Estudiosos
aparte, ¿cree hoy algún español que debería leer a Lope de Vega, al magnífico
Bernal Díaz del Castillo, a Quevedo más allá de un par de célebres sonetos, a
Manrique, a Ausiàs March, a Garcilaso, a Aldana? ¿O a Baroja y Valle-Inclán y
Clarín, a Aleixandre y Cernuda, a Blanco White y Jovellanos, ni siquiera a Galdós y Zorrilla, tan
populares? Para qué (Javier Marías)
Cervantes, por Juan de Jáuregui |
Hacía el novelista esta triste
reflexión hace unos días en su habitual artículo para El País Semanal, después
de quejarse de que solo factores extraliterarios nos hacen tener presentes a Lorca, a Cervantes o a Machado y
antes de mostrar su estupor por la distancia que nos separa de países como
Reino Unido, Alemania, Austria, Francia o Estados Unidos, que mantienen vivos
la memoria y el respeto por sus clásicos mientras, entre nosotros, no hay plan
de estudios que no avance un paso más en borrar,
suprimir, aniquilar el pasado, cercenarnos, utilizando sus palabras.
El artículo, le aviso a Zalabardo, me
hace recordar que este año se celebran diversas efemérides. Por cierto, ¿explicará
la desidia y desprecio que mostramos hacia nuestros clásicos el hecho de que efeméride,
‘celebración del aniversario de un hecho notable acaecido en el pasado’, comparta
etimología con efímero, ‘transitorio, pasajero’?
2016 nos trae una serie
notable de centenarios y otras efemérides literarias. Se cumple el cuarto
centenario de la muerte de Cervantes
y de Shakespeare. La tradición viene
manteniendo que ambos murieron el 23 de abril; los estudiosos, en cambio, discrepan
en cuanto a la fecha y en cuanto a la coincidencia. Zalabardo y yo, en tanto se
ponen de acuerdo, preferimos quedarnos con la creencia popular y unir de esta
forma a estos dos monstruos de las letras.
Valle-Inclán, 1926 |
También se cumple el cuarto
centenario de la muerte del peruano (hijo de un capitán español y una princesa
inca) Garcilaso de la Vega, el Inca.
Como se cumple el sesquicentenario del nacimiento de Valle-Inclán (150 años, ya que el prefijo sesqui- indica la unidad
más media) o el primer centenario del de Camilo
José Cela. Y hay otro centenario que deseo recordar, este no de una
persona, sino de un libro: el de Diario de un poeta recién casado, de
Juan Ramón Jiménez.
“¡Alto ahí!” —me interrumpe
Zalabardo— “No sé si eres de verdad consciente de lo que dices o, por el
contrario, desprecias la coherencia que tanto reclamas. No hace muchos días,
dedicabas un apunte de esta mi Agenda, recuerda que tú escribes
porque yo te la presto, a poner de vuelta y media a la figura de Cela y ahora solicitas que celebremos su
centenario; y, por otro lado, hablas del centenario de un libro que, si no
estoy equivocado, se publicó en 1917, el de Juan Ramón.”
Manuscrita de La familia de Pascual Duarte |
Tengo, pues, que dar explicaciones a
Zalabardo. Respecto a Cela, mi
opinión no ha variado. Incluso después de que en estos días se haya conocido
una carta de 1951 (al menos en estos días la he conocido yo) dirigida a Juan Aparicio, Director General de
Prensa, en la que comunicaba su renuncia a los puestos que ocupaba por esta
serie de razones: un libro retirado, otro
prohibido, ni un solo premio ni grande ni pequeño, y un sistemático desplazamiento
de puestos que, a su juicio, merecía. Y achaca todo a los ataques que sobre
él ejercían malintencionados, pusilánimes,
puritanos y pescadores en río revuelto. Habría que recordar que, pese a
todo, esos libros a los que se refería acabaron publicándose, en tanto se
mantenían prohibidos los de otros autores que, además, sufrían un exilio
forzado o voluntario, tanto da. Aun con eso, nunca negaré su calidad literaria.
Porque insisto, siempre lo digo, en que no hay que confundir al escritor con la
persona. Aunque la segunda nos genere rechazo, nunca deberemos dejar de reconocer
los méritos que puedan distinguir a su obra. Y en ese aspecto, sigo creyendo
que Cela, uno de los estilistas más
granados de nuestra literatura, abrió el camino a muchos en tiempos en que
nuestra prosa languidecía.
¿Y qué pasa con Diario de un poeta recién casado?
Efectivamente, el Diario se publicó en 1917, pero el manuscrito se había entregado
a la editorial en 1916 y esa es la fecha que aparece en la portada. No creo que
tenga que ser yo quien hable de lo ese libro supuso para la poesía en español.
Pero, en este año de fastos que, por
el momento, se notan poco, me gustaría expresar otra queja. Hacienda está
pensando retirar la pensión de jubilación a aquellos escritores que aún
perciban derechos de autor. ¿Quién negará la discriminación legal que significa
tal medida? Cualquier ciudadano puede legar a sus herederos su fortuna y propiedades;
en cambio, los beneficios que a un autor reporte su obra (que es su fortuna) pasan
a ser de dominio público a los setenta años de su muerte. Para los fallecidos
antes del 7 de diciembre de 1987, ese plazo es de ochenta años, para respetar
la ley de 1789.
En 2016, serán de dominio público
las obras de Lorca, de Valle-Inclán, de Unamuno y no sé si de alguno más. Enfrentemos el caso a otros de
distinta naturaleza: los sucesores de Gaspar
Vilaseca, que en 1714 fundó en Capellades (Barcelona) una papelera que es
la empresa más antigua de España, o los sucesores de Diego de Alvear, que en 1729 levantó las bodegas cordobesas que
llevan su nombre, siguen disfrutando (felizmente) de la riqueza creada por sus
antepasados. En cambio, los sucesores de los escritores citados perderán ese
derecho, ya que sus obras serán de dominio público. Eso sí, quien desee leer el
Romancero
gitano, Luces de bohemia o La tía Tula, pongo por caso, deberá
pagar igual a las editoriales que publiquen, libres de derechos, esos títulos. Por
citar solo a uno de los tres anteriores: el genio de Valle-Inclán tardó en ser reconocido y hasta su muerte, sufrió
muchas estrecheces económicas. Pues bien, ninguno de sus herederos podrá percibir
ya ni un solo euro por la publicación de sus libros ni por la representación de
su teatro.
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