Todo
bien hablar castellano consiste en que digáis lo que queréis con las menos
palabras que pudiéredes, de tal manera que, explicando bien el concepto de
vuestro ánimo y dando a entender lo que queréis dezir, de las palabras que pusiéredes
en una cláusula o razón no se pueda quitar ninguna sin ofender o a la sentencia
della, o al encarecimiento, o a la elegancia (Juan de Valdés: Diálogo de la lengua)
Estos días hemos podido ver una
especie de sobreabundancia de artículos en los que personas nada sospechosas de
ser puristas, remilgadas o tiquismiquis llaman la atención sobre ciertas
tendencias observables en el uso de nuestra lengua (y también en otras) y que
comienzan a ser preocupantes. Javier
Marías en Sofistas de museo criticaba la obsesión de los “políticamente
correctos” por modificar títulos de obras de artes en las que aparecen términos
considerados ofensivos. “¿Considerados por quiénes?”, se preguntaba el
articulista. Pedro Álvarez de Miranda,
en O
todos o ninguno planteaba las incongruencias en que incurren los que en
nombre de la “igualdad de género” abusan de las duplicidades andaluces
y andaluzas, ciudadanos y ciudadanas y similares;
y, además, explicaba cómo deberían expresarse si de verdad fuesen consecuentes
con ese “igualitarismo” que propugnan. En varias informaciones y alguna columna
de opinión, veo sacar a colación la afirmación de Víctor García de la Concha sobre el nivel zarrapastroso de nuestra manera
de usar la lengua. Lo que no creo haber visto es la mención de que el expresidente
de la RAE y actual director del Instituto Cervantes ya dijo esto en una
entrevista de 2012 (“Se habla un español zarrapastroso”) cuando se publicó El
libro del español correcto.
Le digo a Zalabardo que no es bueno
ponerse medallas que a uno no corresponden ni se debe abusar de eso de “ya lo
decía yo”. Pero en esta Agenda se ha hablado mucho de estos
temas. Está claro que ni mi amigo ni yo podemos compararnos con las personas
que cito, cuya autoridad en la materia es indiscutible. Aun así, quiero recordar
dos de estos apuntes: uno, del 16 de diciembre de 2012, se titulaba precisamente
Zarrapastroso
y no hace falta explicar por qué; el otro, del 20 de enero de 2013 llevaba por
título El artículo femenino “el”.
Como he repetido bastante los mismos
argumentos que estas ilustres personas, he preferido remontarme al Diálogo
de la lengua de Juan de Valdés
(escrito en 1533, pero no publicado hasta 1737), que, como se dice de forma
castiza, tampoco es manco en estas lides. Cuando le piden consejos para hablar
bien nuestra lengua, da muy pocos: decir lo que se quiere con el menor número
posible de palabras; dar a entender lo que se pretende usando las palabras apropiadas;
que no se pueda quitar nada en lo que decimos sin que se altere el significado;
y que no se ofenda nunca la elegancia.
A todos estos consejos damos patadas
continuamente. Por eso, García de la
Concha tilda de zarrapastrosa nuestra manera de hablar. Nadie que se ponga ante
un micrófono, ante una cámara de televisión, ante un grupo de alumnos o que se
dirija a los lectores de un periódico, debería cometer errores de este tipo. Porque
los receptores confían en la competencia del especialista. El daño que se causa
a esos receptores es grande. Sobre todo, si pensamos en la cantidad de
instrumentos con que contamos en nuestro tiempo para solventar las dudas. Con
todo, esos injustificables errores se cometen más de lo deseable.
Decía un periodista deportivo: Fulanito
retrasa atrás el balón, hacia su propio área. ¿Es posible retrasar
de otra forma? En cuanto a su propio área: todavía hay quien no
sabe que ante sustantivos que comienzan por a o ha tónicas se emplea el
artículo el si hablamos en singular, aunque si hablamos en plural o
interponemos entre el artículo y el sustantivo un adjetivo, es preciso retomar
la forma femenina del artículo, así como que la regla no cuenta para los
determinantes (el agua/las aguas/esta agua, el ansia/la incontenible ansia).
No es solo cuestión de evitar la cacofonía; una razón histórica, la formación
de nuestro artículo, avala lo dicho. Ya lo expliqué en el apunte citado.
Todo un señor profesor de la
Universidad de Málaga, poniendo una vehemencia y un énfasis exagerados en sus
palabras, declaraba: Ha sido elegido por unanimidad de todos.
¿Pero unánime no significa, según el DRAE, ‘Dicho de dos o más
personas: Que tienen un mismo parecer, dictamen, voluntad o sentimiento’? Con
que haya un solo discrepante ya no es posible la unanimidad. Me parece.
Un presentador de un concurso de
televisión, elogiaba: ¡Pedazo de libro! Es verdad que en
el DRAE
leemos que pedazo, usado coloquialmente, vale: ‘seguido por la preposición
de, para reforzar el significado del adjetivo o del sustantivo al que
antecede’. Pero ¿no creéis que es un recurso muy pobre y, sobre todo, falto de
elegancia? Para un libro (o una canción), si queremos elogiarlos, tenemos a
nuestro alcance: entretenido, interesante, profundo, conmovedor,
bello,
hermoso,
estupendo,
aleccionador,
divertido,
curioso,
ameno,
alegre,
animado,
deleitoso,
encantador,
magnífico,
espléndido,
extraordinario,
notable,
excelente,
fantástico,
maravilloso…
Hay aún más adjetivos; ¿no sería cualquiera de ellos mejor que ese feo y manido
pedazo
de?
No hay comentarios:
Publicar un comentario