Es
importante para la prudencia no hablar con superlativos, para no faltar a la
verdad y para no deslucir la propia cordura. Las exageraciones son despilfarros
de estima y dan indicio de escasez de conocimiento y gusto. (Baltasar Gracián, 1601-1658)
De castellano actual.com. Univerdidad de Piura, Perú. |
“¿Acaso no has oído nunca eso de quod
natura non dat…?”, me dice Zalabardo al notarme un tanto decaído
mientras hablamos sobre algunas facetas de las redes sociales que no me gustan.
El refrán, aunque se repita en latín y sea de incierto origen, es español por
los cuatro costados y, su traducción, más o menos libre, está al alcance de
cualquiera: lo que no nos da la
naturaleza, ni siquiera Salamanca (su Universidad) nos lo concederá. Es un
simple recordatorio de que hay cualidades, como la inteligencia, que han de ser
innatas, por lo que, aunque se las puede cultivar, no se adquieren ni siquiera
asistiendo al más reputado de los centros.
Nuestra discusión versa sobre Facebook,
las redes sociales y medios de difusión. Manifiesto a Zalabardo mi queja por la
cantidad de personas que faltan a la prudencia, que muestran su cerril intolerancia,
repiten hasta la saciedad lo que otros han dicho, ofrecen como propias ideas
ajenas o escriben de forma lamentable. Todo ello me lleva a recordar ese
despilfarro, flagrante indicio de la escasez de conocimiento y gusto citado por Gracián.
Tomado del diario La Provincia |
Soy nuevo en el mundo de las redes
sociales, lo reconozco; he tardado en unirme a él, he llegado un poco empujado
por las circunstancias y no sé navegar con soltura en sus aguas. ¿Explica eso
las cosas que no me gustan? No negaré la revolución que tales redes han supuesto
y las muchas cosas buenas que aportan. Pero que tengamos a nuestro alcance la
posibilidad de comunicar nuestro estado, nuestras opiniones a un grupo restringido,
o amplio, de personas no debería justificar de ningún modo la creciente actitud
a hablar ex cathedra y, para colmo,
de forma descuidada.
Y eso que no faltan recomendaciones para
hacerlo bien; pero no se respetan: por lo pronto, que ese “estado personal” comunicado
puede interesar a algunos pero no a otros muchos que merecen idéntico respeto; que
debe delimitarse escrupulosamente lo privado de lo público; que, si nos abrimos
a los demás, habrá que cuidar la imagen que damos y, si somos celosos de
nuestra parcela de intimidad, es preciso corresponder no rebasando nunca los
límites de las de los demás; que todas las opiniones son respetables mientras
no causen daño a nadie y que no debemos apropiarnos de las ajenas ocultando la
identidad de su autor verdadero; y, por no cansar más, que es obligado cuidar con
esmero la ortografía, la gramática, el estilo… Caso de que percibamos que hemos
cometido una incorrección de cualquier tipo, borraremos de inmediato lo
publicado, pediremos disculpas si procede y rectificaremos lo anteriormente
publicado.
Ejemplo tomado de Facebook |
Le digo a Zalabardo que lo que más
me duele es encontrar sin cesar publicaciones que demuestran los
desmanes de que habla Gracián. Por ejemplo, esos comentarios de dureza feroz, intransigentes e
intolerantes, contra ideas, opiniones o actitudes que consideran condenables en
los demás, pero que no presentan ninguna diferencia notable con las de quienes
los emiten.
También me duele ver cómo personas
que presumen de una preparación, de una formación, de un título, se expresan
con un lenguaje que sonroja. A alguien le dije, de manera privada y procurando
ser prudente, que no existe el término palafranero, sino palafrenero,
y se lo razoné. ¿Creéis que me hizo caso? La palabra le gusta y la usa a destajo.
Como también emplea pracmático y no pone ni una coma, ni un punto, ni una tilde en
su lugar conveniente. Lo peor no es eso, sino que con la nada recomendable moda
de escribir continuamente con mayúsculas (lo que convierte en exabrupto cualquier
posible razonamiento) no para de criticar en los demás defectos que él comete a
cada paso. Es decir, lo de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
Ante este desprecio hacia el
lenguaje, echo en falta la llaneza y naturalidad que deberían caracterizar a
textos que tendrían que buscar la claridad y acaban por resultar oscuros. Así
(¿por contagio con otros medios de comunicación?) por aquí y por allá aparece procrastinar
en lugar de diferir o aplazar; no se siente pudor al
hablar de disrupciones en lugar de roturas o interrupciones bruscas; o
se sueltan, a la menor ocasión que se presente, palabras como transversalizar
o problematizar,
se habla de escuela inclusiva (como si alguna vez la finalidad de la
escuela hubiese sido excluir) o se piden listas desagregadas por sexo en
lugar de solicitar que en ellas se separen sus integrantes según el sexo.
Cuando me encuentro con estas cosas,
pienso en lo que decía Unamuno de
quienes quedaban absortos buscando la rana en la bella fachada de la Universidad de Salamanca: No es
malo que vean la rana, sino que no vean más que la rana. También pienso
en otro refrán de nuestra lengua que, sin tanto latín y con menos miramiento,
dice: asno que sale de viaje no torna convertido en caballo. Que
viene a decir lo mismo.
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