Hay
refranes que por su misma antigüedad apenas si se entiende lo que con ellos se
quiere decir. Me pasa eso con dos de los muchos que leemos en el Quijote:
Castígame mi madre y yo trómpogelas es uno de ellos y el otro ¡Jo,
que te estrego, burra de mi suegro! Y otros hay que debiéramos olvidar,
aunque solo sea por el tufo machista que dejan tras de sí: el ya cursi Manos
blancas no ofenden o el rayano en chabacanería A la mujer y al
papel, hasta el culo le has de ver.
Comento con Zalabardo que he tenido muchas
dudas entre titular este apunte con el refrán que finalmente he empleado o
inclinarme por otro más breve como Andar en dares y tomares, pues
los dos, aunque de bastante antigüedad, parecen creados para el tiempo presente
y para el ambiente de crispación que nos envuelve. Un ambiente que aconseja
retraerse a la hora de hablar o actuar porque ―se diga lo que se diga y se haga
lo que se haga― difícil es que no aparezca quien se lo tome a mal ―aunque no exista
malicia― o sea motivo de que se organicen más grescas de las aconsejables.
Dice José María Iribarren en El
porqué de los dichos que con el primero ―el del título― se recrimina a
quien se siente ofendido por algo que ha sido dicho o hecho sin que exista mala
intención en ello. Y le señala como origen una historieta en que un marido, al
ser saludado por otra persona con un «¡Adiós, amigo mío!», se queda pensando: «Mío
se le dice al gato; el gato come ratones; los ratones comen queso; el queso se
hace de la leche; la leche sale de las cabras; el macho de las cabras es el…
¡Pues no me ha llamado cabrón el muy canalla!».
La historieta puede resultar
divertida, pero le digo a mi amigo que el refrán ya lo utilizó el Arcipreste
de Hita en el Libro de buen amor. En el episodio en que disputan
griegos y romanos porque estos piden a los primeros que les enseñen las leyes,
se lee: «No ha mala palabra si non es mal tenida». Gonzalo de
Correas, en su Vocabulario de refranes y frases proverbiales
(1627) lo recoge como No habría palabra mal dicha, si no fuese retraída,
que explica diciendo que «muchas palabras podrían pasar por bien dichas si no
fueran mal tomadas».
Lo de Andar en dares y tomares hace mención a estar dos o más personas implicadas en debates, altercados y réplicas sin justificación suficiente. También este refrán es viejo. En el Quijote aparece más de una vez. En el capítulo lxxiv de la segunda parte, cuando el caballero hace testamento, dispone «que, porque ha habido entre él y mí ciertas cuentas, y dares y tomares», no se le pidan cuentas a Sancho de unos dineros suyos que el escudero tiene en su poder.
Sobre andar en dares y tomares
he pensado al ver cómo en cualquier sesión de nuestro Parlamento o en no pocos
programas televisivos ―ya sean de debate o de mero entretenimiento― los
participantes se enzarzan en discusiones no regidas por la razón, sino por el
fanatismo e intolerancia. Se acepta o se rechaza un argumento no por su
contenido, sino por quien lo exponga. Y, claro es, si esto lo vemos día tras
día, aunque lo debatido sea asunto nimio, no me extraña que el pueblo llano, la
gente normal y corriente que vive atenta a sus ocupaciones y a sus
preocupaciones diarias ―que no es poca cosa― se contagie de la misma
incontinencia verbal y de la crispación que se nos ofrece de forma tan continuada.
Lo de tomar a mal algo que en
principio parece hecho o dicho sin maldad lo venimos viendo muy claramente en
la beligerante actitud de ese grupo llamado Abogados cristianos, cuya
conducta, sometida a un mínimo análisis, muestra que tienen poco de abogados
―pues conocen poco el espíritu de las leyes― y posiblemente menos de cristianos
―ya que desconocen u olvidan las palabras que, según el Evangelio
de Mateo, dijo Cristo: «No juzguéis a los demás, si queréis no
ser juzgados […] ¿Con qué cara te pones a mirar la mota en el ojo de tu hermano
y no reparas en la viga que está dentro del tuyo?». El chusco episodio de la
estampita que una actriz cómica, Lala Chus, mostró el día de fin de año
da prueba de ello.
Pero como este grupo, al parecer, no decae en su monomanía de sentirse ofendido por todo, se han querellado ahora contra Pablo Echenique porque, dicen en su denuncia, «comete delito de provocación a la discriminación por odio» cuando ha escrito en las redes: «Estadísticamente, es mucho más probable que un sacerdote cometa delito de agresión sexual contra menores de edad que delinca uno de estos menores migrantes». En lo que Abogados cristianos no repara es en que Echenique se limita a responder a unas palabras del obispo de Oviedo: «Con los menores acogidos se nos pueden colar gente que son indeseados». Se diría que las palabras del prelado no incitan ni al odio ni a la discriminación. Como tampoco atentan contra la libertad religiosa las palabras de Santiago Abascal en el Congreso esta misma semana cuando califica de peligro para España que en nuestro país se vean cada día más mujeres que visten ropas religiosas. Por supuesto, musulmanas, no de otras confesiones.
La impresión que saco de todo ello
es que hay muchas pieles sensibles, muchos espíritus timoratos y muchas
actitudes intolerantes; demasiadas personas que se sienten ofendidas por el
menor dicho o hecho, sin pensar hasta dónde pueden ofender sus propios dichos y
hechos. Me indica Zalabardo que no hace demasiado que ya hablé de esta forma de
entender el respeto y de que no debe pensarse que solo es merecedora de respeto
la parcela social a la que uno pertenece. Se lo reconozco, pero le digo que llega
un momento en que provoca hartazgo escuchar tantas palabras mal dichas y cansa
andar tan de continuo en dares y tomares.
1 comentario:
Como siempre una delicia leerte. Un abrazo.
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