La
unidad de la lengua española solo puede ser obra de la cultura común. Y
entiendo por cultura común, más que la adoración del tesoro acumulado por los
siglos, la acción viva, permanentemente creadora, de la ciencia, el pensamiento,
las letras (Ángel Rosenblat)
Pasaron las fiestas. Volvemos al
tajo. Con cara e ilusiones renovadas. Zalabardo me pregunta qué tal me ha ido
el año y le respondo que, dada la situación externa —el país convertido en una
olla de grillos, la necesidad de más justicia social, más respeto a la cultura,
más honradez en nuestros dirigentes…— y la interna, con una carga de años cada
día más pesada (Azada son las horas y el
momento, / que, a jornal de mi pena y mi cuidado, / cavan en mi vivir mi
monumento, escribió Quevedo), no
me puedo quejar.
Entre los variados motivos para no
quejarme (el principal, sentirme rodeado de afecto y cariño, que ya es para no
pedir más), le digo a Zalabardo que vivo con gozo moderado la aparición de mi
novela No tendrías que haber vuelto. Un desconocido que se lanza a
esta aventura, en un entorno en el que la cultura parece contar poco, en que el
sistema educativo se degrada por el cada vez más sonrojante desprecio de las
humanidades y en el que apenas si soportamos leer más allá de los mínimos
mensajes enviados a través de twitter o whatsApp, no va a aspirar a convertirse
en superventas; pero creo que la acogida de la novela ha sido adecuada y las
críticas recibidas, favorables.
Pero vamos al turrón, que esta Agenda
se dedica a lo que se dedica y nunca está bien la autocomplacencia. Por eso,
entre los deseos que declaro para este año que da sus primeros pasos, sigue
ocupando lugar preferente el de solicitar una mayor atención en el uso del
idioma, tan baqueteado por tantos flancos.
En el borrador manuscrito de Juan
de Mairena, alguna de cuyas hojas muestra la redonda mancha de un vaso
de café posado sobre el cuaderno, Antonio
Machado escribe algo que no coincide del todo con el texto de la edición
definitiva: Cada día se escribe peor, en
una prosa fría, sin gracia, aunque no exenta de lo que se llama corrección, y
la oratoria es un refrito de la palabra escrita, donde antes se había enterrado
la palabra hablada. En todo orador de nuestros días hay siempre un periodista
chapucero. Lo importante es hablar bien, con viveza, lógica y gracia. Lo demás
se os dará por añadidura. Mas no olvidemos nunca que para hablar bien hay que
pensar bien.
Ochenta años tienen ya estas
palabras. Aun así, le comento a Zalabardo, siguen teniendo vigencia. Somos
descuidados en exceso y no dejamos de dar patadas al idioma. Todos recordaremos
que, en los días finales del año concluido, que han sido tan secos y cálidos
como los iniciales del actual, múltiples incendios han tenido en vilo el norte
del país. Las informaciones sobre el suceso nos han traído, otra vez, palabras
que, por desgracia, no siempre se emplean del modo procedente: provocado,
pirómano
y efectivo.
Hemos oído y leído que muchos de los
citados incendios no han sido fortuitos, sino provocados. Valdría la
pena meditar que, dado que todo efecto tiene una causa y que provocar
significa ‘que ha sido causado por algo’, cualquier incendio ha de ser, por
fuerza, provocado (cuál sea la causa es otro cantar). Pero si lo que se
quiere decir es que en esa causa tiene mucho que ver la mano del hombre, lo procedente
es decir es que han sido intencionados, adjetivo que
significa ‘deliberado, que tiene una intención’.
A la persona que se acusa de quemar
un monte, se le llama, sin reparar demasiado en la cuestión, pirómano.
Otra vez se requiere algo de reflexión, ya que no es lo mismo un pirómano,
‘persona que sufre una patología que lo impulsa a provocar incendios’, que un incendiario,
‘persona que incendia con premeditación, por afán de lucro o por maldad’.
Y nos queda efectivo. Como adjetivo,
significa ‘real o verdadero’ y ‘eficaz’. Como sustantivo, tiene valores
diversos. Puede significar ‘dinero en monedas o billetes’ (he pagado la compra en efectivo).
Usado en singular, con valor colectivo, es el ‘número de hombres que tiene una
unidad militar’ (la invasión se llevó a cabo con un efectivo de diez mil hombres).
Además, en plural, significa ‘totalidad de las fuerzas militares o similares
que se hallan bajo un solo mando’ y agrupa tanto a personas como a otros recursos
materiales (los bomberos cuentan, entre sus efectivos, con una dotación de cincuenta
hombres y doce camiones). Sin embargo, de un tiempo a esta parte ha ido
imponiéndose el empleo, inadecuado, de efectivo para designar al ‘individuo
componente de un efectivo’ (el delincuente fue detenido por dos
efectivos de la guardia civil).
Es cierto, como decía con ironía Álex Grijelmo en su último artículo,
que sería un rollo tener que pensar en todas esas cosas antes de hablar. Coincido
con él en que es algo que nos debería salir de manera espontánea. Mas esa
espontaneidad, y vuelvo a Machado,
se conseguiría si gozásemos de un sistema en el que se cultive un pensamiento
crítico, creativo y libre en lugar de imponérsenos un utilitarismo vacío.
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