Un otoño, muchos años atrás, cuando más
olían las rosas y mayor sombra daban las acacias, un microbio muy conocido
atacó, rudo y voraz, a Ramón Camomila: la furia matrimonial.
—¡Hay un matrimonio próximo, pollos!
—advirtió como saludo a su amigo Manolo Romagoso cuando subían juntos al Casino
y toparon con los camaradas más íntimos.
(Enrique Jardiel Poncela)
No sabemos qué duración tuvo cada
uno de los días de que habla el Génesis. Pero habrá que suponer que
largos por lo que en ellos se hizo. Alguna vez, Zalabardo me ha dicho que Adán, hasta que se le concediera la
compañía de Eva y la facultad de
hablar, debió ser el tipo más aburrido que uno pueda imaginarse; no sabía jugar
porque no se había inventado el juego ni tenía con quien entretenerse. No podía
jugar a la gallina ciega por no saber qué era una gallina ni conocer a ningún
ciego. Y, dada su soledad inicial, no podía jugar, digamos por ejemplo, a las
siete y media ni a veo veo.
La tesis de Zalabardo continúa
manteniendo que solo el lenguaje consiguió sacarlo de su aburrimiento. Bueno, y
Eva, que, según leemos, fue creada
como ayuda y compañía, lo que nos lleva a pensar, a Zalabardo y a mí, que eso
del machismo vino después. ¿Por qué dice mi amigo que el lenguaje libró a Adán de su aburrimiento? Porque
conforme Dios le iba mostrando las
diferentes piezas del mecano con que durante los seis días anteriores construyó
el mundo, no hay duda de que Dios sí
sabía divertirse, Adán comenzó a
inventar palabras: “Eso se llamará caballo; eso se llamará monte; eso se
llamará mesa…” Y, así, una cosa tras otra. Nadie dirá que no tuvo que ser
divertido llenar el mundo de palabras y poner nombre a cada cosa. Y no digamos
nada si a un músculo se lo llama esternocleidomastoideo, o a un
animal ornitorrinco.
Alguna vez pensé que cuanto decía
Zalabardo era broma. Pero, con los años, he concluido en que la gente, a lo
largo de la historia, no ha dejado de jugar con el lenguaje. Un día, alguien
con ingenio dio en llamar a un aderezo del vestido femenino siguemepollo.
Como también es preciso aceptar que no fue Adán quien llamó mulo
a la cría del cruce entre asno y yegua ni burdégano a la cría del cruce de
caballo y asna. Es cosa de pura lógica.
Con las palabras se ha jugado, y se
juega, de muchas maneras. Hay un libro de Jesús
Marchamalo, titulado La tienda de las palabras, que trata
de ese asunto y de él saco la mayoría de los ejemplos. Podemos divertirnos
creando palíndromos, que son palabras capicúas, pues se leen igual al derecho y
al revés. Los palíndromos pueden ser palabras simples (Ana, oso, ojo, seres, reconocer…)
o frases más o menos largas (Dábale arroz a la zorra el abad, Eva
usaba rímel y le miraba suave…). Parecidas son las palabras bifrontes
(o semipalíndromos), que, leídas al revés, nos dan otra palabra distinta, pero
existente (animal/lámina, aparta/atrapa, ateas/saeta…). Pero los
juegos son muchísimos: buscar palabras que presenten en todas sus sílabas la
misma vocal (chatarra, esqueje, pitiminí, bochornoso,
sucusumucu…);
palabras que contengan las cinco vocales (murciélago, escuálido…); palabras con
sus consonantes en orden consecutivo (bocado, resto…).
Más complicado es conseguir una
rueda de palabras, como la que se ve en la imagen, que permita ser leída en
cualquier sentido que se tome (en el ejemplo, vida, diva,
dádiva)
o, tomando las letras de una palabra determinada, obtener palabras o frases
diferentes (de murciélago podemos conseguir los anagramas amigo cruel / comer
igual / gemí locura y lucir omega, y con las letras de Darío
formamos radio / ardió / raído y odiar.
Aún hay casos más complicados: Quevedo escribió un soneto en el que
todas las palabras comenzaban por la vocal a; Torrente Ballester incluye en su novela La saga/fuga de J. B. otro
soneto construido todo él con palabras inventadas y Jardiel Poncela escribió un cuento (Un marido sin vocación)
en el que no se usa ni una sola
vez la vocal e.
Podría seguir, pero no vale la pena.
Lo dicho vale para que entendamos que el idioma es un instrumento maravilloso
que, aparte de su función comunicativa, puede tener una función lúdica. Sin
embargo (¡ay, sin embargo!) mucha gente olvida, no quiero decir que ignora, que,
en cualquier caso, la lengua tiene una estructura y unas reglas que deben ser
respetadas. Podemos usar la lengua para defender cualquier idea o para reclamar
cualquier derecho. Lo que no se puede hacer es, para alcanzar tales objetivos,
destrozarla hasta límites aberrantes. Debemos empezar por admitir que la lengua
refleja el pensamiento de una sociedad. Y el diccionario, cualquier
diccionario, no es sino un espejo en el que se refleja ese pensamiento. Un
diccionario no impone un uso; es al revés: el diccionario da fe de un uso.
¿Es machista nuestra sociedad?
Zalabardo y yo creemos que, en gran medida, sí. ¿Hay rasgos de machismo en
nuestra lengua y en el DLE? Pues tampoco lo negaremos. Lo
que sí negamos es que ese machismo lo impongan la lengua o el DLE.
El día que eliminemos todas las injusticias que nuestra sociedad mantiene en
ese campo, también desaparecerán de la lengua y de los diccionarios. ¿Hay
medios para conseguir, no ya más derechos para las mujeres, sino que haya una
completa igualdad de todas las personas? Por supuesto, pero no creo que ninguno
de ellos pase por usar esas aberraciones lingüísticas del tipo portavoza,
por citar un ejemplo de actualidad candente. La igualdad la conseguiremos el
día que se redacten leyes que supriman las barreras salariales, el día que se
dicten leyes que permitan conciliar maternidad y trabajo sin detrimento para la
mujer, el día que no haga falta hablar de cuotas ni de discriminación positiva,
sino que, de forma natural, las mujeres con capacidad para ello, que hay
muchas, puedan acceder a puestos de responsabilidad ejecutiva en trabajos y
empresas. Todo eso se puede conseguir trabajando en el Parlamento, no dando
patadas al idioma. ¿De qué sirve a una mujer que se diga portavoza si sigue
ganando menos sueldo que un hombre que hace la misma tarea; de qué le sirve si ha de
verse obligada a elegir entre maternidad o trabajo?
Y una breve nota sobre portavoza.
No es el primer caso de esa naturaleza; tenemos los precedentes, alguno ya con
bastantes años encima, de miembra y jóvena. Pero lo de portavoza
es más grave porque infringe la gramática por todos sus costados. Empezando
porque voz es ya una palabra de género femenino. Y portavoz,
palabra compuesta, se convierte en común en cuanto al género porque designa
tanto a la mujer como al hombre que comunican las opiniones oficiales de su
grupo. Y aun en el caso de que se quisiera comparar con juez o edil,
donde no habría espacial problema para decir jueza o edila,
lo que habría que crear en el caso de portavoz es una forma para el masculino,
portavozo,
y no esa barbaridad de portavoza. Juguemos con el lenguaje
todo lo que queramos, pero no lo convirtamos en la casa de tócame Roque.
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