—Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?
—Hombre... ¿y por qué no? Pudo haber once
mil vírgenes de la misma manera que hubo doce apóstoles y diez mandamientos y
siete plagas y cuatro evangelistas… (Enrique
Jardiel Poncela)
Martirio de santa Úrsula, de Filippo Vitelo |
Zalabardo puede dar fe de que no soy persona muy afecta a las redes sociales. Mantengo la opinión de
que es muy necesario un serio tratado sobre Normas para una adecuada
actuación en las redes sociales o algo por el estilo, pues el título me
lo acabo de inventar, para no incurrir en errores frecuentes ni ser víctimas de
actuaciones poco éticas.
Hay una leyenda piadosa que trataré
de resumir aquí confiando en no cometer demasiados errores. Se dice que hacia
el siglo v existió en Bretaña una
doncella llamada Úrsula que,
convertida al cristianismo, decidió permanecer virgen. Al tratar su padre de entregarla en matrimonio a un príncipe bretón, Úrsula marchó con un indeterminado número de
compañeras (parece que fueron diez) hasta Roma, donde fueron recibidas por el papa y ante él reiteraron sus votos de castidad. A la vuelta, sorprendidas por las tropas de Atila, fueron violadas y luego
ejecutadas. Ahí nació la leyenda, otros la llaman historia, de santa Úrsula y las once mil vírgenes. Todo parte de un documento latino (confieso que no lo conozco) halladon en
Colonia. Unos dicen que en él se habla de Ursula et Uximilia, virgenes;
otros, que de Ursula et Undecimillia, virgenes. En cualquier caso, esta Uximilia o Undecimillia era una compañera de Úrsula. Pero la versión más verosímil dice que lo que aparece detrás del
nombre de Úrsula es la
abreviatura XI. M. V. Y unos afirman que significa undecim martyres virgenes (‘once
vírgenes mártires’, o sea, Úrsula y
sus diez compañeras), mientras otros se empeñan en leer undecim millia virgenes, es decir,
‘once mil vírgenes’. De ahí la irónica pregunta ¿pero hubo alguna vez once mil
vírgenes?
Y vamos al meollo. ¿Pero es que ha
habido alguna vez once mil amigos?, le pregunto a Zalabardo
para que entienda la razón del relato anterior. No obstante, observamos que en Facebook,
Twitter,
WhatsApp
y todas las que no conozco, hay quien presume de tener cien, doscientos, mil, cinco mil
o más amigos. ¿Es posible eso? ¿Cuántos amigos tiene una persona? Mi conclusión es que o queremos decir otra cosa (seguidor, admirador, fanático…)
o hemos alterado el significado de amigo. ¿Deterioro
del término por el uso o degeneración natural? ¿No será que estamos maleando o deturpando
la palabra, alterando a propósito su sentido?
La realidad, por desgracia, nos
demuestra que hay muchos de estos amigos hostiles, que solo nos
quieren si pulsamos muchas veces me gusta en sus comentarios. Podría
citar ejemplos reales. Solo diré que alguien me borró de sus contactos y luego
quiso justificarse con la tonta excusa de que lo hizo porque “creía que no
había forma de que me enterase de ello”. Y otro, con ásperos modales, me
calificó como troll, término que yo desconocía y que, al parecer, en el mundo
de las redes sociales, designa al provocador que hace comentarios con el
intencionado propósito de molestar.
Todo esto pasa, insisto a Zalabardo, porque no hemos aprendido a ser tolerantes y a aceptar las críticas. Y
porque en las redes, aparte de otros muchos, hay dos grupos de personas de las
que debemos cuidarnos: el de quienes se dedican a compartir contenidos sin
pararse a analizarlos previamente y el de quienes (estos son los peligrosos),
con no sé qué mala intención o torcidos intereses, inventan y difunden
informaciones falsas o incorrectas. Y cuelgan manifiestos y declaraciones atribuidos
a Pérez-Reverte, a Forges, a García Márquez, al papa
Francisco o al Sursum corda, que estos nunca han firmado ni declarado. Ayer mismo leía
la queja de Steve Coll, decano de la
Escuela
de Periodismo de Columbia acerca del alto número de noticias falsas que
circulan por las redes.
Le digo por fin a Zalabardo que echo
de menos que los padres, en lugar de crear falsos debates sobre deberes sí o
deberes no, podrían exigir a los centros escolares que los ayuden a educar a
sus hijos (pues la responsabilidad es compartida) en un empleo más racional y prudente
de este mundo de las redes, que no es que sea el futuro, sino que es un rabioso
presente. Aunque a algunos nos haya pillado un poco mayores.
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