Subsahariano. Foto de El País |
Vaya por delante, me pide Zalabardo
que lo recuerde, que este será el último apunte de la Agenda durante el verano,
como viene siendo costumbre. Así que, antes de entrar en faena, deseamos a todos unas agradables vacaciones.
Y
vamos al turrón. Ya en 1991, o sea, hace casi un cuarto de siglo, don Fernando Lázaro Carreter escribía: Los idiomas no se enriquecen solo
incorporando palabras para nombrar conceptos nuevos, sino también, y muy
especialmente, afinando en la nitidez inequívoca de su léxico, trabajándolo
para que permita diferenciar lo que siendo próximo, no es idéntico.
La frase, le digo a Zalabardo,
debería estar enmarcada y colgada en lugar bien visible en todas las
redacciones de los periódicos y televisiones de nuestro país y en todos y cada
uno de los despachos de tantos y tantos capitostes de ministerios, delegaciones
oficiales, centros educativos, etc., etc., de los que no dejan de salir
escritos merecedores, por lo menos, de pasar por el purgatorio antes de que se
hagan públicos.
Sufrimos una plaga de nuevos términos,
no siempre merecedores de ser acogidos. Pero no es cosa que importe tanto. Don
Quijote decía a Sancho en el cap. xliii de la segunda parte: el uso los irá introduciendo con el tiempo,
que con facilidad se entiendan; y esto es enriquecer la lengua, sobre quien
tiene poder el vulgo y el uso. Pero eso no impide que debamos ser
respetuosos con nuestra lengua y, por desgracia, no siempre lo somos.
Ahí es donde voy y la razón del
título del apunte. La segunda parte del texto de Lázaro Carreter deja más al descubierto nuestras vergüenzas. Porque
al tiempo que abrazamos con efusividad términos nuevos, despreciamos y descuidamos
los que hay hasta niveles que provocan sonrojo.
Tyden Burrell a los 5 años. Foto de Martin Schoeller (NG). Afroamericano. Su documentación dice birracial. |
Por ejemplo, ¿qué es eso de subsaharianos
y
honestos? Con ello quiero dejar claro que no cumplimos ese consejo de Lázaro Carreter que nos pide afinar la nitidez inequívoca del léxico y
diferenciar lo que, siendo próximo, no es idéntico. ¿Debería preocuparnos
la raza de las personas hasta el punto de volcar esta preocupación sobre la
lengua? Creo que no, pero… La dichosa norma de la corrección política en el
hablar nos deja con frecuencia descolocados, hasta el punto de que acabamos por
no saber ni lo que decimos. En los Estados Unidos, un día, dieron en pensar que
usar el adjetivo negro referido a personas era ofensivo. Y surgió afroamericano,
término del que habría mucho que hablar. Porque un americano hijo de
surafricano blanco y americana rubia de Dakota (o al revés) podría reclamar
para sí dicho adjetivo con todo derecho, ya que no todos los africanos son negros.
Pero lo cierto es que si decimos afroamericano pensamos de inmediato en
un negro
americano descendiente de los antiguos esclavos traídos de África.
Decir negro nos provoca un
repelús que no existe cuando decimos blanco. ¿Pudiera alguien sentirse
ofendido si se le llamara blanco? Habría que analizar el
contexto. ¿Debemos, entonces, decir caucásicos? La cuestión es que, al
final, tanto afroamericano como negro o como blanco, podrían convertirse
en términos ofensivos.
Helen Zille, Gob. de la Prov. Occid. del Cabo. Subsahariana |
¿Y qué pasa con subsahariano? Que levante
la mano quien, al oír palabra no piensa en un negro que procede de
África y que pretende entrar en Europa de matute. Luego decir subsahariano
equivale a decir negro. No obstante, si lo pensamos un poco, concluiremos en que
subsahariano
es todo africano nacido al sur del Sáhara, por lo que, vuelvo a lo de antes, a
un surafricano
o un rodesiano
descendientes de los antiguos colonizadores también les cuadra el adjetivo, aunque
no se lo apliquemos.
Ya que disponemos de norteamericano,
centroamericano
y suramericano
(o sudamericano)
para catalogar a los habitantes del continente americano, ¿no podríamos usar norteafricano,
centroafricano
y surafricano
(o sudafricano)
para hacer lo mismo con los africanos?
Porque, le digo a Zalabardo, ser negro,
o blanco,
o amarillo,
o cobrizo
son meras casualidades que no deberían importarnos al mirar a una persona.
Y vamos con la segunda parte. Los
adjetivos honesto y honrado pueden, en determinados
contextos, ser equivalentes. Pero, vuelvo a Lázaro Carreter, ¿por qué no afinamos la nitidez inequívoca del léxico?
Si acudimos a nuestros diccionarios más clásicos, vemos que el Diccionario
de Autoridades, de 1734, dice de honesto: Lo que es en sí bueno, decente, permitido y honroso. Modesto y virtuoso:
y, generalmente, casto. Razonable y justo; dícese particularmente cuando se
trata del precio de una cosa. En cambio, de honrado dice: Lo que está ejecutado con lustre y honor.
Que obra conforme a sus obligaciones y cumple con su palabra.
Percy Montgomery. Nacido en Namibia. Jugador de rugby. Subsahariano |
Y, sin embargo, hemos hecho un
batiburrillo con los dos, pues casi hemos eliminado el empleo de honrado
y lo que pedimos a un político, a un responsable de una empresa, etc., es que
sea honesto.
Todo, por contagio del inglés, donde honest equivale a nuestro clásico honrado.
¿No sería mejor, pregunto a Zalabardo, pedir a nuestros políticos que sean honrados
y que dejemos su vida sexual a un lado? Porque, ¿de qué me vale que un
gobernante sea casto, púdico y virtuoso, que eso es honesto,
si luego no cumple con la probidad e integridad que el puesto
le exige, que eso es la honradez?
Así pues, vuelvo al título, si un subsahariano
(sea cual sea el color de su piel) nos llega buscando una vida mejor, no les
cerremos las puertas. Pidámosle, si queremos pedir algo, que sea honrado,
pero dejemos a un lado su honestidad.
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