¿Ves,
chulita, como de este modo estamos en el Paraíso? Así se consiguen dos cosas,
la tranquilidad dentro, el decoro fuera. ¿Qué necesidad tengo yo de que me
llamen viejo verde? Y tú, ¿por qué has de andar en lenguas de la gente? (Benito Pérez Galdós: Fortunata
y Jacinta)
Estamos Zalabardo y yo en el bar de
un polígono haciendo tiempo mientras me revisan los frenos del coche. No
recurro a ningún tipo de imagen, es la verdad que escribo este apunte sentado
en un bar. Oímos a un parroquiano, que conversa con otro, decirle: El pobre Manolo las pasó ayer morás. Me
acordé de inmediato de La tesis de Nancy, de Sender, y de los líos que la
protagonista se armaba con las expresiones populares. Tendré que buscar luego
el episodio concreto recordado. Zalabardo, en cambio, va más a lo suyo y me
pregunta: ¿por qué en nuestra lengua tenemos tantas expresiones en las que los
colores se cargan de significado negativo.
Tiene mi amigo la virtud de
plantearse preguntas que, así de pronto, me obligan a pensar. Y pocas veces sus
preguntas son baladíes. Así que, mientras doy un bocado a mi pitufo con aceite
(él se lo ha pedido con tomate y jamón), me vienen varias a la cabeza: pasarlas
moradas; tener la negra o verse negro para algo; ser
un viejo verde, contar un chiste verde o poner
verde a alguien; comerse el marrón; trazar
(o no) líneas rojas; ponerse morado; prensa amarilla; poner
colorado a alguien… Desconozco, le digo, la razón de este semantismo
negativo de algunos colores, aunque el origen de tales expresiones pueda ser
explicado las más de las veces.
Vemos que verde es el que más se
repite; y, si no me equivoco, ya digo que escribo este apunte sin tener a mano
materiales de consulta, el origen de las tres parte de viejo verde. En latín, viridis
significaba no solo un color, sino también ‘lozano, vigoroso’ y se aplicaba
tanto a jóvenes como a mayores. De ahí que un viejo verde era quien,
pese a su edad, conservaba la lozanía y vigor de la juventud. Pero llegó un
momento, que no sé ahora cuál fue, en que se consideró impropio de ciertas
edades mostrar inclinaciones sexuales que, se pensaba, correspondían a otra
edad. Y la palabra pasó a significar ‘indecente u obsceno’. De ahí, el chiste
verde es el que versa sobre obscenidades y poner verde a alguien es
criticarlo porque su comportamiento no se ajusta al que se piensa debería
mostrar.
Tragarse, comerse o cargar con el marrón.
La última forma me parece la más adecuada, aunque no tengo seguridad de que,
aquí, marrón aluda a un color. Carga con el marrón aquel sobre quien
se hacen recaer todas las culpas o la responsabilidad de un hecho. ¿Y por qué
carga y, precisamente un marrón? En alguna parte creo haber
leído que, en zonas de Salamanca, se llama marrón a una viga fuerte de la que
se colgaban los productos de la matanza, los aperos de la labranza o cualquier
cosa que hubiese que quitar de en medio. El marrón lo aguantaba todo.
Por eso, la persona a quien se le echa encima una culpa o una responsabilidad
se convierte en marrón.
¡Ay, las dichosas líneas
rojas de que ahora habla todo el mundo! Cuando se pone de moda una
palabra o expresión, nadie se priva de emplearla si no quiere pasar por
inculto. Que sepa por qué se dice eso es harina de otro costal. La línea
roja delimita el punto del que algo no debe pasar. ¿Y por qué una línea
roja y no violeta, por ejemplo? Porque en las máquinas de vapor
antiguas (también podemos pensar en los termómetros analógicos) había un
manómetro para medir la presión. Una línea roja, bien visible, marcaba
que la presión no debería sobrepasar ese nivel para evitar cualquier riesgo de
explosión.
¿Y qué es ponerse morado? Es algo
que decimos de quien se da un hartazgo de algo, bien sea comida, por lo
general, o de otra cosa, por extensión. Se pone uno morado por efecto de la
cianosis, que es el proceso por el que la piel toma una coloración violácea
o morada
como consecuencia de una deficiente oxigenación de la sangre, cosa que ocurre
en quien se ha dado una comilona o tiene problemas respiratorios.
Como las expresiones que quedan,
sobre todo pasarlas moradas, alargarían este espacio, le digo a Zalabardo
que me parece pertinente dejar aquí el apunte y continuarlo la semana próxima.
Ya en casa, busco el episodio
recordado de La tesis de Nancy. Hacia el final del capítulo vii, la jovencita americana cuenta a su
amiga que Curro le habló de alguien que pasó las moradas y ella, cándida,
piensa en pruebas espirituales relacionadas con Las moradas de Santa Teresa. Pero de eso hablaré,
digo, en el próximo apunte.
Sobre el cambio experimentado por verde
y viejo
verde. Covarrubias (1611) no
menciona la palabra viejo, pero dice que estar uno verde es ‘no dejar la
lozanía de mozo habiendo entrado en edad’. El Thesaurus de Baltasar Henríquez (1679) dice de verde vejez que es la ‘vejez sana y
robusta’; en ambos casos, vemos parece claro que se alude a cualidades positivas. Sin embargo, el Diccionario
de Autoridades, de 1739, después de decir que verde es
‘metafóricamente, mozo que está en el vigor y fuerza de su edad y lo da a
entender en sus acciones’, añade luego que viejo verde es ‘el que mantiene o
ejecuta algunos modales y acciones de joven impropias de su edad’; también
identifica verde con salaz, es decir, ‘inclinado a la
lujuria’. El cambio, como se observa, ya ha tenido lugar y explica lo de chiste
verde. Algo después, Terreros y
Pando, en 1788, afirma que viejo verde es ‘el que lleva una
vejez liviana, de poco juicio’.
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