Ese
recurso para crear una palabra o para enriquecerla haciendo que un nombre
propio de persona se convierta en nombre común ―a veces también propio― que
denomina un objeto o otra cosa con él relacionada, es la fuente de los llamados
epónimos. Zalabardo me dice si no creo que este sistema está
desfasado, pues cada día vemos como estos ataques proceden de asesores
políticos, de los propios políticos y de muchos medios de comunicación y
programas televisivos aficionados a las habladurías. Le respondo que soy de su
parecer, pero que, aun así, yo le estoy hablando de un recurso de la lengua y
que en la nuestra hay más epónimos de lo que pudiera parecernos.
Como mi amigo me pide que le proporcione ejemplos, los primeros que se me vienen a la mente designan ciudades y países: Zaragoza se llama así por el emperador Augusto (Cesarea augusta), América por Américo Vespucio, Bolivia por Simón Bolívar, Filipinas por Felipe II y Colombia por Colón
También la vestimenta presenta casos: la chaquetilla de lana abotonada por delante que llamamos rebeca ostenta ese nombre desde que la vimos vestir a la protagonista de la película de Hitchcock del mismo nombre. También cabe en este grupo una palabra tan común como pantalón. Su origen está en un payaso veneciano Pantaleón o Pantaleone, personaje de la commedia dell’arte, que vestía unas calzas rojas amplias que resultaron muy cómicas en toda Europa. Siguiendo con la vestimenta, habría que mencionar a Jules Léotard, acróbata francés del siglo XIX, inventor del trapecio volante. Para lograr una mayor libertad en sus movimientos ―y se supone que para lucir su musculatura― vestía un maillot justado al cuerpo y a las piernas, razón por la se empezó a hablar de leotardos. Y, por fin, podemos citar una prenda militar, el ros, ‘un chacó o morrión pequeño, redondeado y más alto por delante que por detrás’, cuya invención hay que adjudicar al general don Antonio Ros de Olano.
En
cocina, la salsa bechamel se debe a Louis de Béchameil
(1630-1703) economista francés y aficionado a la gastronomía, quien la
consiguió haciendo una variante de una salsa anterior.
La
botánica es otro campo rico en epónimos. Varios naturalistas han
dado sus nombres a determinadas plantas. La begonia se llama así
por Michel Bégon; la magnolia por Pierre Magnol; la
fucsia, por Leonhart Fuchs y la buganvilla,
por el Conde de Bougainville.
Miremos los transportes. El simón, coche de alquiler tirado por caballos, recibe su nombre de Simón González, a quien el rey Felipe IV otorgó la concesión de este tipo servicio en Madrid. Y puesto que hablamos de transportes ―y para terminar―, le digo a Zalabardo que podemos contar aquí una curiosa historia. Se lee en varios sitios ―incluso en la publicación Rinconete, del Centro Virtual Cervantes― que el pullman, ‘vagón de lujo dotado también de camas en los trenes’ y, también posteriormente, ‘autobús con asiento reclinables para hacer más cómodos los trayectos largos’, había sido un invento de un asturiano, Jorge Martínez Pullman, que emigró a los Estados Unidos en el siglo XIX, donde creó, cerca de Chicago el pueblo Pullman City. No sé de dónde sale esta información, pues lo cierto es que el pullman lo inventó un norteamericano, George Mortimer Pullman (1831-1897). El primer vagón de este tipo quedó terminado en 1864 y adquirió pronto fama porque en él fueron trasladados desde Washington hasta Springfield los restos del asesinado presidente Lincoln.