha toda en el mismo sentido, de esa gente que alberga la esperanza de llegar a Santiago.

    ¡Buen Camino! Porque el Camino es gente, gente que fraterniza con cuantos se van cruzando. “¡Buen Camino!”, es el saludo que hermana a todos. Y “¡Buen Camino!” es la respuesta. Es el deseo compartido de poder arribar a la meta con el menor quebranto posible; sin sucumbir al azote de las casi inevitables ampollas; sin sufrir las lesiones de rodillas motivadas por las despiadadas bajadas ni las torceduras de tobillos por los suelos irregulares; sin quejarse en exceso por el cansancio, pues siempre habrá alguien que está efectuando un esfuerzo mayor que el tuyo. Pero todos son merecedores de elogio y, al fin, el afán de rematar lo iniciado es idéntico e iguala a todos los peregrinos. Por eso, cuando alguna laceria nos asalta, ahí están el betadine, y las tiritas, y las vendas, y las rodilleras; si tú no llevas el botiquín básico del caminante, no importa, que no faltará quien te proporcione el suyo desinteresadamente. Y una vez completada la necesaria asistencia, la despedida es la misma: “¡Buen Camino!”

    Un paisaje hermoso. Valle-Inclán dijo una vez que le gustaba México porque su nombre se escribe con x. A mí siempre me gustó Galicia por su paisaje y por el nombre de sus pueblos; y la obra de Valle tuvo mucho que ver en ello. Porque el Camino, aparte de gente, es también paisaje. Se ve desde que abandonamos, con la amanecida, Sarria, aunque no sea esta la etapa más bella. El Camino nos permite recorrer la Galicia más profunda y tradicional. Sus bosques de robles, de eucaliptos, de pinos. Sus helechales y sus campos plantados de heno o de maíz. Sus pueblos imposibles, que creeríamos inexistentes ya y que apenas están conformados por un par de casas de piedra oscurecida por los años y muchas veces ya deshabitadas: Vilei, Mirallos, Gonzar, Ligonde, Carballal, Leboreiro, Parabispo, Rúa, San Paio... En cada revuelta del Camino, o en cada rincón de estos pueblos, creeríamos encontrar al tullido de Céltigos o al ciego de Gondar. Sus iglesitas acogedoras, casi todas acompañadas inevitablemente de su también pequeño cementerio: San Lázaro, San Xulián do Camiño, Santa María de Leboreiro, San Xoan de Furelos, Santa María de Melide… Y un cielo frecuentemente gris que derrama de manera incansable su orvallo, aunque, con frecuencia también, ese orvallo se convierta en lluvia inmisericorde con el caminante, como ocurrió entre Melide y Arzúa y entre O Pedrouzo y San Paio.

    Un exalcalde cicerone. Es Portomarín un pueblo de unos 1700 habitantes al que se accede a través de una imponente escalera y en cuyo centro se topa uno con la no menos imponente mole de su iglesia fortaleza de San Nicolás. Alguien pudiera considerar suplicio entrar por la escalera habiendo posibilidad de hacerlo por la carretera para llegar, al fin, al mismo sitio. Pero tras los veintidós kilómetros soportados desde Sarria, al caminante le parece más llevadera la escalera que el rodeo por la carretera.
    Allí nos encontramos con Antonio, quien, según sus palabras, había sido alcalde de la localidad y se interesa por indicarnos el arranque del Camino para la siguiente etapa, o por indicarnos los lugares más recomendables para comer, o por saber si tenemos reservado alojamiento. Ya, de paso, nos interrogó acerca de nuestra procedencia y del origen de nuestra andadura. Al saber que éramos malagueños, nos contó que él visitaba con frecuencia Torremolinos y Fuengirola, lugares que le gustaban mucho.
    Nos puso al tanto de cómo el pueblo primitivo había sido inundado cuando se construyó el embalse de Belesar, en el río Miño, y cómo se levantó el nuevo en su actual emplazamiento, adonde se trasladaron, piedra por piedra, la iglesia de San Nicolás, la hermosa ermita de San Pedro, la balconada del ayuntamiento, así como una casa propiedad del obispo de Lugo, pues, decía en voz baja, “aquí la Iglesia siempre tuvo mucho poder”. Nos aconsejó visitar las ruinas del pueblo viejo y los restos del puente primitivo, visibles cuando las aguas del embalse están muy bajas, cosa que ahora sucedía. También aprovechó para criticar al actual ayuntamiento, que, en su opinión, no cuida el tramo de Camino de su competencia tal como lo hacía el ayuntamiento que él presidió. Incluso nos hizo una confidencia maliciosa. La que habla de la existencia de un pacto secreto entre el alcalde actual y los propietarios de albergues privados de la zona para no abrir los albergues municipales hasta que aquellos estuviesen cubiertos. “Vayan ustedes a saber por qué”, añadió mientras sus ojillos brillaban.

martes, junio 14, 2011


UNA HISTORIA (DE LA ACADEMIA DE LA HISTORIA)

Quien no conozca bien a Zalabardo puede incurrir en el error de considerarlo hombre de poco criterio, o de poca firmeza en el que tenga, que casi viene a ser lo mismo. A quien así piense, yo le digo que se equivoca. Lo que sucede, y hago la aclaración para quienes no lo conozcan lo suficiente, es que a él le gusta provocar las opiniones de los demás antes de ofrecer la propia aparte de que “todo el mundo tiene derecho a equivocarse, incluso yo mismo”, según las palabras que varias veces me ha repetido. Zalabardo es respetuoso con todas las personas, tanto si aciertan como si no, igual de respetuoso cuando sus valoraciones de las cosas y los hechos son coincidentes como cuando difieren.
    Por eso cuando ayer, día para el que se anunciaba una reunión entre el ministro de Educación y el presidente de la Real Academia de la Historia sobre el escándalo montado en torno al Diccionario Biográfico Español que dicha institución acaba de sacar a la luz, me preguntó qué pensaba yo sobre el asunto ya sabía que su opinión y la mía diferían muy poco. Aún así, le dije que, sin conocer de primera mano los textos que han originado las protestas, no quería ser categórico y prefería ser cauto. “Sin embargo…”, contestó él. “Sin embargo”, le dije yo, “si todo es tal como parece, no hay duda de que alguien se ha equivocado y gravemente; ya sea quienes han escrito unas biografías desde una óptica más dada al panegírico que a la verdad, ya sea quien ha elegido a los autores de las biografías objeto de la polémica, ya sea quien sufraga con dinero público una obra sin poner los medios para que la misma se haga dentro de los cauces de la imparcialidad debida”.
    Y entonces nos pusimos los dos a hablar sobre la historia y su función. Y lo que sigue es una transcripción, casi literal, de la exposición que Zalabardo me hizo. Defendía él que tan antigua como la propia historia como ciencia es la preocupación por cómo ha de contarse y cuáles son los fines que debe perseguir el relato. Hay quienes defienden, decía, que su función esencial es la de afrontar la narración de los acontecimientos del pasado para conocimiento de las generaciones actuales, al tiempo que mantienen también que lo principal del relato histórico es exponer ante los miembros de una comunidad todo aquello que supone la tradición de la que procede un pueblo.
    Pero hay un aspecto en el que los analistas no acaban de ponerse de acuerdo. Así, hay quienes defienden que una de las funciones de la historia debería ser la de condenar los crímenes y actos monstruosos cometidos en el pasado para tratar de que no vuelvan a producirse de nuevo. A esto oponen otros que el historiador no debiera nunca convertirse en un juez ni le asisten razones morales para condenar a sus antepasados.
    Y, como pasa en todo, existen los que se sitúan entre ambos extremos y mantienen que ningún escrito histórico que sobrepase la pura narración de un hecho podrá evitar la expresión de juicios valorativos.
    Lo que no encuentro en ninguna de las posturas expuestas, concluía en su exposición, es que se diga que, independientemente de que el historiador se muestre absolutamente neutral en la exposición de su crónica del pasado o la trufe de juicios de valor, lo que no debe aceptarse nunca es el falseamiento de la historia. Y resulta paradójico, me decía, que cuanto más cerca estamos de lo que narramos, más peligro corremos de caer en falsedades, bien sea con intención o sin ella.
    Mira, intento decirle yo, siempre creeré que una obra de este tipo debiera ser en todo punto consecuente con la realidad de los hechos y estar alejada tanto del panegírico como del vilipendio, que son productos que ya tienen su ámbito propio. Y más si esta obra ha sido sufragada con dinero público. Por eso, los responsables debieran encargar siempre la redacción de la biografía a una persona imparcial, no proclive a dejarse llevar ni por el exceso de devoción ni por una insana aversión hacia el biografiado. Cosa, al parecer, difícil, porque tratamos de hechos relativamente recientes aún y, por desgracia, no hemos superado las heridas de la guerra civil. A nadie le habrá escandalizado, pienso, lo que se diga de Viriato, si es que aparece en la obra, porque nos queda muy lejos. Pero hablar de Franco, por ejemplo y por desgracia, parece que todavía resulta difícil. Y eso que, según decía Machado en su Juan de Mairena, la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero. Aunque no debemos olvidar, según continuaba el texto, que mientras Agamenón se manifestaba de acuerdo, el porquero mostraba a las claras su disconformidad.
    Bueno, las calores parece que ya están aquí y hay que ir preparándose para las vacaciones. Por eso le propongo a Zalabardo que, como en años anteriores, cerremos la Agenda hasta la próxima temporada. En esto, compruebo, estamos los dos también de acuerdo.

martes, junio 07, 2011


TODAVÍA NO SE ENTERAN


Hace unos días me encontré a Zalabardo en la Plaza de la Constitución, en una esquina, muy pendiente de los acampados del movimiento 15 M. Le pregunté si había decidido unirse a ellos y me respondió, me pareció percibir en su voz un deje de tristeza, que físicamente no, porque a él ya se le había pasado el arroz para estas cosas, pero que en espíritu, se sentía bastante unido a la esencia de este movimiento de indignación que recorre el país y que parece haberse extendido, como mancha de aceite, por otros lugares.
En un momento de la conversación, me dijo: Tú que estuviste en la Universidad, ¿cómo viviste el mayo del 68? Y tuve que contestarle, para su asombro, que aquí, en España, aquel movimiento ya histórico que conocemos como el mayo francés del 68, igual que otro que tuvo lugar por las mismas fechas, la primavera de Praga, apenas si tuvieron repercusión. Sí se hablaba mucho de todo ello, pero apenas si se pasó de algunos intentos de huelga o de alguna que otra algarada estudiantil, huelgas y algaradas pronta y fuertemente reprimidas por la policía franquista. Recuerdo asambleas de facultad, intentos de tomar la calle, proclamas que pedían unir las quejas estudiantiles a los movimientos obreros; todo quedaba en poca cosa.
Aquí, por contra, tuvieron más eco otros sucesos anteriores, concretamente de 1965. Los movimientos universitarios en solidaridad con las reclamaciones obreras significarían la expulsión de sus cátedras de los catedráticos Enrique Tierno Galván, Agustín García Calvo, que había sido profesor mío en Sevilla, y José Luis López Aranguren, así como la dimisión, en solidaridad con los expulsados, de Antonio Tovar y José María Valverde.
Aquel año de 1968 conoció, sin embargo, dos hechos de muy diferente naturaleza: los primeros atentados de ETA y el recital (el 18 de mayo) de Raimon en la Universidad Complutense de Madrid. Años después, para otro recital madrileño, Raimon compuso una canción, titulada 18 de mayo en la Villa, que recogía la experiencia vivida entonces y en la que se decía: Per unes quantes hores / ens vàrem sentir lliures, / i qui ha sentit la llibertat / té més forces per viure (Durante unas cuantas horas nos sentimos libres y quien ha sentido la libertad tiene más fuerzas para vivir).
Pero pronto volvimos sobre la actualidad de este grito de los indignados que se inició en la Puerta del Sol de Madrid. Me pregunta Zalabardo si he leído su manifiesto. Le respondo que sí y que, salvo algunas cuestiones que parecen un poco utópicas y otras que habría que matizar, considero que recoge peticiones muy puestas en razón: exigencia de unos servicios públicos (educación, sanidad, transportes…) de calidad, supresión de los privilegios de la clase política, lucha contra el desempleo, derecho a la vivienda, control de las entidades bancarias, imposición de una democracia participativa…; en suma, grito contra tanta corrupción como hay en el sistema y queja por la indefensión en que se encuentra el ciudadano normal y corriente. Ya digo, un alto componente de utopía trufada de más de una y más de dos peticiones sobre las que alguien debería reflexionar.
Lo que le duele a Zalabardo es la indolencia y desprecio con que acoge la clase política estos movimientos. Me dice que le sulfura cómo, en los días previos al 22 de mayo, muchos políticos (desde el propio Zapatero hasta el último de los candidatos) decían comprender (que no es igual que entender) todas estas quejas. Incluso Rubalcaba decía que no enviaría a la policía contra ellos porque la policía está para resolver problemas y no para crearlos. Pero ya que han pasado las elecciones y se ha terminado el tiempo de las promesas, el movimiento 15 M es ya algo que molesta; en Barcelona, los mossos cargan contra los acampados y, en Madrid, Esperanza Aguirre pide a Interior que ponga fin a la ocupación de la Puerta del Sol. Y me dice, Zalabardo, no haber oído a ningún político que confiese haber escuchado las reclamaciones de los indignados ni que se muestre dispuesto a debatir sobre ellas. Como si estuviesen esperando a que el movimiento se diluya y acabe de desaparecer.
Y es que los políticos no se enteran. O no quieren enterarse. Parece que va a hacer falta un más amplio movimiento que grite con voz firme hasta qué grado llega la indignación de los ciudadanos y hasta qué punto la ciudadanía está asqueada de estos políticos que no se preocupan sino de sí mismos y que no merecen, la mayoría de ellos, sino una buena patada en el culo.

martes, mayo 31, 2011


UN INFINITIVO VICIOSO


Un día en el que no teníamos un tema más interesante del que hablar, me planteó Zalabardo la cuestión de por qué se cometen tantos errores en el empleo de los verbos. Yo le contesté que hay una razón muy simple que es, y valga la aparente contradicción, la complejidad de la conjugación verbal. El hecho de que el verbo presente una amplia gama de formas debido a los diferentes morfemas que admite hace que más de una vez metamos la pata. De todos es sabido que algunas de las formas más complicadas de utilizar son las llamadas ‘no personales’, es decir, el infinitivo, el participio y el gerundio. Y una vez que ya Zalabardo me ha planteado la cuestión, le digo que le voy a poner un caso, el del llamado por unos infinitivo radiofónico (Libro de estilo de ABC), por otros infinitivo de generalización (Manual del español correcto de Leonardo Gómez Torrego) y que para la Nueva Gramática de la Lengua Española no es sino una de las formas del infinitivo de oración independiente.
La NGLE explica en su capítulo 26 que la carencia de tiempo, modo, persona y número en el infinitivo determina que aparezca de forma prototípica en las oraciones subordinadas. Quiere decir esto algo tan simple como que los infinitivos en español o son el verbo de una oración subordinada (le aconsejó hablar más despacio) o son el elemento auxiliar de una perífrasis verbal (se puso a llover), pero nunca pueden ser por sí solos el verbo de una oración principal. Digamos que esta es la regla general, puesto que ya la misma gramática académica reconoce que hay numerosos usos de lo que podríamos llamar infinitivos en oraciones independientes.
No voy a entrar en la descripción de cada uno de estos casos, aunque para que se sepa a qué nos referimos, me limito a exponer algunos ejemplos: Decirle nunca le dijo nada. Qué raro verlo a estas horas. ¿Qué hacer en tal situación? Sea quien sea, nosotros saludar y marcharnos. Y se podrían poner algunos otros ejemplos.
Aún así, deja bien claro la misma gramática que se recomienda evitar el uso del infinitivo independiente con los verbos decir, indicar, señalar y otros similares en los contextos en los que se introduce alguna información dirigida a alguien.
Son giros del tipo …señalar, por último, que…, …para terminar, indicar que tengan precaución en la carretera…, …y, en tal situación, decir…, etc. En este giro vicioso, el infinitivo, que no se apoya sobre ningún otro verbo, se convierte en verbo principal, con valor absoluto, de la oración, por lo que se hace equivalente de una forma personal, como bien señala Gómez Torrego. La fórmula correcta obliga a incorporar el verbo al que el infinitivo va subordinado: …hay que señalar, por último, que…, …para terminar, debemos indicar que tengan precaución en la carretera…, y, en tal situación, queremos decir…, etc.
Estos usos incorrectos (decir que, señalar que, añadir que, comentar que…) comenzaron a notarse en locutores de radio y televisión y, por ese afán que tantas veces hemos comentado aquí de imitación, ha ido desgraciadamente extendiéndose y no son ya solo los políticos, como hemos podido apreciar en los interminables actos electorales de estas fechas pasadas, sino la gente común y corriente quienes han añadido a su colección de vicios expresivos este que hoy comentamos. No estaría mal que nos desprendiésemos de él y, de paso, de tantos otros como cultivamos.

martes, mayo 24, 2011

                                                              Imagen tomada de elpais.com

GITANOS


Hace bastantes días, ya os hablé de las dificultades que tuve con la banda ancha y la imposibilidad de traer a esta Agenda algunos temas que se me iban quedando en el tintero; este, por desgracia, no creo que haya decrecido en interés. Pues a lo que iba: resulta que me encontré a Zalabardo trasteando entre mis libros con mucha aplicación y afán. Se me ocurrió preguntarle qué es lo que buscaba. Un libro, me respondió como si en una biblioteca hubiese muchas más cosas que buscar aparte de libros. Claro que en la mía, por el desorden, amontonamiento y otras causas es posible que sí, porque tengo en ella tal batiburrillo de cosas que en ocasiones más bien parece tenderete de buhonero. Al final resultó que, efectivamente, lo que buscaba Zalabardo era un libro, pues al cabo de un instante levantó su brazo y de una de las estanterías sacó un ejemplar de La gitanilla, de Miguel de Cervantes.
Curioso por saber qué interés tenía en tal novelita, esperé a ver en qué quedaba todo. Pronto abrió el libro por su inicio y me pidió que leyera. Como casi siempre sucede, le hice caso y leí el siguiente párrafo, que es el que, como digo, da comienzo a la novela: Parece que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de padres ladrones, críanse con ladrones, estudian para ladrones y, finalmente, salen con ser ladrones corrientes y molientes a todo ruedo; y la gana de hurtar y el hurtar son en ellos como accidentes inseparables, que no se quitan sino con la muerte.
¿Qué te parece?, me preguntó. Y le respondí que aquello no era más que uno de tantos prejuicios como se levantan y que de Cervantes a nuestros días había llovido mucho. Pasa igual, quería yo argumentarle, que cuando se afirma que los andaluces somos vagos o que los catalanes son tacaños. Yo no creo que sea igual, me dijo. ¿No crees que es muy duro que todo un pueblo, una etnia, tenga que cargar con un duro estigma durante siglos sin que nadie haga por ponerle remedio? Así son las cosas, le repuse, y hay prejuicios que resultan muy duros de erradicar, por más esfuerzos que se hagan. Aparte de que, en ocasiones, no se trata más que de tópicos que se mantienen sin fundamento, alejados de la realidad. ¿Tú crees?, insistió. ¿Y qué me dirías si quienes más deberían luchar contra estos injustos prejuicios se ponen codo con codo junto a los que enarbolan enseña de la intolerancia?
Y me contó, a continuación, un episodio en el que yo apenas había reparado; posiblemente habría leído la noticia, pero la pasé por alto como tantas veces sucede: las autoridades de la ciudad de Roma habían desalojado a un grupo de unos 150 gitanos rumanos, entre ellos bastantes niños nacidos ya en Italia, del poblado chabolista de Casal Bruciato sin darles la opción siquiera a un realojo y pretendiendo que salieran del país y volvieran a su tierra de origen, Rumanía.
Un grupo de estos desalojados buscó refugio en el Vaticano, concretamente en la basílica de San Pablo Extramuros. Y aquí viene lo más grave; al mismo tiempo que el papa solicitaba comprensión y acogida para quienes huían de Libia, Túnez y otras zonas conflictivas de África y Oriente Medio, sucedía que la seguridad vaticana impedía a estos gitanos el acceso a la basílica. Y no solo eso, se le ofrecía quinientos euros a cada familia, que se sumarían a los otros quinientos que el Estado italiano ya les daba, para que regresasen a su país de origen. No importaban las causas que les hubiesen obligado a la emigración ni las condiciones de vida que debieran soportar en aquel mísero poblado chabolista. Lo que importaba era quitárselos de encima.
Mientras estos hechos suceden, añadió Zalabardo, el Vaticano y el estado italiano, como el resto de los estados europeos, gastan, aun en tiempos de crisis, ingentes sumas de dinero en actuaciones de difícil justificación.
Y es que al parecer, también entre los inmigrantes hay clases. Lo malo es que a los gitanos nadie, nunca, los ha querido. Y en España no podemos negar que sabemos bastante del tema. Porque hay prejuicios que se eternizan y no hacemos nada por derribarlos. El resultado, a la vista está, es que no les damos la mano para ayudarlos no ya en el legítimo deseo de mejorar que los ha conducido hasta nosotros, sino ni siquiera en el más legítimo aún deseo de conseguir un modo de vida simplemente digno.