Dice el Diccionario de la Lengua Española que hablar en cristiano es «hablar en términos llanos y fácilmente comprensibles, o en la lengua que todos entienden». Como segunda acepción, dice que es «hablar en castellano». Le digo a Zalabardo que quizá sea una de esas expresiones que, por sus connotaciones despectivas ―como vestir como un gitano, engañar como a un chino, trabajar como un negro…― debiéramos evitar. Hay quien propone para sustituir hablar en cristiano usar hablar en plata o hablar de manera sencilla.
El catedrático de la Universidad de Salamanca José
Luis Herrero, en un estudio sobre el origen de la locución, señala que tal
vez haya que remontarse al periodo comprendido entre los siglos VIII al X, cuando
en la Península Ibérica coexistían las lenguas árabes, hebrea y latina. Pero en
esta época, le digo a mi amigo, esa coexistencia era más pacífica de lo que se
pueda pensar. Carlos Alvar y Jenaro Talens, en Locus
amoenus, recogen una interesante antología de la poesía lírica que, a
partir del siglo XII, ya fragmentado el latín en las diferentes lenguas
romances, circulaba por la Península: el Cancionero de Ripoll, en
latín goliárdico; las jarchas, en mozárabe ―aunque escritas en
caracteres hebreos o árabes―; las cantigas gallegas; la poesía
trovadoresca del amor cortés,
en catalano-provenzal y los cancioneros castellanos.
No cabe mayor prueba de la multiculturalidad asumida de forma natural por todos los habitantes de lo que un día acabaría llamándose España. Habiendo alcanzado el castellano una situación de predominio, el rey Alfonso X (1221-1284) no tiene reparo en promover en Toledo la llamada Escuela de Traductores, para la que reunió lo más selecto de cada lengua con el fin de que los textos escritos en latín, árabe o hebreo fuesen trasladados a la lengua castellana. Sin embargo, a la hora de escribir poesía, no tuvo reparos en valerse de la lengua gallega.
En los siglos XIV y XV comienzan a agudizarse
los roces entre las diferentes culturas y, de modo especial, entre los
cristianos y los judíos. Quizá fuese el momento en que se fue imponiendo eso de
hablar en cristiano. José Luis García Remiro, también
catedrático, pero de instituto, en un extenso trabajo de 2007 titulado De
cómo la vida monástica impregnó el lenguaje del pueblo con formas de hablar y
expresiones que todavía perduran en nuestro idioma, razona: «nuestra
cultura popular discurrió durante siglos por los cauces de la comedia y el
sermón. Desde el púlpito y desde el teatro llegaban al pueblo, junto con las
ideas, muchas de las expresiones que luego circulaban por el idioma».
Y desde el púlpito surgió hablar en
cristiano. Se le unió, a la vez, una actitud etnocentrista: un grupo,
los cristianos castellanos que van ocupando el territorio, piensa que la
sociedad en su conjunto ha de interpretar la realidad de acuerdo con los
propios parámetros culturales del grupo dominante. Entre esos parámetros está
la idea de que su lengua ―el hablar en cristiano― era la forma de
hablar más natural, la que todo el mundo debería usar. Cualquier otra ―hablar
en algarabía, que era la lengua de los moriscos― debía ser rechazada.
La historia de las lenguas no es algo tan simple como se cree. Pero prefiero para mi amigo una explicación menos compleja. Hacia los siglos XVI-XVII, una razón de prestigio hizo que muchos autores escogieran el castellano como lengua vehicular en detrimento de la lengua materna. Vemos bien esto que digo en el Diálogo de la lengua, de Juan de Valdés. En el siglo XIX hay un esfuerzo por recuperar y fortalecer las lenguas vernáculas no castellanas. Y en el XX, tras la guerra civil, la dictadura franquista recupera la vieja creencia etnocentrista de que solo una lengua es admisible y prohíbe el uso del resto de las lenguas españolas fuera del ámbito familiar. Incluso se reparten octavillas cuyo texto se resume en una idea parecida a esta consigna: «Sé patriota. Habla español». O sea, quien no hablaba castellano, que pasó a denominarse solamente español, no era patriota. Lo demás era pura algarabía, parloteo ininteligible.
La Constitución de 1978 deshace en
parte este entuerto y en su artículo 3 recoge que, aunque el castellano sea la
lengua oficial del Estado, las demás lenguas españolas ―catalán, gallego,
euskera y valenciano― serán también cooficiales en sus respectivos territorios
y que la riqueza de este patrimonio lingüístico será objeto de especial respeto
y protección. Un paso más se da en 2023. El 21 de septiembre se vota que todas
las lenguas españolas puedan ser libremente utilizadas en el Congreso ―como ya
se utilizaban en el Senado― y se habilite un sistema de traducción simultánea.
Votan en contra PP, VOX y UPN. El 25 de septiembre de 2023
aparece recogido en el BOE el decreto.
Muchos diputados ―que curiosamente destacan por
condenar los nacionalismos― se aferran a un nacionalismo españolista y acogen la
ley de muy mala gana. Es llamativo que, entre ellos, se cuenten muchos que
tienen como lengua materna el catalán, el gallego, el euskera o el valenciano,
aunque renieguen de ella. Pero la ley es la ley, por más que haya quien la
desprecie.
Le pido a Zalabardo que recuerde la Apología,
de Antonio de Nebrija, autor de la primera Gramática de la lengua
castellana. A principios del siglo XVI, Nebrija fue requerido
por la Inquisición a causa de sus traducciones de textos bíblicos, que se
juzgaban contrarias a la ortodoxia. En su defensa escribió un alegato que
tituló Apología. Allí dice: «Quienes ignoran pueden alegar como
causa de su desconocimiento la propia ignorancia de la que ellos mismos no han
sido responsables». ¿Se puede eximir de responsabilidad a los diputados
españoles que dan muestras de ignorar que todas las lenguas habladas en España
son igualmente españolas y nadie puede limitar el derecho a que sean usadas? Claro
que no. A sus señorías, por zoquetes que sean, hay que exigirles que conozcan
bien la Constitución y las leyes que han sido discutidas y
aprobadas en el propio Congreso.
«¿Entonces ―me dice Zalabardo―, lo de Ayuso…?» Vaya por Dios. Quiero evitar dar nombres y me es imposible. Hoy viernes, mientras escribo esto, tiene lugar una Conferencia de Presidentes de Comunidades Autónomas. Pues bien, la señora Isabel Díaz Ayuso, Presidenta de la Comunidad de Madrid, cumple la amenaza que hizo ayer de que, si alguien emplea en sus intervenciones una lengua que no sea el español ―dice español y no castellano―, abandonará la reunión. Y ha abandonado la reunión cuando los Presidentes de Euskadi y de Cataluña han hablado en sus lenguas. Ella exige que se le hable en cristiano, porque todo lo demás es palabrería sin sentido y porque, en España no debe hablarse más que la lengua española. Y yo me pregunto: ¿acaso las otras lenguas no son españolas? A ella ―y a quienes como ella actúan―, no se les puede aplicar lo que decía Nebrija sobre ignorancias no responsables. Lo suyo no es ignorancia. Es irresponsabilidad, fanatismo, falta de educación y de respeto hacia quienes ostentan un cargo semejante al de ella. Si el presidente de su propio partido, gallego, empleara su lengua materna, ¿también reaccionaría de forma tan maleducada?