Quien
se expresa en los medios —y, por supuesto […] el que enseña en español— ha de
hacerlo enjuiciando su lenguaje y el ajeno, y procurando el tiento preciso para
que la novedad, la variación, la moda o, incluso, la transgresión que emplea o
promueve sirva al fin de mejorar o de ampliar las posibilidades comunicativas y
expresivas de la lengua. Todo aquello que no apunta a ese objetivo debería ser
mirado con cautela y con sospecha de ser mera moda, libre de correr su suerte
pero sin apoyo. (Fernando Lázaro
Carreter)
Viñeta de Forges tomada de El País |
Pedro
Álvarez de Miranda, académico, acaba de publicar un libro, Más
que palabras. Vaya por delante, para aviso de quien pueda creer que
opino de él sin conocerlo, que no lo he leído. Hablo, pues, de oído. Solo
conozco una reseña sobre él en la que se dice que tiende a dividir a los
eruditos de la lengua entre puristas y todovalistas y que él mismo se incluye entre los segundos. Pero sigo leyendo y me entero de que Álvarez
de Miranda, aun haciendo gala de que da por buena cualquier expresión que
alcance suficiente aceptación por parte del pueblo (o al menos por los medios
de comunicación), afirma que hay que combatir determinadas expresiones que
atentan de forma flagrante contra el sistema que sustenta nuestra lengua. Este dato me hace rechazar la simplificación de que solo se puede ser purista o todovalista.
Ni los unos ni los otros tienen completa razón. Ni acepto a quienes se niegan a
reconocer que la lengua evoluciona y cambia con el tiempo ni a quienes sostienen
que cualquier cambio hay que acogerlo sin someterlo análisis o revisión. Entre
blanco y negro hay una amplia gama de grises que no podemos despreciar.
Por lo pronto, me alegró ver, en esa
reseña, la aparición del término todovalismo (en otra
época, se hablaba de puristas y casticistas), como me alegró ver, al día siguiente, que el cantaor José Mercé, preguntado si considera compatible el dolor con la
alegría, respondía que él llama a eso tragirrabia. Sentí esa alegría porque, sin que ninguno
de esos términos aparezcan en el diccionario, no
solo son perfectamente inteligibles sino que se ajustan al funcionamiento de
nuestra lengua. Zalabardo sabe que siempre he defendido, y no es una tesis mía,
que la lengua es un organismo vivo sometido a una constante evolución debida al
uso que el pueblo, que es su dueño, hace de ella. Aparecen palabras nuevas al
tiempo que otras dejan de ser utilizadas y cambian giros y modos de decir. Unas
veces, las nuevas formas triunfan y se extienden hasta incrustarse en este
cuerpo común; otras veces, se quedan en intentos hueros que acabarán por no cuajar.
Es posible, sigo con el ejemplo, que
jamás encontremos en un diccionario tragirrabia o todovalismo; pero, al
leerlas, entiendo lo que Álvarez de
Miranda y Mercé han querido
decir. Académico uno, cantaor el otro, coinciden en utilizar la lengua respetando la lógica de su funcionamiento. Por eso esas palabras me valen, lo que no significa
que sea verdad que todo valga. Hace años, en una emisora de radio me propusieron
colaborar en un programa al que la gente llamaba y preguntaba el sentido,
origen y validez de palabras que solían utilizar o que, simplemente, habían
oído. Algunas tenían una explicación fácil; otras eran más complejas. Aporto
aquí varios ejemplos de vocablos que recogí en aquel consultorio. Ninguno de
ellos está en el diccionario. Algunos me planteaban cierta dificultad: no pude
hallar nada de salifano, ‘de poca salud’; supe que cirila, ‘horquilla para
el pelo’ es palabra que se usa en Melilla; y que, posiblemente, el origen de cucos,
‘bragas’, haya que buscarlo en Suramérica; vilorio (o bilorio), ‘travieso,
inquieto’ solo lo he oído en Osuna y Marinaleda. ¿De dónde procede cada una? Sinceramente, no lo sé. Otros se explican casi por sí
solos: chivata, ‘bolsa hecha con un tejido de malla que deja ver lo
que contiene’; follarengue, ‘ventolera’ (de la familia de hoja y follaje);
bullisquear,
‘moverse nerviosamente’ (de la familia de bulla y bullicioso); esparnúa,
‘delgado’ es una curiosa contracción de espada desnuda, de donde sale
‘delgado como una esparnúa’. Puede que estas palabras se hayan perdido; o
que subsistan en zonas reducidas. Pero su validez es innegable.
Lo que no vale (por mucho que veamos usar), lo que hay que
combatir es la rendición incondicional ante voces extrañas,
procedentes de otros idiomas, que no revelan nada nuevo salvo la
petulancia, cuando no ignorancia, de las usan. En el
suplemento que acompañaba el pasado sábado al diario del que he extraído el
ejemplo de todovalismo y en el que al día siguiente encontré tragirrabia,
me topé con dos páginas que delatan la pedantería e ignorancia de la lengua de sus redactores.
Era una doble página en la que, a ojo
de buen cubero, un setenta por ciento lo ocupaban las imágenes y el resto, el treinta
por cien, el texto. Pues bien, en ese reducido espacio se nos azotaba con la
siguiente retahíla: sex tape, best seller, hipster, showrunner,
spoiler,
taco
bowl, showman, speech, vintage, rainbow
grilled cheese sándwich, noise rock, views y youtubers.
Siquiera sea por aproximación, creo que todos sabemos lo que es cada cosa. Como
sabemos que para casi todas ellas es posible encontrar, sin estrujarnos
demasiado el cerebro, la correspondiente forma española.
¿Debemos recurrir, ante tal desatino, a citar la oposición entre purismo o todovalismo? Por supuesto que no. Basta meditar un poco lo que dice
Lázaro Carreter: No cabe optar por decisiones tajantes,
pues casi nada es tajante y neto en la vida del idioma. Solo cabe prevenir
contra el extranjerismo superfluo […] ¿Qué añade a la loción para después del
afeitado llamarla after shave?
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