Nadie es tan despistado que ignore, creo, que estamos entrando en la vorágine de las fiestas navideñas. Nochebuena, Navidad, Fin de Años, Reyes… Esperemos salir, según están las cosas, ilesos de tanto trapicheo. La covid es traicionera y aguarda tras la puerta. Lo que quizá no sea tan conocido, es que el origen de todas estas fiestas, a las que se asigna un importante sentido religioso, tienen, y no es un descubrimiento mío, un origen totalmente pagano. Del mismo modo que, así se lo digo a Zalabardo, deben ser bastantes las personas que no sepan qué quiere decir pagano, palabra a la que, en un tiempo, se le asignó un matiz peyorativo.
La
palabra pagano, si nos remontamos a su más remoto origen,
proviene de la raíz sánscrita pak-, que significa, ‘fijar, atar,
asegurar’; en definitiva, lo que nos une a algo o nos asegura. De ella, en
latín, surgieron varias, entre las que destacamos dos. Por un lado, pax,
nuestra paz, que significa, ‘vínculo, acuerdo’. Pero hay otra, pagus,
que designa ‘la aldea, el poblado, el burgo’ y que nada tiene que ver con pacare,
de donde sale pagar, ‘satisfacer lo que se debe’. De ahí que, en
español actual, haya un pago, ‘satisfacer lo debido’, y un
pago, ‘distrito agrícola, pueblo, aldea’.
La vida
en la aldea siempre ha estado más ligada a las faenas agrícolas, pues de ahí
proviene su sustento. que es de lo que se vivía: la siembra, la vendimia, las
cosechas… Y los aldeanos, como toda la humanidad en todas las épocas, llevados
por un espíritu religioso, entendiendo por tal la creencia de que todo lo bueno
y lo malo depende en última instancia de factores sobrenaturales que no
comprenden, se aferran a unos ritos con la esperanza de que el sol y la luz les
traigan buenas cosechas o los libren de enfermedades y de que no haya lluvias a
destiempo que destrocen las cosechas. Esos ritos no excluyen la celebración de
fiestas con las que honrar a esos seres que pueden mostrarse benévolos o
malignos. Fiestas que coinciden con el final del invierno y el inicio del ciclo
agrícola, con la primavera, con el verano y la recolección, el otoño y la
vendimia. Con ellas, se agradecía lo recibido y se rogaba por lo esperado.
Una de
esas fiestas es la Navidad, que, en la actualidad, tiene dos modos de ser
interpretada, como una de las máximas fiestas religiosas y como una fiesta
mundana, equiparable a cualquier otra. Zalabardo y yo, que intentamos siempre
ser tolerantes, respetamos cualquier interpretación y a sus defensores. Y por
ello, rechazamos tanto la actitud de quienes en nombre de la religión desearían
despojarla de su cara mundana como la de quienes, por el contrario, con el
argumento del laicismo, piden su supresión. Modestamente, creo que se
equivocan unos y otros.
Si acudimos a la historia de las culturas, lo que es innegable es que la Navidad, como la mayoría de las fiestas, tiene más de pagano que de religioso y aquí retomamos lo que se decía al principio. En época del Imperio Romano se celebraban las Saturnalias, fiestas del solsticio de invierno, momento en que los días se alargaban; y el 25 de diciembre se honraba el nacimiento de Saturno, del sol y del fuego, que anunciaban el inicio del nuevo ciclo agrícola. En la cultura iraní, ese mismo 25 de diciembre era el día del nacimiento de Mitra, que traía la armonía y la luz que conduciría a los hombres hacia la verdad. Eran fiestas en las que se intercambiaban regalos que, sobre todo, se repartían entre los niños y los pobres.
Los
primeros cristianos se oponían a estas fiestas, que veían muy alejadas de la
doctrina que ellos practicaban. Entre otras cosas, porque en el judaísmo del
que procedían se celebraba más la muerte y Saturno y Mitra
honraban un nacimiento. Pero el cristianismo, como todas las religiones, tiende
al sincretismo, a mezclar ideas y ritos y a adoptar los de otras creencias para
ganar adeptos. Así, cuando el emperador Constantino declaró el
cristianismo como religión oficial y la única permitida, se encontró con que
los pueblerinos, los aldeanos, veían con malos ojos la supresión de sus
fiestas. Hay que pensar que el cristianismo se difundió más por las grandes
urbes que por los campos. Esa es la razón de que, peyorativamente, los cristianos
llamaran paganos, ‘campesinos ignorantes’, a quienes no seguían
su doctrina. Y poco después, se llamó pagano a cualquiera que no
abrazara el cristianismo. Aun así, el paso dado por Constantino requería dar un
paso más. Y hacia el año 350, el papa Julio I dictaminó que el
nacimiento de Jesús se produjo el 25 de diciembre. Con ello, unas
fiestas paganas difíciles de erradicar se convirtieron, mediante
decreto, en fiestas religiosas.
La cuestión de la fecha no es algo baladí. Hay muchos estudios, incluso dentro del propio cristianismo, que defienden que el nacimiento de Cristo debió producirse entre finales de septiembre o comienzos de octubre. Un solo ejemplo, extraído del Evangelio de San Lucas. En el capítulo 2 se dice que había por allí unos pastores velando y cuidando de sus ganados. Los judíos, le digo a Zalabardo, eran más ganaderos que agricultores, solían tener sus reses en campo abierto hasta que el otoño anunciaba su final; entonces, los recogían para protegerlos de las inclemencias. Es, pues, difícil de creer que a finales de diciembre hubiese pastores en el campo con ganado suelto. También hay quienes sostienen que cuando en San Mateo, capítulo 15, Cristo dice: «en vano me honran enseñando doctrinas y mandamientos de hombres», se refiere precisamente a aquellas festividades en que se hacían patentes unas creencias que no eran las que él traía. Eso, dicen algunos, predispuso a los primitivos cristianos contra unas fiestas que acabarían en lo que hoy conocemos como Navidad.
Le digo
a Zalabardo que lo importante es respetar lo que crea cada uno y dejar que cada
individuo celebre estas fiestas de acuerdo con sus creencias. Si es preciso, le
digo, tendríamos que sentirnos todos paganos y no dejar que nadie
nos imponga una línea de pensamiento. El espíritu religioso no es uniforme,
siempre ha existido y, en el fondo, se puede observar que, en las historias de Mitra,
de Saturno, de Nimrod, de Cristo, de Semíramis,
de la Virgen María… confluyen elementos muy semejantes y sus
orígenes vienen sostenidos por la gente sencilla, los paganos. Más
tarde, se crearán las instituciones, que son las que lo quieren mangonear todo
a su capricho.
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