Formó
Yavé Dios al hombre del polvo de la tierra y le inspiró en el rostro aliento de
vida (7)… Y de la costilla que del hombre tomara, formó Yavé Dios a la mujer
(22). El hombre exclamó: “Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi
carne. Esta se llamará varona, porque
del varón ha sido tomada (23)
(Génesis,
capítulo 1)
Safo, cuadro de John William |
En este
terreno, le digo a Zalabardo, hay dos bandos: el de quienes acusan al lenguaje
de todos los males (no hay lenguaje neutral, dicen) y el de quienes piensan que
el lenguaje no hace sino reflejar nuestra propia mentalidad (el lenguaje es
inocente). Yo me incluyo en este último bando. Estoy convencido de que el
lenguaje no hace más que reflejar nuestros prejuicios y nuestros defectos, del
mismo modo que una sociedad libre, abierta y solidaria, creo, tendrá un lenguaje
que también lo sea.
Rosalía de Castro |
Le pido a
Zalabardo que se fije bien en el texto con que introduzco el apunte. Me
confieso desconocedor total del hebreo y arameo, lenguas en las que
posiblemente fue escrita la Biblia. Utilizo, pues, una
traducción en la que, a poco que prestemos atención, veremos de qué modo se
reflejan términos confusos a la hora de ser interpretados: hombre, mujer,
varón,
varona.
Su solo empleo ya crea confusiones y tal vez desconocimiento (u olvido
voluntario) de su etimología.
Existe en
sánscrito una forma dhghem-, ‘tierra’, de la que salen los términos latinos humus,
‘tierra’ (inhumar, exhumar, trashumante, humilde…)
y homo,
‘habitante de la tierra’ (hombre, homicida, humano…).
Si miramos que la lengua latina dispone a su vez de vir, ‘ser humano de sexo
masculino’ y de mulier, ‘ser humano de sexo femenino’, hemos de concluir que hombre
tiene un valor generalizador y designa a ‘cualquier ser humano’. Lo que pasa es
que, a lo largo de los años, nuestra lengua abandonó vir y hombre
asumió los dos significados. Para mayor abundamiento, el latín disponía de un
cuarto vocablo, persona, que señalaba la ‘visión que queremos transmitir a los
demás de nosotros mismos’. De ahí proceden personalidad y personaje, entre otros.
En griego
sucede algo semejante. Los correspondientes a los términos citados son anthropós
(antropología),
andrós
(androide),y
giné
(ginecólogo);
y el cuarto es prosópon (prosopopeya). ¿De dónde sale,
entonces, varón?
Gloria Fuertes |
Corominas argumenta que procede de una
forma germana baro, que significaba ‘hombre libre, persona de sexo
masculino’, que, más tarde pasó a significar también ‘persona noble, título
nobiliario’ (barón). Una confusión no bien explicada comenzó a confundir
esta palabra con el vir latino (lo vemos en Covarrubias
y otros), lo que justifica que la escribamos con v y hayamos distanciado barón
de varón,
que, en el fondo, son la misma palabra. Por ello, en las más clásicas
traducciones de la Biblia se lee que, cuando Adán
se vio frente a Eva la llamó varona,
palabra que, en nuestra lengua ha ido adquiriendo un valor peyorativo, ‘mujer
varonil’. Lo que digo, prejuicios sociales imputables a la comunidad y no a la
lengua.
¿Y adónde
quieres llegar con todo ese preámbulo?, me pregunta Zalabardo. Le contesto que
la cosa es más simple de lo que la gente cree: que solo una concepción
patriarcal y machista de la sociedad puede defender que hombre se usa solo para
referirse a los varones. Si decimos El hombre es mortal o hablamos de la
Declaración
de los derechos del Hombre, nada demuestra que en el contenido
semántico de hombre queden excluidas las mujeres. A lo sumo,
diremos que, en el discurrir de los tiempos, las palabras se van cargando de
connotaciones, unas veces positivas y, otras, negativas. Esa es la razón de que
muchas mujeres se sientan discriminadas e incluso ofendidas cuando se
habla de hombre en ese significado universal que tiene, aparte del otro.
¿Qué pasa
entonces con poeta y poetisa? Le aclaro que no haré
ninguna disertación sobre el género gramatical; lo he hecho otras muchas veces
y no me quiero repetir. Solo quiero que se recuerde, cualquiera que consulte la
más básica gramática de nuestra lengua podrá verlo, que hay unas palabras que
se llaman comunes en cuanto al género, es decir, que valen tanto para el
masculino como para el femenino (atleta, modelo, testigo,
chófer,
joven,
miembro,
cantante…).
Entre ellas, en un tiempo, alguien tuvo la ocurrencia de incluir poeta.
Julia Uceda |
Miremos a
nuestro alrededor. La mujer se ha incorporado en igualdad de condiciones a una
sociedad nueva y distinta, aunque aún encontremos quienes se resisten a que sea
así. Por eso encontramos formas femeninas que nunca antes habíamos oído: bombera,
médica,
torera,
arquitecta,
etc. Y no solo eso, pues hay quien propugna, y yo me cuento en este grupo, que algunas
palabras que antes se consideraban comunes podrían seguir el ejemplo. Por eso
no me escandalizo de que se diga jueza, cancillera o presidenta.
Pese a ello, no faltan mujeres que se resisten a ser llamadas médicas
o abogadas.
Y
llegamos a poetisa. Poeta ha sido considerada un tiempo
palabra de género común. En una consulta realizada en 2008 a Fundéu
sobre si era correcto decir poetisa se respondía: “Por
supuesto que es correcto decir poetisa.
De hecho, poeta como femenino, es decir, poeta como sustantivo de
una sola terminación, de género común, solo se incorporó en la última edición
del diccionario académico, aunque se usaba desde hacía tiempo”.
Emilio
Ruiz Mateo, en un artículo reciente, dice que se comenzó a utilizar poeta
en detrimento de poetisa “por un reclamo feminista mal entendido. Las pobres poetisas
tenían mala fama. Se las identificaba con aquellas señoritas cursis que en otro tiempo, a
falta de ocupación mejor, llenaban sus ocios componiendo rimas sentimentales.
Como si no hubiera habido varones que hacían lo mismo, se entendía que
los poetas
eran poetas
en serio, profesionales (por así decirlo), y se despreciaba a las poetisas.
Entonces las
poetisas que no querían ser
confundidas con poetisas empezaron a llamarse a sí
mismas poetas”.
Sinceramente, creo que esa situación se ha superado.
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