Calatañazor (Soria) |
“Si la verdad es la verdad, la diga
Agamenón o su porquero”, me pregunta Zalabardo emulando a Machado, “¿cómo es
posible que un acontecimiento se cuente de diferentes modos?” Intento
decirle que, entre los historiadores, como entre los administradores de fincas,
hay de todo, gente seria y gente que no lo es tanto. Personas que respetan la
documentación y la objetividad y charlatanes de feria que solo pretenden llamar
la atención, cuando no el timo. Por ello, le digo, no debemos generalizar un
juicio negativo sobre la función de la historia y quienes la redactan, pues
podríamos meter la pata y dañar la reputación de personas sensatas y de
criterio justo.
En épocas pasadas, continúo
diciéndole, cuando el analfabetismo era lo más común y había grandes las
dificultades para acceder a la documentación que nos garantizara la objetividad
de cuanto se escribía y leía, no era de extrañar que los cronistas, se prefería
este nombre al de historiador, recurriesen con frecuencia a leyendas o que alterasen
la presentación de la realidad según conviniera a los intereses de la casa que
cada cual defendía.
Siguiendo mi costumbre, procuro
reforzar mis argumentos con ejemplos no muy complicados. Y le recuerdo la batalla
de Calatañazor, de 1002, aquella que dio origen a lo de En
Calatañazor, Almanzor perdió el tambor. La historiografía moderna,
apoyándose en datos fiables y vacunados contra cualquier interpretación sesgada,
duda de que tal batalla hubiese tenido lugar. La considera una invención
propagandística de los reinos cristianos para elevar la moral del pueblo frente
al enemigo musulmán.
Castillo de Calatañazor |
¿Y de dónde salió todo? Hasta donde
yo alcanzo, creo que la fuente hay que situarla en el Chronicon mundi, obra de Lucas de Tuy, compuesta hacia 1236. En
resumidas cuentas, dice este buen señor que, volviendo Almanzor de unas correrías por Galicia, a la altura de Calatañazor
le hizo frente el ejército del rey Bermudo
II, que dio muerte a miles de sarracenos e incluso hubiese apresado al
propio Almanzor de no sobrevenir la
noche. Amparados en la oscuridad de la noche, los musulmanes abandonaron su
campamento y huyeron. Entonces, las mesnadas del conde castellano Garci Fernández, que acudieron en ayuda
de los leoneses, salieron tras ellos y causaron una gran mortandad.
El Tudense, que así se conoce también a este monje leonés que fue obispo
de Tuy, dice tras contar lo anterior: Pero
fue un marauilloso dicho en ese dia que en Calatanasor fue vençido el rey: vno
como pescador en la ribera del rio Guadalqueuir, como plañendo, bozes en lengua
caldea, e a uezes en española, clamaua, diziendo: “En Calatanaçor perdio
Almançor el atambor”; que quiere dezir que en Calatanaçor perdio Almançor el
pandero, que es su alegria […]Este creemos que fue el diablo que lloraua la
cayda de los moros. Mas Almançor, desde ese dia que fue vençido, nunca quiso comer
nin beuer, y veniendo en la cibdad que se dize Medinaceli morio…”
Aclaro a Zalabardo que, en esta
crónica, aparte de lo puramente legendario, hay errores de bulto que hoy no
colarían. Por ejemplo, Bermudo II no
pudo actuar en esa supuesta batalla de 1002 porque había muerto en 999, es
decir, tres años antes. En León reinaba Alfonso
V, que, dado que nació en 994, contaba solo 8 años. Tampoco el conde
castellano Garci Fernández pudo
perseguir a Almanzor, pues hacía 7
años que había muerto. Si acaso, sería su hijo, Sancho García quien lo hiciera. Sin embargo, nada de eso importaba.
Lo que se buscaba era hacer creer que la muerte del terrible Almanzor, efectivamente acaecida en
1002, en Medinaceli, no se debió a enfermedad, sino al empuje de los cristianos.
Le insisto a mi amigo sobre lo
difícil que sería hoy escribir la historia en esos tonos, porque hay
documentos, gráficos y escritos, hay archivos, hay prensa, radio y televisión,
hay Internet… Es decir, que resulta casi imposible escribir patrañas a menos
que contemos con personas dispuestas a creérselas.
Zalabardo se rasca la cabeza, me
mira y me dice: “¿Entonces, qué pasa con ese que dice que Cervantes era catalán y que el Quijote, como La Celestina y El
Lazarillo, se escribieron en catalán, pero que la censura obligó a
editarlos en castellano, haciendo desaparecer los textos originales?”
Anuncio de una conferencia de Jordi Bilbeny |
Me cuesta creer que universidad tan
prestigiosa respalde a un individuo de ese jaez. Pero ya sabemos que hay
peritos en falsear títulos y méritos. Para mí, el tal Bilbany es un andoba con más cara que espalda. Lo que me provoca
sonrojo es que haya ingenuos que crean las absurdas fantasías de ese petit Nicolau català. Y me indigna que
instituciones públicas subvencionen un Institut
Nova Història, copresidido por este iluminado, con la pretensión de
demostrar que la historia de Cataluña ha sido sistemáticamente manipulada desde
los siglos xv y xvi y es preciso reescribirla.
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