Caricatura de A. Moreira Antunes en The New York Times |
No sé si
vivimos un tiempo mejor o peor que el que hemos dejado atrás o el que esté por
venir, pero por todos los flancos observamos actitudes y conductas que, cuanto
menos, preocupan. De corrupción, de intolerancia, de injusticias, de fanatismo,
de depravaciones, de censura… Dan ganas de cerrar los periódicos, de apagar
radios y televisores; aun así, las redes sociales ya se bastan para que escapemos
de esa turbulencia.
Hace unos días,
a Zalabardo y a mí nos ha preocupado, e incluso nos ha dado miedo, leer una
noticia que parece haber pasado desapercibida para muchos. The New York
Times ha decidido, motu proprio, suprimir de sus páginas las
viñetas de carácter satírico. Aparente causa: la reciente publicación de una
caricatura en la que aparecen Trump y el primer ministro israelí Netanyahu que ha molestado a las
altas esferas. Y no hace falta decir las susceptibilidades que se sienten
heridas hoy cuando algo no nos gusta. ¿Será esto anticipo, nos decimos, de que
un día dejaremos de ver, por ejemplo, las tiras políticas de Peridis o
las viñetas-crónicas-análisis de El Roto? Le recuerdo a Zalabardo las
palabras de Mario Vargas Llosa: se puede medir la salud democrática
de un país evaluando la diversidad de opiniones, la libertad de expresión y el
espíritu crítico de sus diversos medios de comunicación.
Peridis. El País, 11, junio, 2019 |
La censura no
es algo nuevo ni tiene un único color. Ya Platón, en el libro II de La
República, sugería la necesidad de nombrar guardianes que vigilaran la
idoneidad de lo que podía difundirse y quiénes no deberían leer/oír
determinadas cosas. Y en cuanto al color, todas las dictaduras, de izquierdas o
derechas, han querido poner freno a la difusión y acceso libre de ideas. La
excusa estúpida de todos los censores es la preocupación por la formación
(intelectual, moral, social…) del ciudadano. ¿No se le ocurre a ningún censor
que los ciudadanos sean mayores y estén suficientemente formados para equivocarse
solos, si ese es su deseo?
El Roto. El País.15, junio, 2019 |
Le digo a
Zalabardo que peor que la censura es la autocensura, de lo que se sabe bastante
en esta edad de lo políticamente correcto. La decisión de The New York
Times lo demuestra: hay miedo a molestar a alguien, aunque también
miedo a las represalias de los poderes aludidos. En España, pienso, hoy no
tendrían futuro revistas satíricas de épocas pasadas, como La
Ametralladora, La Codorniz, Hermano Lobo… El
Jueves parecía haber cogido el relevo, pero bien caro le ha costado.
Tendemos a
confundir la libertad de pensamiento y creencia (que nadie nos puede quitar)
con el derecho a impedir la libertad de expresión de quien no comulga con
nuestras ideas (derecho inexistente). Esa confusión, le aclaro a Zalabardo,
nace porque se desconoce que comulgar, en su más amplio sentido, señala a lo
que se tiene en común con otros. Y nada es más negativo que la pretensión de anular
las ideas discordantes.
Cuando se habla
de censura, algunos dirán que el Índice de Libros Prohibidos, dejó
de tener vigencia en 1966, o que la Ley de Prensa de Fraga,
de 1966, se derogó en 1997. Lo que ya no muchos, le aclaro a Zalabardo, es que ese
catálogo de prohibiciones, no importa el nombre que se le dé, se mantiene en determinadas
esferas, por ejemplo, en el Opus Dei, que hace una clasificación de
lecturas de 1 a 6. A partir del grado 3, un libro ya puede considerarse pernicioso
y requiere que alguien dictamine que estamos formados para acceder a él. Y para
un libro catalogado 6, totalmente prohibido, se necesita un permiso especial de
la Prelatura.
Como Zalabardo me
pide ejemplos de libros incluidos en esta lista, cito algunos. Comienzo por una
sorpresa: en el grupo 4 (libros que no se pueden leer sin poseer una sólida
formación además de contar con permiso del director espiritual) se encuentra Escatología:
la muerte y la vida eterna, del anterior papa Benedicto XVI.
En la larga lista lo acompañan la obra de Walt Whitman, algún
libro de Antonio Machado, y de fray Luis de Granada, los Ejercicios
espirituales de Ignacio de Loyola y Pedro Páramo,
de Juan Rulfo, una de las mejores novelas en lengua española. En el
grupo 6, libros que suponen la condenación, están la Sonatas o Divinas
palabras, de Valle-Inclán, Conversación en la catedral,
de Vargas Llosa, Cien años de soledad, de García
Márquez y varias novelas de Camilo José Cela. Esto es un mínimo
ejemplo.
Página censurada de La colmena, de C. J. Cela |
Pero ya digo
que en todas partes cuecen habas. En Barcelona, la Escola pública Tàber
ha considerado tóxicos algo así como la tercera parte de los
volúmenes de su biblioteca. Los niños de ese colegio no pueden leer unos 200
libros de literatura infantil y juvenil, entre los que están Caperucita
roja, Blancanieves, El gato con botas o la
mismísima Leyenda de Sant Jordi. Son “lecturas inadecuadas que
transmiten valores políticamente incorrectos”. De nada han valido las quejas de
la socióloga Marina Subirats, que sostiene que los cuentos
tradicionales estaban pensados para enseñar cómo es la vida y, aunque hoy
sea necesario revisar algunos planteamientos, la solución no es la prohibición,
ni las de Paula Jarrín, que trabaja en la pequeña librería Al-lots,
especializada en literatura juvenil y Premio de libreros en 2018: No se
puede censurar ningún libro, porque eso es dejar paso al pensamiento único.
Esta actitud censora
implacable o la incitación a la autocensura, le digo a Zalabardo me hacen
recordar un artículo de Mariano José de Larra escrito en 1834 titulado Lo
que no se puede decir no se debe decir. Y también unas palabras de la
cantante argentina Mercedes Sosa: Toda censura es peligrosa porque
detiene el desarrollo cultural de un pueblo. The New York Times
suprime las viñetas satíricas, Trump veta a los medios informativos que
le resultan incómodos, una escuela prohíbe leer cuentos infantiles, reverdecen,
tano por la derecha como por la izquierda, ideologías y castradoras de la
libertad. Los de mi edad conocimos una censura feroz en radio, prensa y
televisión (se censuraba a Serrat por cantar en catalán, la canción Calma
ese fuego, muchacho, de Manolo Escobar, Bésame mucho,
de Sara Montiel, sin olvidar el revuelo por un escote de Rocío Jurado
en TVE); ¿acaso caminamos hacia algo parecido?
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