Si
alguien oye hablar de un cheposo en Huesca, seguro que no tiene duda de que se
está refiriendo a un zaragozano (y no a alguien con joroba). Si la conversación
transcurre en la capital aragonesa y se refiere a un oscence, entonces este
será fato (Cristina Adán)
Adentrarse en el asunto de qué sean los gentilicios es, seguro, meterse en un buen berenjenal, pues no está
demasiado claro qué haya de entenderse por tal. María Moliner dice que son nombres y adjetivos que expresan naturaleza
o nacionalidad. El DRAE recoge tres acepciones: 1. Que
denota relación con un lugar geográfico. 2. Perteneciente o relativo a las
gentes o naciones. 3. Perteneciente o relativo al linaje o familia. Está
claro que sevillano, muniqués o tailandés son gentilicios. Pero cuando, por ejemplo,
al portero del Real Madrid Keylor Navas
se le llama tico, ¿usamos un gentilicio?
Gregorio
Salvador trata de explicarnos dos cosas al respecto: que un gentilicio es algo más y que hay que
diferenciarlo de lo que sea apodo
colectivo. Para ello nos remite a la Gramática descriptiva, de Ignacio Bosque. Y, en efecto, si acudimos
a esta, nos encontramos con que se dice que el gentilicio designa características geográficas, étnicas, políticas
y religiosas y que, por lo común (ojo, no siempre), se derivan de la raíz del
nombre de un lugar. O sea, que americano es un gentilicio propiamente dicho, pero que también se pueden considerar
como tales, según los contextos, mahometano, conservador o negro.
Cosa diferente es el apodo colectivo,
que se caracteriza por indicar una nota (cualidad o defecto) particular de uno
o más individuos, que puede ser cariñoso, ofensivo o despectivo y que, con
bastante frecuencia, aplican los habitantes de un lugar a los de otro próximo.
Según esto, sería apodo colectivo,
próximo al gentilicio, llamar caballas
a los de Ceuta o perotes a los de Álora.
Le comento a Zalabardo que, hasta
ahí, todo está meridianamente claro y, para una persona común y corriente, no
hace falta meterse en más honduras. Pero hay una cuestión que sí quiero mencionar.
Se dice, con razón, que el
gentilicio
suele derivarse de la raíz del nombre al que se aplica. Así, el
madrileño
es de Madrid como el
valenciano es de Valencia. Pero, en
ocasiones, nos encontramos ante situaciones por lo menos sorprendentes. Aquellas
que crean personas que, sin entrar en más razones, publican artículos con
títulos como
Los más raros gentilicios de España, o algo parecido. Y citan,
doy una corta lista,
iliturgitano (de Andújar),
bilbilitano
(de Calatayud),
astigitano (de Écija),
ilerdense (de Lérida),
sexitano
(de Almuñécar),
brigantino (de Betanzos),
mirobrigense (de Ciudad Rodrigo) o
ursaonense
(de Osuna). Lo que suelen ocultar la mayoría de estos artículos (ignoro la
razón) es que tales gentilicios no derivan del nombre actual de la población
sino del latino, al menos en los casos que he citado:
Iliturgi,
Bílbilis,
Astigi,
Ilerda,
Sexi,
Brigantium,
Miróbriga
y
Urso,
respectivamente.
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José Solís Ruiz
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El creciente desprecio hacia las
humanidades, y en este caso el latín, explica la dificultad que tenemos para
reconocer estas cuestiones. Y esto me trae a la memoria una anécdota en la que
se vio involucrado Ministro Secretario General del Movimiento en las Cortes
franquistas,
José Solís Ruiz, nacido
en Cabra, cuando emprendió una reforma del sistema educativo en la que se
pretendía potenciar el deporte en el bachillerato a costa de quitar horas de
latín. En el debate, el ministro llegó a afirmar:
Porque, en definitiva, ¿para qué sirve el latín? A estas palabras
respondió
Adolfo Muñoz Alonso, participante
en el debate, profesor de la
Universidad Autónoma de Madrid y
defensor de la cultura clásica:
Por de
pronto, señor ministro, para que a su señoría, que ha nacido en Cabra, le
llamen egabrense y no otra cosa.
Y es que, aunque el topónimo Cabra deriva de la forma árabe
Qabra,
su origen más remoto es el latín
Egabrum.
En cuanto a los
apodos colectivos, el asunto se complica. Como decía más arriba,
con bastante frecuencia suelen nacer de la intención burlesca de algún pueblo
vecino o de una característica peculiar, no siempre fácil de explicar. Son
apodos colectivos, que hay tantos o más
que
gentilicios,
gato
(de Madrid),
boquerón (de Málaga),
morisco (de Almogía),
chichilindris
(de Arroyo de la Miel),
pechero (de Alozaina),
alcaudón
(de Osuna),
panciverde (de Aguadulce, Sevilla),
cuervo (de Villanueva del
Duque),
manano (de Lucena),
mochano (de Antequera) y un
larguísimo etcétera. A veces, varias poblaciones comparten un mismo apodo
aunque por razones diferentes. Los habitantes de los pueblos malagueños Humilladero
y Mollina, según la tradición, se llevan muy mal, ‘como perros y gatos’. Por
este motivo, a los del primero se les llama
gatos y a los del
segundo,
perros. Pero no siempre es tan fácil la explicación, pues
incluso podemos encontrarnos con casos en que diferentes personas dan razones
muy distintas.
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