En el canto XXII de la Odisea (deseo no equivocarme porque empiezo a escribir este apunte en un chiringuito de playa de Rincón de la Victoria mientras hago tiempo para una reunión de amigos), Atenea, antes de prestar su ayuda a Ulises para acabar con los pretendientes de Penélope, adopta forma de golondrina y se retira a una viga ennegrecida desde donde observa hasta qué grado conserva su fuerza el héroe de Troya.
Comienzo
así porque, leyendo un artículo sobre cuáles son las palabras más feas de
nuestra lengua, me viene el recuerdo de que, cuando yo estudiaba bachillerato
allá en mi pueblo, Osuna, había dos palabras francesas que me parecían
bellísimas: una era hirondelle, golondrina, palabra que me
sugería la elegancia del plumaje del pájaro designado; la otra era coquelicot,
amapola, que en mi oído sonaba con la fuerza del destello rojo con que aparecía
entre el verdor de los trigos en el Cerro de la Gallega, al lado mismo del
instituto.
He
leído solo por encima este artículo que menciono, pero ha sido suficiente para
enterarme de que, según algunas encuestas, seborrea, garruño
y otra serie de palabras encabezan esa lista. Le digo entonces a Zalabardo que
no estoy muy seguro de que pueda hablar de palabras feas o bonitas y prefiero
hablar de palabras que me gustan y palabras que no. La fealdad, si acaso, se
encontraría en lo designado por ellas. Veamos si no un caso. Estos días, nos
duelen los oídos, la vista y el corazón de tanto oír la palabra guerra
y de contemplar la tragedia que asola Ucrania. Pero, por nombrar una realidad
aborrecible, pienso que puede ser fea sin merecerlo. Porque, atendiendo a esa
aspereza velar de la /g/ y a la fuerza de la vibrante /r/,
le encuentro a guerra un atractivo fonético del que otras carecen,
aunque no me gusta aquello que transmite.
Si queremos hablar de fealdad, feas serían todas las palabras que significan cuanto quisiéramos desterrar. En una película de Woody Allen se decía algo así como que «las palabras más hermosas no son te amo, sino es benigno», porque te libran de un miedo que tenías. Por eso, le digo a mi amigo, para mí es fea posverdad, una manera indecente de nombrar la mentira, palabra que también debiéramos detestar, y fea y condenable es reduflación, puesta de moda por la crisis económica y con la que comerciantes poco escrupulosos disimulan ese timo de mantener el precio de un producto a cambio de entregarnos menor cantidad del mismo; leo, por ejemplo, que una marca de macarrones mantiene el precio de un paquete con un 10% de contenido menos, lo que, paradójicamente, supone que al comprador le resulte un 15,7% más caro.
Nos desagradan, pues, las realidades significadas por guerra,
posverdad o reduflación, no las palabras en sí. Tal
vez por esa razón hasta nos cuesta encontrar otras palabras con que
sustituirlas. Intento demostrárselo a Zalabardo con dos ejemplos. La mariposa
es un insecto que sin duda gusta a cualquier persona. ¿Explicará lo que digo
que en euskera haya hasta treinta maneras diferentes de nombrarlo?: tximeleta,
mitxilokotoe, inguma, ollopapillum, txiripinton,
marisorgin, yinkoaren, bestelakoak, abekata
y, así, ya digo que hasta treinta, sin dejar atrás, creo que lo comenté un día,
pinpilinpauxa, considerada como la palabra más bella del euskera.
Y una profesora de la Universidad de Santiago de
Compostela, Elvira Fidalgo, ha reunido hasta setenta palabras para
nombrar la lluvia, otra realidad bella. La lluvia débil es chuvisca,
orvallo, barbaña, froallo, zarzallo…;
si es lluvia fuerte, entonces será chuveira, chaparrada,
arroiada, treixada, bátega…; si se
acompaña de rayos y truenos hablaremos de treboada, trebón
o torbón; y si cae en forma de nieve, cebriña, salabreada,
escarabana, sarabiada…, hasta completar la larga
lista.
Si es inevitable la existencia de muchas realidades desagradables
que no podemos suprimir, quedémonos con aquello que nos gusta y no culpemos a
las palabras. Le recuerdo a Zalabardo el comienzo de la novela La familia
de Pascual Duarte: «Yo, señor, no soy malo, aunque no me
faltarían motivos para serlo». O lo que decía la entrañable Jessica
Rabbit, de la película ¿Quién engañó a Roger Rabbit?,
cuando dice «Yo no soy mala, es que me han dibujado así».
2 comentarios:
Maravillosa la conversación de hoy con Zalabardo. Gracias, Anastasio. Ah, coquelicot sugirió en mi algo muy similar en mi infancia.
Gracias Elena.
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