El ojo que ves no es
ojo porque tú lo veas,
es ojo porque te ve.
(Antonio Machado)
Me argumenta Zalabardo que hay
preguntas estúpidas a las que la gente, sin darse cuenta, suele responder con
la misma estupidez. Me lo ejemplifica diciendo que, cuando a él le preguntan
qué le gustaría llevarse a una isla desierta, responde que una barca para poder
salir de ella cuando esté harto de soledad; o que si lo ponen en la tesitura de
elegir qué sentido le dolería más perder, la vista o el oído, él se inclina sin
duda por el sentido común.
¡Ojo al Cristo, que es de plata! es
una expresión con la que se nos avisa de la vigilancia que debemos prestar ante
aquello que por su importancia o valor pudiera sernos arrebatado. Por más que
lo hemos buscado, ni Zalabardo ni yo sabemos cuál pudiera ser su origen, aunque
tiene todas las pintas de proceder de algún cuento tradicional.
Ojo es una de esas palabras que
encontramos en multitud de expresiones y refranes; por designar lo que designa,
el ‘órgano de la vista’ por el que entra en nosotros todo el mundo exterior, se
ha ido llenando con el tiempo de otros significados metafóricos y ha devenido
en ser eso que llamamos palabra polisémica: ‘cualquier tipo de abertura en algo’,
‘anillo de una herramienta en la que se ajusta el astil’, anillas de las
tijeras en que se ajustan los dedos’, ‘manantial que surge en un llano’, ‘espacio
entre los estribos de un puente’, ‘lavado ligero que se da a la ropa’…
Aparte de eso, son innumerables las
expresiones en que aparece: ojo de la tempestad, ojo
de patio, ojo regañado (‘mostrar enojo’), a ojo de buen cubero o,
simplemente a ojo (‘calcular sin valerse de ningún medio’), a
ojos vistas (‘patente’), a ojos cerrados (sin dudar’), andar
con cien ojos, cerrar el ojo (‘morir’), costar algo un ojo de la cara, en un
abrir y cerrar de ojos, tener buen ojo… Llama la curiosidad
la cantidad de animales que se asocian a ojo: ojo de buey, ojo
de lince, ojos de besugo, ojo de gallo, ojos de cordero degollado…
O los refranes en que interviene: como pedrada en ojo de boticario, cría
cuervos y te sacarán los ojos, dormir con los ojos abiertos, como las liebres,
el
ojo del amo engorda al caballo, la viuda rica, con un ojo llora y con el
otro repica, llenar el ojo antes que la tripa… Incluso, cuando damos poca
importancia a algo que sí lo tiene, se dice: ¡No es nada lo del ojo! (a
lo que se añade: y lo llevaba en la mano).
Pero le indico a Zalabardo que me
gustaría detenerme en dos expresiones que, aunque aparentemente sean
diferentes, coinciden en significar lo mismo: entrar algo por el ojo derecho
y ser
alguien el ojo derecho de una persona. Todos entendemos que con ellas señalamos
lo que, sea cosa o persona, concita nuestra predilección. Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana da de
ellas una explicación de base social, propia del machismo de una organización patriarcal.
Por eso alude al libro De intrepretatione somniorum, del escritor
del siglo ii Artemidoro, en el que podemos leer que los ojos son objetos de
nuestra estima y guías y protectores del cuerpo, por lo cual se asemejan a la
descendencia. Y así, afirma que el ojo derecho se refiere al hijo, al
hermano o al padre, mientras que el ojo izquierdo se refiere a la hija,
a la hermana o a la madre. A esto añade que, si lo que se tienen son dos hijos
varones, el derecho señala al mayor y el izquierdo al menor.
No dudo de que esta explicación sea válida,
pues en todas las sociedades se tiene en cuenta ese derecho de primogenitura e,
incluso, el de preferencia por el varón antes que por la hembra, y ahí tenemos
la muestra de nuestra propia Constitución. Sin embargo, yo me inclino
más por otra interpretación, de carácter más apegado a las creencias mágicas
que a las consideraciones del sexo. Lo digo porque esto último se podría entender
muy bien cuando hablamos de que alguien es el ojito derecho de sus padres,
pero cuesta más asimilarlo cuando se habla solo de que algo nos entra
por el ojo derecho. Igual que cuando, en otras circunstancias, hablamos
de comenzar
con buen pie o entrar con pie derecho. Ya entre los
romanos, los auspicios no eran otra cosa que la observación del vuelo de las
aves, de lo que se extraían consecuencias futuras. Aparecer un ave por el lado
derecho se consideraba buen augurio, todo lo contrario que si se ve aparecer
por el lado izquierdo. En los inicios del Poema de mío Cid leemos que a la exida de Bivar ovieron la corneja
diestra e entrando a Burgos oviéronla siniestra, cosa que preocupó al Cid.
Es decir, que todo lo que nos entra
por el ojo derecho es estimable y debemos desearlo. Y por ello, ese ojo
será el que más estimemos y lo identificaremos con el hijo, o hija, da igual,
sobre el que se descargue la mayor parte de cariño.
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