sábado, junio 04, 2016

TRAGIRRABIA Y TODOVALISTA



            Quien se expresa en los medios —y, por supuesto […] el que enseña en español— ha de hacerlo enjuiciando su lenguaje y el ajeno, y procurando el tiento preciso para que la novedad, la variación, la moda o, incluso, la transgresión que emplea o promueve sirva al fin de mejorar o de ampliar las posibilidades comunicativas y expresivas de la lengua. Todo aquello que no apunta a ese objetivo debería ser mirado con cautela y con sospecha de ser mera moda, libre de correr su suerte pero sin apoyo. (Fernando Lázaro Carreter)

Viñeta de Forges tomada de El País
            Pedro Álvarez de Miranda, académico, acaba de publicar un libro, Más que palabras. Vaya por delante, para aviso de quien pueda creer que opino de él sin conocerlo, que no lo he leído. Hablo, pues, de oído. Solo conozco una reseña sobre él en la que se dice que tiende a dividir a los eruditos de la lengua entre puristas y todovalistas y que él  mismo se incluye entre los segundos. Pero sigo leyendo y me entero de que Álvarez de Miranda, aun haciendo gala de que da por buena cualquier expresión que alcance suficiente aceptación por parte del pueblo (o al menos por los medios de comunicación), afirma que hay que combatir determinadas expresiones que atentan de forma flagrante contra el sistema que sustenta nuestra lengua. Este dato me hace rechazar la simplificación de que solo se puede ser purista o todovalista. Ni los unos ni los otros tienen completa razón. Ni acepto a quienes se niegan a reconocer que la lengua evoluciona y cambia con el tiempo ni a quienes sostienen que cualquier cambio hay que acogerlo sin someterlo análisis o revisión. Entre blanco y negro hay una amplia gama de grises que no podemos despreciar.
            Por lo pronto, me alegró ver, en esa reseña, la aparición del término todovalismo (en otra época, se hablaba de puristas y casticistas), como me alegró ver, al día siguiente, que el cantaor José Mercé, preguntado si considera compatible el dolor con la alegría, respondía que él llama a eso tragirrabia. Sentí esa alegría porque, sin que ninguno de esos términos aparezcan en el diccionario, no solo son perfectamente inteligibles sino que se ajustan al funcionamiento de nuestra lengua. Zalabardo sabe que siempre he defendido, y no es una tesis mía, que la lengua es un organismo vivo sometido a una constante evolución debida al uso que el pueblo, que es su dueño, hace de ella. Aparecen palabras nuevas al tiempo que otras dejan de ser utilizadas y cambian giros y modos de decir. Unas veces, las nuevas formas triunfan y se extienden hasta incrustarse en este cuerpo común; otras veces, se quedan en intentos hueros que acabarán por no cuajar.
            Es posible, sigo con el ejemplo, que jamás encontremos en un diccionario tragirrabia o todovalismo; pero, al leerlas, entiendo lo que Álvarez de Miranda y Mercé han querido decir. Académico uno, cantaor el otro, coinciden en utilizar la lengua respetando la lógica de su funcionamiento. Por eso esas palabras me valen, lo que no significa que sea verdad que todo valga. Hace años, en una emisora de radio me propusieron colaborar en un programa al que la gente llamaba y preguntaba el sentido, origen y validez de palabras que solían utilizar o que, simplemente, habían oído. Algunas tenían una explicación fácil; otras eran más complejas. Aporto aquí varios ejemplos de vocablos que recogí en aquel consultorio. Ninguno de ellos está en el diccionario. Algunos me planteaban cierta dificultad: no pude hallar nada de salifano, ‘de poca salud’; supe que cirila, ‘horquilla para el pelo’ es palabra que se usa en Melilla; y que, posiblemente, el origen de cucos, ‘bragas’, haya que buscarlo en Suramérica; vilorio (o bilorio), ‘travieso, inquieto’ solo lo he oído en Osuna y Marinaleda. ¿De dónde procede cada una? Sinceramente, no lo sé. Otros se explican casi por sí solos: chivata, ‘bolsa hecha con un tejido de malla que deja ver lo que contiene’; follarengue, ‘ventolera’ (de la familia de hoja y follaje); bullisquear, ‘moverse nerviosamente’ (de la familia de bulla y bullicioso); esparnúa, ‘delgado’ es una curiosa contracción de espada desnuda, de donde sale ‘delgado como una esparnúa’. Puede que estas palabras se hayan perdido; o que subsistan en zonas reducidas. Pero su validez es innegable.

            Lo que no vale (por mucho que veamos usar), lo que hay que combatir es la rendición incondicional ante voces extrañas, procedentes de otros idiomas, que no revelan nada nuevo salvo la petulancia, cuando no ignorancia, de las usan. En el suplemento que acompañaba el pasado sábado al diario del que he extraído el ejemplo de todovalismo y en el que al día siguiente encontré tragirrabia, me topé con dos páginas que delatan la pedantería e ignorancia de la lengua de sus redactores.
            Era una doble página en la que, a ojo de buen cubero, un setenta por ciento lo ocupaban las imágenes y el resto, el treinta por cien, el texto. Pues bien, en ese reducido espacio se nos azotaba con la siguiente retahíla: sex tape, best seller, hipster, showrunner, spoiler, taco bowl, showman, speech, vintage, rainbow grilled cheese sándwich, noise rock, views y youtubers. Siquiera sea por aproximación, creo que todos sabemos lo que es cada cosa. Como sabemos que para casi todas ellas es posible encontrar, sin estrujarnos demasiado el cerebro, la correspondiente forma española.
            ¿Debemos recurrir, ante tal desatino, a citar la oposición entre purismo o todovalismo? Por supuesto que no. Basta meditar un poco lo que dice Lázaro Carreter: No cabe optar por decisiones tajantes, pues casi nada es tajante y neto en la vida del idioma. Solo cabe prevenir contra el extranjerismo superfluo […] ¿Qué añade a la loción para después del afeitado llamarla after shave?

No hay comentarios: