Guerra es una palabra tan mezquina que ni siquiera tiene una filiación clara, como si se avergonzase de sí misma. Aunque pudiera reclamar su parentesco con el indoeuropeo wers-, ‘mezclar’, que acabó en la voz latina verro, de donde nuestro barrer, su origen parece estar en una forma dialectal del germánico occidental werra, ‘discordia’. Pero, le digo a Zalabardo, no vale la pena ahondar en el asunto y es mejor dejarlo en esta breve nota.
En
cambio, nadie debe olvidar a las víctimas de la guerra, de
cualquier guerra y de quienes de verdad más las padecen: los débiles,
los niños sobre quienes recae la insania megalómana de los que deciden esas guerras.
Y nos hemos acordado de otra víctima, Miguel Hernández (1910-1942),
poeta, víctima de una guerra fratricida, si es que no hay guerra
que no lo sea.
Miguel
Hernández se sintió impelido a marchar al frente de batalla para defender a
los desfavorecidos oprimidos por una rebelión militar puesta al servicio de la
insolidaridad déspota de las clases pudientes. Y Miguel Hernández pasó
los últimos años de su vida siendo trasladado de una cárcel a otra hasta morir,
tuberculoso, en la de Alicante.
Entre
1938 y 1941 escribió Romancero y cancionero de ausencias, libro
que no se publicaría hasta 1958. En su lectura late la paradoja que enfrenta la
esperanza al dolor y percibimos una honda tristeza y una reflexión sobre el sinsentido
de todo conflicto bélico, que solo genera destrucción, dolor y muerte. De ese
libro es este poema:
Tristes guerras
si no es de amor la empresa.
Tristes. Tristes.
Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes. Tristes.
Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes. Tristes.
Aunque el poema permite a algunos una lectura más frívola,
nosotros queremos ver en que cada una de sus estrofas un sentimiento más hondo:
Nada es merecedor de que luchemos por ello, si no es el amor quien nos mueve a
esa lucha. Ningún arma merece ser empuñada si no es la de la palabra,
instrumento para el diálogo que conduce al acuerdo. Aunque toda muerte merece
ser lamentada, ninguna más que la de los que caen víctimas del odio.
Hoy, Ucrania sufre por una guerra movida
por la ambición despótica de un loco. Triste, triste Ucrania.
[La foto está tomada del diario El País]
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