Tendría que llegar el siglo XIX para
que se impusiera la idea de que a los obreros habría que otorgarles el derecho
a un tiempo de descanso, de liberación de la responsabilidad laboral, sin que
ese descanso implicara merma en sus salarios. Lo que hoy conocemos como vacaciones
retribuidas. Por supuesto, desde muchísimo antes, las familias
adineradas podían permitirse el lujo de viajar, de tomarse temporadas de ocio
por puro placer sin atenerse ni a un periodo determinado ni a una duración
controlada. Al fin y al cabo, no había nada que se lo impidiese. No pocos
vivían en vacaciones permanentes.
Pero sería el siglo XX el que conociera ya de
forma generalizada lo que es tomarse un periodo de vacaciones en
el sentido que hoy entendemos. En 1917, en la Rusia de la Revolución se comenzó
a hablar del derecho al descanso de los trabajadores. Hacia 1920 se firmó el
primer convenio colectivo, creo que en el Reino Unido, que ya contemplaba el
derecho a vacaciones. En España, la cosa llegaría en 1931. Pero lo que hoy
entendemos como proceso en que toda una familia hace los bártulos y emprende un
viaje de descanso y ocio, irse de vacaciones, aparecerá en
nuestro país durante los años sesenta, con el desarrollismo y la proliferación
del Seat 600.
El concepto ―sin embargo― ya le he dicho
a mi amigo que es bastante antiguo. El indoeuropeo tenía una raíz eu-
que dio origen a tres formas latinas: vacare, ‘estar vacío, estar
desocupado’; vanus, ‘hueco’; y vastus, ‘desierto’.
Nuestras vacaciones proceden de la primera forma. De hecho, entre
los romanos, vacante designaba a quien no desempeñaba en ese
momento ningún destino público. De vacare proceden vacío,
vacar, vacante, vagar, vacuo,
evacuar o vacación. E incluso alguna palabra que
nos puede resultar extraña, como vahído, que es ‘situación en que
queda la mente hueca, vacía, desmayo’.
De vanus surgen
nuestras formas vano, vanidad, desván,
desvanecer y también una palabra que puede sorprender, hilván,
‘costura provisional’, que viene de la unión de hilo y vano,
es decir, ‘puntada que se da en falso’. Y, por fin, de vastus proceden
vastedad, vasto, devastar e incluso gastar,
que en su origen es ‘quedar vacío de fondos’.
Muchas veces le he comentado a Zalabardo, y en esta Agenda ha quedado también dicho, que el paso del tiempo no ha conseguido que me libere de algunas deformaciones profesionales. Por ejemplo, las relacionadas con el calendario. Y no puedo evitar que me alegre la llegada del fin de junio porque cogeré vacaciones. Igual que para la sociedad medieval el ritmo de vida lo imponían las estaciones y las labores agrícolas, para mí sigue rigiendo el calendario escolar. Estando más que jubilado, los periodos vacacionales de verdad siguen siendo para mí el verano, la semana santa y la navidad.
Y en esas fechas, aunque ya todo mi
tiempo está descargado de obligaciones laborales, siento que debo liberarme,
cesar en cualquier tarea y buscarme un lugar en el que ir a descansar. Eso sí,
cuanto más tranquilo y vacío de multitudes, mejor. Y, desde que llevamos
adelante esta Agenda, la cerramos y guardamos en un cajón hasta
que llegue el mes de septiembre.
Felices vacaciones a todos y hasta
la vuelta.
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