Portada de No tenías que haber vuelto |
Hay cuentos cuyo origen se pierde en
las brumas del pasado. Eso pasa con el del poco habilidoso carpintero a quien
entregaron un bloque de madera para que tallase una imagen. Le preguntaron qué
santo pensaba tallar y el carpintero, con desparpajo, contestó: Si
sale con barbas, San Antón; y si no, la Purísima Concepción. La
respuesta ha perdurado como refrán que se emplea para dejar patente la poca
destreza de alguien en cualquier labor.
En muchos lugares leo que la frase la
pronunció un pintor llamado Orbaneja, citado en el Quijote,
y a quien el hidalgo manchego hace oriundo de Úbeda. Tal atribución no es del
todo correcta, lo que demuestra que es un error fiarse de cuanto aparece
escrito en Internet y que debe existir otro origen. Si nos molestamos en leer
el Quijote,
veremos que este Orbaneja, pintor no muy diestro, se cita dos veces. Me limito
al episodio del capítulo tercero de la segunda parte. En él, el caballero hace
burla de Avellaneda, autor de una
segunda parte apócrifa de la novela, y dice que a tiento y sin algún discurso se puso a escribirla, salga lo que
saliere, como hacía Orbaneja, el pintor de Úbeda, al cual preguntándole qué
pintaba, respondió: “Lo que saliere”. Tal vez pintaba un gallo, de tal suerte y
tan mal parecido, que era menester que con letras góticas escribiese junto a
él: “Este es gallo”.
Le cuento la anécdota a Zalabardo
porque ando estos días un poco preocupado. Estoy metido en la publicación de
una novela, a punto de terminar su cocción en los fogones de la imprenta. Si
nada lo impide, se presentará durante la segunda quincena de octubre. Mi
preocupación, ya que la suerte está echada, es no haber tenido la pericia
necesaria para componer lo que pretendía. O sea, que no sé si el producto final
ofrecerá el aspecto de un barbado san
Antón o la tersura de piel de una Inmaculada.
¿De dónde nace esta inquietud?
Primero, y lo he confesado ya a varias personas, de que siempre que escribo lo
hago para mí (aunque me abra al juicio de algunos amigos). Es una actividad que
afronto como terapia o gimnasia mental, un esfuerzo por mantener vivo y en
juego continuo el cerebro. Igual que me planteo el senderismo como terapia
física. Me resisto a verme sentado en una butaca, mirando bobaliconamente la
tele. Pero nunca hasta ahora me había planteado publicar, aunque no niego haber
mandado trabajos a concursos diversos.
La
segunda razón es la reacción de algunas personas que han leído el texto. La
novela, titulada No tenías que haber vuelto, debe bastante a la Odisea,
pero, al modo del Ulises de Joyce
(perdón por la osada comparación) cuenta una historia muy actual. Quien no
conociera la obra de Homero no la
relacionaría con ella. Y es que los clásicos, aunque parezca paradoja, no
pierden actualidad. Nada hay más moderno que los clásicos (algún día hablaré de
ello).
Mi novela cuenta la historia de una familia.
El padre, obligado por la necesidad (el cierre de la fábrica en que trabaja), no
ve más solución que buscar en otro lugar un futuro mejor. Pero el hijo está enfermo
y la esposa le pide que demoren la marcha hasta que se reponga. No obstante, su
sed incontrolada de nuevas experiencias, lo lleva a marcharse solo. En casa
permanecen su esposa y el hijo enfermo. Un día, se pierde todo tipo de contacto
con quien un amanecer cogió su maleta y dejó su hogar. El tiempo sigue su curso.
La esposa no renuncia a la esperanza de una vuelta cada vez más improbable; el
hijo, en cambio, ve cómo su rechazo hacia quien los abandonó se va convirtiendo
en odio. Muchos años después, este hombre regresa, fracasado, con la intención
de reanudar la vida interrumpida. Pero ya nada puede ser como fue en el pasado.
¿Qué me propuse al iniciar la
escritura de esta novela? Varias reflexiones: sobre la vida como camino
que fluye en un sentido único; sobre el tiempo y la imposibilidad de recuperar
los años que dejamos atrás; sobre el recuerdo; sobre el sutil límite que separa
la relación entre las personas… Pues bien, a lo que iba, algunos
han querido ver en la novela un alegato contra la violencia de género. Empecemos porque no
me gusta nada esa expresión. Rechazo cualquier tipo de violencia,
sin que se le pongan adjetivos. Y en lo que cuento en mi novela hay algo de
eso, aunque mi propósito era ir más allá. Y no sé si lo he logrado. Ese es mi
miedo.
Por eso he recordado el cuentecito
del mal carpintero, que a la vista de si su talla salía con barba o lampiña sería
una cosa u otra, y el episodio del pintor Orbaneja, que pintaba “lo que
saliere”.
En fin, me consuela Zalabardo, ya no
queda sino esperar que las críticas sean benévolas y que al producto resultante
no haya que ponerle, como hacía Orbaneja, un rótulo que diga “Esto
es gallo”.
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