“Ahora,
si me permite, quisiera hacerle unas preguntas, algo así como un examen de
reválida. ¿Está dispuesto?” “¡Si las preguntas no traen retranca...!” “Vamos a
ver: ¿a quién llamamos el nieto de las ondas?” (Gonzalo Torrente Ballester: La saga/fuga de J. B.)
Recogida de aceituna con pinza vibradora |
Esta semana llego un poco más tarde.
Zalabardo sabe que he estado en Osuna, mi pueblo, presentando mi novela Como
médanos. Ha sido un fin de semana de nervios, de inquietud, de
preocupación por que todo saliera bien. Y, felizmente, todo ha ido a pedir de
boca. Trato exquisito por parte de la directiva del Casino, en uno de sus salones
tuvo lugar la presentación, y cálida acogida de mis amigos y paisanos.
Pero no todo ha sido promoción
literaria. Por encima de ello han reinado los actos de camaradería y los
momentos dedicados al recuerdo de tiempos ya pasados. El sábado, por ejemplo, Antonio,
el marido de Mari Pepa, la compañera de la eterna sonrisa (aunque si lo
pienso, ¿hay alguna de mis compañeras que no se distinga por una peculiar
sonrisa?), nos propuso dar un paseo por el campo, para ver las faenas de
recogida de la aceituna de verdeo. Y allá que nos fuimos.
¡Qué diferencia respecto a cómo se
recogía la aceituna en los años de mi niñez! La mecanización ha hecho más
llevaderas las duras tareas de otros tiempos. Nunca las faenas agrícolas han
sido fáciles, pero las aceituneras que vi el otro día en plena labor no han de
soportar las dificultades que padecían las de años atrás. Ver cómo la pinza
vibradora sujeta a un tractor hace caer la aceituna del árbol y cómo remata la
faena la vibradora manual, o cómo de manera mecánica se recoge la aceituna
caída sobre las redes, es, al menos para mí, una experiencia nueva, pues he
sido testigo de cómo el vareo, el ordeño y la recogida tradicionales parecen
haber caído en desuso.
¿Retranca o ataharre? |
Y hablando de caer en desuso. Ahora,
en el campo, moderna maquinaria ha relegado al olvido el trabajo de las bestias
de carga y tiro. El paso del tiempo, la modificación de los sistemas de
trabajo, la aparición de nuevas técnicas, ha supuesto también la pérdida de
muchas palabras y ha convertido a no pocos objetos en piezas de museo. Es algo
que podemos ver en cualquiera de nuestros pueblos, muchos de los cuales se esfuerzan
en recoger y depositar piezas, objetos, utensilios y aperos en pequeños museos
etnográficos para evitar su completa desaparición.
En el hotel donde nos hemos alojado, me sorprendió ver en
una de las esquinas de un bello patio de estilo andaluz, cuidadosamente
plastificadas y encuadernadas, unas hojas que ofrecían imágenes y explicaciones
sobre correajes y atalajes de animales de carga, tipos de arados antiguos y
otros aperos. Y todo, acompañado de su respectivo nombre.
¡Cuántos de esos nombres han dejado
de tener sentido para la mayoría de la gente! Aunque muchos sigan apareciendo
en el diccionario, lo cierto es que son ya palabras agonizantes, si no muertas.
Viendo esas láminas, recordé que, en los inicios de mi novela, se dice que
cuando se pierde una palabra, se pierde un trozo de la propia vida.
Silla con baticola |
La sorpresa me la daba la
denominación de una de las correas, llamada retranca, que yo
desconocía. Cualquier diccionario nos dice que retranca es, en
principio, ‘cualquier intención disimulada y oculta’. Y, en segundo lugar, una ‘correa
ancha, a manera de ataharre, que forma parte del atalaje y coopera a frenar el
vehículo, y aun a hacerlo retroceder’. Pero es que a esa correa yo siempre la
he llamado ataharre. Pregunté a amigos que se dedican al campo y me
declararon desconocer el término ataharre, que, según el diccionario
es una ‘banda que sujeta la silla o albarda, rodea las ancas de la caballería e
impide que el aparejo se corra hacia adelante’. Para mayor sorpresa, en la ya
citada lámina vi que no aparecía la baticola, una ‘correa sujeta a la
silla de montar que pasa por debajo de la cola del animal’. Mi amigo tampoco
conocía el término baticola.
Tres términos hoy extraños, retranca,
ataharre
y baticola.
Los dos primeros me sumieron en una duda grande y doble: ¿qué diferencia a la retranca
del ataharre?;
y ¿de dónde procede la expresión hablar con retranca o tener
algo retranca? Le digo a Zalabardo que, por el momento, no tengo
respuesta para ninguna de las dos.
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