…Y la natural tendencia de las
personas a someterse a ella según y cómo, me añade Zalabardo.
Hay una anécdota de mi vida de
profesor que difícilmente olvido y que suelo contar. Sería en torno a 1980 y daba
clases a alumnos del último curso de la secundaria. Trataba de explicarles
cuántos acontecimientos jalonaban el siglo xx
y explicaban que la novela tuviese que ser radicalmente diferente de la del xix. En un momento, tuve la impresión de
que lo que les comentaba y para mí resultaba tan natural, a ellos les sonaba a
chino. Me callé un momento y les pregunté: ¿Cómo es posible que no recordéis la
noche en que televisión nos mostró la llegada del hombre a la luna, la irrupción
del movimiento hippie, la primavera de Praga, el pontificado de Juan xxiii,
la revolución musical que representaron los Beatles…? Una chica me interrumpió y, con voz pausada e inocente,
me dijo: Profe, es que cuando sucedió todo eso de lo que usted habla nosotros
no habíamos nacido. Y tenía razón. No
reparé entonces en que los profesores sufrimos el hándicap de seguir cumpliendo
años mientras que nuestros alumnos tienen siempre la misma edad.
¿Por qué recuerdo esto ahora y qué
tiene que ver con el tema del apunte de hoy? A ver si soy capaz de explicarlo.
Zalabardo me ha recriminado que en el último apunte sobre el viaje a Galicia
adoptase cierto tono de reprobación (o eso le ha parecido) ante el hecho de que los gallegos no
conociesen el sentido y origen de los colores de su bandera. Y me lanzó un
afilado dardo: ¿crees que si haces esa pregunta a los andaluces obtendrías respuestas
más satisfactorias?
No niego que me quedé pensando sus
palabras. Y aún llegué a más: llegué a la conclusión de cómo, en determinados
momentos, los símbolos ejercen una férrea y negativa tiranía sobre nosotros
mientras, en otros momentos, mostramos una absoluta ignorancia respecto a los
mismos. Ahora que comienza la liga de fútbol y estamos en plena efervescencia
del fervor soberanista catalán, muchos juzgan con acritud que un equipo, el
FC Barcelona, luzca una camiseta con
los colores de la bandera catalana. Y se extiende como mancha de aceite un
clamor popular contra el carácter separatista de tal decisión. Sabéis, estoy
harto de repetirlo, que estoy en contra de cualquier tipo de nacionalismo, que
los considero a todos muestra de mentalidad pueblerina y retrógrada. Y, por
ello mismo pregunto, sin salirme del ámbito de los círculos futbolísticos, si
esos que esgrimen esas actitudes anticatalanistas saben la razón de los colores
que lucen un alto número de equipos de nuestra región. No voy a contar, pero lo
puede hacer quien quiera, cuántos equipos de nuestra muestran en sus camisetas
los colores verde, blanco, azul o rojo. Solo por dar alguna pista cito los más
importantes:
Betis,
Córdoba,
Sevilla,
Almería,
Granada,
Huelva,
Málaga… Valdría
la pena preguntarse por qué.

¿Y qué pinta en esto Galicia y su
bandera? ¿Cuántos andaluces saben la razón de los colores de la nuestra? Muchos
dirán que fue un invento de
Blas Infante.
Y acertarán, en parte. Pero hay una larga historia detrás de esos colores,
ligados todos con la cultura árabe. El predominio se lo lleva el verde, color,
según se dice, del turbante del
Profeta.
Pero, junto a él, no deben olvidarse el blanco, el rojo o el negro. Los omeyas
adoptaron el color blanco para sus estandartes frente al negro de los abasidas,
aunque posteriormente, el califato omeya adoptó el verde. El blanco era el
color de los almohades. Parece que la primera enseña blanca y verde ondeó en
Almería en el siglo
xi, y el poeta
Abu Asbag Ibn Arqam habla de ello. Y
a finales del
xii, una bandera con
los colores blanco y verde, en diagonal, ondeó en el alminar de la mezquita de
Sevilla para celebrar el triunfo de Alarcos. Pero, en el
xiii, tras los pactos entre
Muhammad i
de Granada y
Fernando iii, el reino nazarí escogió una
enseña roja con una banda diagonal blanca. Y roja y blanca fue también la
enseña que poco después se impuso en Sevilla.

Como creo que estoy mareando
demasiado con eso de los colores, doy un
salto. En 1919, la
Asamblea Regionalista
de Córdoba, a propuesta de
Blas
Infante, aprueba como bandera andaluza la formada por tres bandas
horizontales de igual anchura, verde, blanca y verde. Se inspiró en los colores
de omeyas y almohades, pero también en la bandera que enarbolaron las mujeres
del cantón de Casares Y no olvidemos que, en 1932, el
Centro
de Estudios Andaluces quiso imponer, sin lograrlo, una de tres
bandas, azul, blanca y verde. Y no quiero
entrar a hablar siquiera de la
arbonaida.
¿Sabemos lo que es eso?

¿Reconocemos el valor simbólico de
los colores citados al ver sobre el campo a nuestros equipos de fútbol? Y una
pregunta para quienes tildan a otros de independentistas y soberanistas
(recordad eso de la paja en ojo ajeno y la viga en el propio): ¿quién de nosotros
recuerda los episodios dramáticos (eran los albores de nuestra recién recuperada
democracia) en los que, durante una manifestación en pro de la autonomía, murió
el joven
José Manuel García Caparrós?
Por aquellos tiempos, la boca se nos llenaba diciendo que queríamos ser como el
País Vasco y como Cataluña.
Ahora, pensando en lo que me dice
Zalabardo sobre mis palabras en torno a la
bandera de Galicia, debo reconocer que tal vez la razón esté de su parte
y yo me haya movido entre las mismas movedizas arenas de quienes observan los
defectos de los demás, si es que los tienen, sin oír siquiera sus argumentos y sin
reparar en los propios.
1 comentario:
Pensaba que ibas a estar de vacaciones todo el verano. Me alegro de que estés aquí.¿O no? (lo digo por tí)
Creo que: "mentalidad pueblerina y retrógrada" = CATETOS.¡Ojo, no todos! y con todo mi aprecio.
Perdona las faltas de ortografía (sobre todo tildes, puntos y comas) y un gran abrazo.
Javier.
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