Las
fronteras del andaluz son difusas, el grado de nivelación es escaso, es decir,
coexisten varias normas disidentes de la castellana (Francisco Álvarez Curiel)
José María Pérez Orozco |
He leído algunas críticas acerca de
la fonética, léxico y sintaxis andaluces en la serie de televisión La
peste, ambientada en Sevilla, creo que en el siglo xvi. Zalabardo sabe bien que no soy
aficionado a las series televisivas. A lo largo de mi vida he visto pocas y de
estas pocas, las más gracias a la posibilidad de verlas de un tirón, sin tener
que esperar cada semana una nueva entrega. Recuerdo de hace años Twin
peaks, que no aguanté hasta el final. Más recientemente, he visto Fargo,
Breaking
bad (estas dos me han gustado bastante) y, la última, Fortitude.
De La
peste no he visto ningún capítulo y, por tanto, no puedo opinar sobre
si son o no atinadas las críticas que se hacen sobre el habla andaluza empleada.
Sin embargo, leer esta noticia me ha
traído al recuerdo a un compañero de los años de Universidad en Sevilla, José María Pérez Orozco, aplicado
estudioso de las hablas andaluzas; porque él no hablaba nunca de andaluz, sino
de hablas andaluzas. Y, al ponerme a buscar algunas de sus opiniones, me entero
con dolor de que José María falleció
va a hacer ahora dos años. ¡De cuántos amigos y compañeros tengo que hablar ya
en pasado porque se han marchado de esta vida!
José
María Pérez Orozco no fue solo un apasionado del estudio del andaluz; fue,
además, una persona de asombrosa vitalidad y poseedor de un sentido del humor envidiable,
aunque yo sea del parecer que la envidia es el pecado del que más hay que
alejarse. Jamás olvidaré sus apariciones por la Facultad de Filosofía y Letras
(en la antigua Fábrica de Tabacos sevillana) portando su guitarra junto a los
libros y las carpetas de apuntes. No eran pocos los días en que, concluidas las
clases, marchábamos en grupo a la Plaza de doña Elvira o a las orillas del
Guadalquivir. De aquel grupo formaban parte, he olvidado bastantes nombres, Alberto Fernández Bañuls, Miguel García-Posada, Emilio Escobar, Carmen Romero, Adolfo López
Hidalgo… Más tarde, algunos (Miguel,
Emilio y Adolfo y yo) marchamos a Granada y nos separamos de ellos. En Granada, me cupo la suerte de
tener como profesores a don Manuel Alvar
y a don Antonio Llorente, máximos
responsables del Atlas lingüístico y etnográfico del andaluz, que prendieron en
mí el interés por la dialectología y por todo lo relacionado con el andaluz.
Pero José María, en Sevilla, no tuvo esa suerte, aunque tampoco la
necesitó. Se dedicó con pasión al estudio del andaluz y, lo que es más
importante, a transmitir su entusiasmo, con el desparpajo y alegría que toda su
vida lo caracterizó, a sus alumnos y a cuantos quisieran oírlo. Luchó, sin
abandonar ese humor peculiar suyo, por combatir la inmensa cantidad de tópicos y
estereotipos referidos al andaluz y por dejar claras cuáles son las esencias de
nuestras hablas.
Mapa del ALEA sobre palabras para recadero |
Por eso quiero aquí traer algunas de
sus ideas, todas acertadas, y más en unos tiempos en los que parece predominar
en exceso o bien un desprecio por el idioma o bien un nacionalismo a ultranza
del mismo. Y no sé qué actitud de las dos es más reprobable.
Aunque parezca una perogrullada,
dejaba bien sentado que es imposible pensar en una férrea uniformidad de las
lenguas, de ninguna, porque siempre será posible hallar tantas variedades como
hablantes, manteniendo que en cada sitio se habla bien lo que se habla.
Decía también que las hablas son una habilidad condicionada por diferentes factores
y que uno de los principales es el clima; esto lo llevaba a reflexionar sobre
el hecho de que los andaluces vivimos gran parte de su tiempo en la calle y que
lo que se hace en la calle es hablar, razón que justifica la riqueza, en este
caso, de nuestra manera expresiva.
Sentado esto, Pérez Orozco, andaluz de pura cepa, pero que nunca cayó en el error
de los fanáticos que se van inventando nacionalismos faltos de racionalidad, defendió
siempre que del andaluz no se puede decir ni que sea idioma ni que sea dialecto.
Ni se puede jugar con él a la ligera como han intentado los estrambóticos
esfuerzos de algunos iluminados; como ese que se llama a sí mismo Huan Porrah y que, entre otros absurdos
se empeña en editar El principito de Saint-Exupéry
al dialecto andaluz. ¿A qué dialecto andaluz? ¿El de Sevilla, el de Huelva, el
de Cádiz, Málaga o Almería, el Cabras del Santo Cristo? ¿El seseante, el
ceceante? Porque no se habla igual el andaluz en ninguno de los sitios citados.
O como ese Alfredo Leyva que comete la
desfachatez no de escribir un libro titulado El habla malagueña, cosa
muy lícita, sino de subtitularlo Traslación bilingüe Malagueño-Español;
insisto en la pregunta: ¿qué malagueño, el de El Palo, de Mangas Verdes, de La
Trinidad, de Almogía o de Antequera? Porque el error de estas personas es, en
principio y no el más grave, el de creer que basta inventarse una equívoca
ortografía para reflejar nuestra habla. Por eso en el libro de Leyva leemos que uno de los
significados de canco es ‘perzonahe imahinario que ze uzaba pa’zuhtáh a loh niñoh’. Como bien explica Pérez Orozco, las hablas andaluzas
carecen de una ortografía propia y sus mayores características son de carácter
fonético, destacando un peculiar vocalismo (se distinguen en él hasta diez vocales)
que sirve, entre otras cosas, para diferenciar el singular del plural. Pero aún
hay más. Apunta muy bien que ese conjunto de hablas andaluzas está en continua
ebullición y muestra las más audaces evoluciones de la romanidad, por lo que
Andalucía puede ser considerada un laboratorio que ayuda a entender el
proceso evolutivo de todas las lenguas europeas.
Y ya que, por desgracia, no podemos
hablar con este admirable amigo y mejor persona, nos queda la suerte de
disfrutar, pues la encontramos en YouTube, oyendo de su boca historias
tan curiosas como la de la pervivencia en Andalucía del arcaísmo manque
o explicaciones tan certeras como la de la expresión no ni ná, en la que con
tres negaciones, se emite la más grande afirmación imaginable.
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