Cierto es, comento con mi amigo que,
por desgracia, en nuestra sociedad padecemos a muchos putos amos: políticos que
piden a los ciudadanos la moderación que ellos no tienen; Autonomías que confiesan
sin rubor que no cumplirán las leyes; televisiones que actúan como “la voz de
su amo” y solo hablan de dignidad cuando, por la incompetencia de sus gestores,
hay que cerrarlas por su costo inasumible; automovilistas que se saltan un paso
de cebra y amagan, farisaicamente, un gesto de disculpa hacia al peatón que
podían haber atropellado…
Pero, al final, he creído que ese
título podría interpretarse como una generalización y no es esa mi intención. Me
inclino, pues, por señalética, que, además, se centra en una cuestión léxica. Cuando
me puse a escribir esto, pensaba en otros putos amos, los ciclistas que se comportan
con absoluta carencia de civismo y exceso de mala educación. ¿Son pocos o muchos?
No puedo arriesgarme a dar un porcentaje, pero temo que sea alto.
Aunque yo sea más de andar, respeto
la bicicleta como ejercicio y como deporte, creo que es la mejor y más
ecológica alternativa al saturado tráfico de las ciudades y aplaudo las
iniciativas de esas empresas que prometen incentivos a los empleados que acudan
al trabajo en este medio. No entiendo que, en ciudades como Málaga, para determinados
trayectos que pueden hacerse perfectamente a pie, o en autobús o metro, se use
el coche particular. Es verdad que bastantes ciudades, Málaga entre ellas, no
están pensadas para los ciclistas, que se juegan la vida, literalmente, en las
calles, como tampoco están hechas para los niños. ¿Dónde quedaron los años en
que los niños jugaban tranquilos en las calles?
Sin embargo, para ser justos, hay
que admitir que el Ayuntamiento trata de mejorar las cosas. No solo se han
habilitado muchos kilómetros de carriles-bici, sino que se ha creado ese
sistema de puntos en que se cuenta con bicicletas que el ciudadano puede
utilizar por una módica cantidad.
Si pensamos en la bicicleta no ya
como transporte urbano, sino como instrumento de deporte, Málaga posee un clima
y una red de carreteras secundarias que son una delicia para los ciclistas.
Como a mí me gusta el campo y la montaña, suelo transitar por ellas con
frecuencia. Tengo por norma respetar a los ciclistas que encuentro, porque son
más débiles y tienen las de perder en caso de accidente: los adelanto con
precaución o, incluso, modero la velocidad hasta casi pararme si estamos ante
una curva o en una zona de difícil visibilidad. Me enfadan aquellos conductores
que se impacientan si encuentran a un ciclista o lo ponen en peligro con un
arriesgado adelantamiento.
Pero igual que hay automovilistas
que se consideran los putos amos de la carretera, hay ciclistas que se
comportan como tales, pues creen que todos los derechos son suyos y que nada
los obliga. Aparte de un Reglamento de Tráfico general, que
también contempla a los ciclistas, Málaga cuenta con una Ordenanza sobre Movilidad en Bicicleta.
¿Conocen los ciclistas estos reglamentos? Si los conocen, muchos hacen caso
omiso de su contenido: invaden aceras que les están prohibidas, circulan a
velocidad excesiva, van por cualquier sitio aun disponiendo de un carril para
ellos, desprecian olímpicamente pasos de cebra y semáforos, forman numerosos y
compactos grupos que ocupan todo el carril que corresponde a los automóviles o
la acera que debiera ser exclusiva de los
peatones… ¿Hay que seguir?
Aquí en Málaga, el Ayuntamiento no solo ha tenido a bien
redactar la citada Ordenanza sino que, en bastantes lugares, ha colocado señales
relacionadas con las normas que obligan a los ciclistas. Yo, que suelo andar
mucho y por muchos lugares, las he visto. Y dos cosas me dejan estupefacto: la
primera, la cantidad de ciclistas que desobedecen tales señales; la segunda, la
ausencia de agentes que vigilen que sean respetadas.
“Ya voy entendiendo”, dice Zalabardo,
“ahí entra lo de la señalética”. Y acierta. Porque del mismo modo que hay mucho
puto amo de la carretera y mucho puto amo de la bicicleta, nos encontramos a
diario bastantes putos amos de la lengua. No nos extrañará ver cómo se ha
extendido el empleo de la palabra señalética, que, empecemos, no se
puede utilizar en lugar de señalización ni de señal.
Buscando información sobre un sendero que no conocía, leía que, llegados a
cierto punto, no había más que seguir la señalética. También he leído, a
propósito del caos en que se va sumiendo el centro de la ciudad por las obras
del metro, que se está colocando la señalética adecuada para advertir a
los conductores.
Quienes cometen tal error no tienen
en cuenta que señal es cualquier cosa sensible (objeto, dibujo, sonido…) con
el que se indica algo; que señalizar, en el caso que nos ocupa,
es dotar de señales las vías para información de los usuarios y señalización,
el acto de señalizar o, incluso, el conjunto de las señales de una zona. En
cambio, la señalética, aunque la palabra no aparezca recogida en el DRAE,
es el nombre de una disciplina que se ocupa del estudio de las señales.
¿Tan difícil es reparar en que las palabras españolas con esa terminación suelen
remitir a diferentes ciencias o disciplinas de estudio (fonética, teorética,
cinegética,
aritmética,
cibernética,
hermenéutica,
etc.)? Es cuestión, solo, de poner más cuidado.
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