Los
hablantes emplean las palabras que se les antojan independientemente de que
figuren o no en el DLE. Lo que rarísima
vez se expresa es gratitud hacia el trabajo de tantos académicos que han
dedicado su mejor saber y su tiempo a precisar el idioma desde hace trescientos
años. (Javier Marías: La
zona fantasma)
Después de tanto andar por la montaña, resulta que lo que hago es trekking |
Le manifiesto a Zalabardo mi
sospecha de que puedan acusarme de repetirme más que el ajo, dado que, de algún
modo, voy a insistir en algo semejante a lo ya tratado en el apunte anterior.
Pero, si lo hago, es porque me alegra encontrar textos de otras personas que
exponen criterios semejantes a los que defiendo. Me pasa eso, por ejemplo, con Álex Grijelmo, que cada semana publica
en El
País su columna En la punta de la lengua; y me ha
pasado hoy al leer el artículo de Javier
Marías en EPS. No trato de compararme con ellos ni de decir, eso sí que
no, que ellos sigan lo que en esta Agenda se dice (dudo incluso de que
conozcan su existencia). Mejor sería afirmar que soy yo quien sigue la línea de
ellos, puesto que poseen mayores conocimientos y mejor preparación que yo.
Marías
y Grijelmo no se oponen, al menos
nunca he leído una opinión suya en tal sentido, a la introducción de palabras,
a los cambios que requiera el propio cambio de la sociedad. Sí critican (hoy,
por ejemplo, lo hace Marías) que no
se aguarde lo suficiente para ver si una palabra arraiga en la comunidad. O que
se introduzca un extranjerismo innecesario si tenemos una palabra que significa
a las claras lo que queremos decir. Tampoco yo, le indico a Zalabardo, me
opongo a la lógica, necesaria y natural evolución de la lengua.
Esta es, por otra parte, la actitud
de quienes miran nuestra lengua sin un ápice de fanatismo y sin estar
mediatizados por un tradicionalismo inmovilista y trasnochado. Es lo mismo que
ya en el siglo xviii defendía una
figura de tan claro ingenio como fue el padre Feijoo. En una de sus cartas, en la que argumentaba contra quienes
lo acusaban de utilizar palabras extranjeras, escribía, entre otras muchas
cosas: No tenemos voces para la acción de
cortar, para la de arrojar, para la de mezclar, para la de desmenuzar, para la
de excretar, para la de ondear el agua u otro licor, para la de excavar, para
la de arrancar, etc. ¿Por qué no podré, valiéndome del idioma latino para
significar estas acciones, usar de las voces amputación, proyección, conmistión, conminución, excreción, undulación, excavación, avulsión?
Y no pocas de ellas siguen aún ahí.
Así como andar es casi una pasión
(que los años, necesariamente, van atemperando), casi nunca me ha atraído correr.
Pero, le pregunto en tono jocoso a Zalabardo: ¿debería alegrarme porque ya
nadie corre, sino que se hace running? Si sigo con el ejemplo
anterior, el del senderismo, ahora nadie practica la carrera por montaña (a la
que tan aficionados son los hijos de una gran amiga, Mari Pelayo), sino que se dedica al trail running.
Esto que digo es válido para muchos
deportes actuales. A otro buen amigo, José
Luis Algarra, ciclista de toda la vida, podría preguntarle si tiene una mountain
bike y si prefiere el cross country o el downhill y estoy seguro de que me
tiraría a la cabeza lo primero que pillara a mano, porque seríamos más sensatos
si hablásemos de bicicleta de montaña, travesía de montaña o descenso
de montaña, todo ello en bicicleta.
Ahora, lo que encontramos son
continuas promociones del rafting, el kitesurf, la nordic
walking e incluso de algo que no logro explicarme que algunos entiendan
como deporte, el paintball o el airsoft, en los que el objetivo no
es otro que el de matar a otros participantes. A lo mejor diciéndolo así, en
inglés, la conciencia se queda más tranquila. Y la lista no queda aquí, aunque
renuncio a continuar.
A eso es a lo que me opongo y eso es
lo que critico, que nos echemos en manos del inglés, en este caso, cuando
podríamos decir lo mismo de manera más simple. Y luego censuramos el proceder
de la Academia.
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