El
amigo es más necesario que el fuego y el agua, porque así como es imposible
vivir el agua y el fuego, así es imposible vivir sin amistad (Francisco de Quevedo)
El pasado sábado nos reunimos en
Sevilla. Para quien no lo sepa, pues hay cosas que, naturalmente, la gente no
sabe, hablo del grupo de amigos que comenzamos juntos nuestro Bachillerato, en
Osuna, allá por 1956, es decir, hace la friolera de 62 años. Pero para que
nadie se engañe, pese a que todos tenemos algún que otro achaque, no los
mencionamos, sino que mantuvimos por todo lo alto el ánimo, la ilusión y, sobre
todo, la alegría de estar juntos un día.
Pero como esta Agenda pretende siempre
mostrar algún aspecto del lenguaje, quiero hoy detenerme en tres palabras, en
apariencia diferentes, pero que en el fondo están íntimamente relacionadas: compañero,
consorte
y cónyuge.
Las tres coinciden en compartir un fondo común, el de manifestar algo que se
comparte con otros y nos une a ellos, expresado en el prefijo cum-
latino, con- en español. La raíz de compañero es el término
sánscrito pā, ‘nutrir, proteger’, de donde salen, entre otras palabras, pastor,
sátrapa,
‘gobernador’, pábulo, ‘alimento con el que se puede subsistir’ y, claro está,
pan.
Son compañeros
todos aquellos que comparten el pan, que es el alimento más básico.
Pero en la reunión había también consortes o cónyuges, según la
palabra utilizada por unos u otros. Para el caso es igual. Y es que cónyuge
viene del sánscrito yeug, de donde provienen también yugo e incluso yoga;
ambas se refieren a algo que une, que liga, que ata. El cónyuge es quien está
unido a otro. Por fin, consorte posee, igualmente, una raíz
sánscrita, ser, que significa ‘alinear, estar al lado’. De ser,
se originan, y hay muchas, sarta, ‘conjunto de cosas unidas’ o suerte,
por ejemplo; el consorte es la persona que comparte su suerte con otra.
Así, pues, quienes ayer estuvimos
juntos en Sevilla, éramos, a la vez, compañeros, porque compartimos mesa
y pan; éramos consortes, porque compartíamos la suerte de estar juntos; y
éramos cónyuges, porque todos teníamos un yugo que nos mantenía
unidos. Pero todo ello podría
resumirse en otra palabra de diferente origen, aunque de igual o mayor
importancia, amigo, que, aunque procede del sánscrito amma, ‘madre’, fue el
origen del verbo latino amo, ‘amar’. Y los amigos
son los que se manifiestan entre sí amor y afecto.
Por supuesto, en la reunión no faltó
el recuerdo de los que, por diferentes circunstancias, se hallaban ausentes.
Como tampoco faltó un vilorio, palabra muy de nuestro
pueblo y que bastantes no recordaban. Vilorio, término afectivo, es una
persona, por lo general se aplica a los niños, sumamente inquieta y revoltosa.
¿Quién es, o fue, el vilorio del grupo? Los que estuvimos
allí lo sabemos bien. ¿Para qué andar contando lo que no interesa a nadie más?
No hay comentarios:
Publicar un comentario