sábado, mayo 28, 2016

QUOD NATURA NON DAT, SALMANTICA NON PRAESTAT




            Es importante para la prudencia no hablar con superlativos, para no faltar a la verdad y para no deslucir la propia cordura. Las exageraciones son despilfarros de estima y dan indicio de escasez de conocimiento y gusto. (Baltasar Gracián, 1601-1658)


De castellano actual.com. Univerdidad de Piura, Perú.
            “¿Acaso no has oído nunca eso de quod natura non dat…?”, me dice Zalabardo al notarme un tanto decaído mientras hablamos sobre algunas facetas de las redes sociales que no me gustan. El refrán, aunque se repita en latín y sea de incierto origen, es español por los cuatro costados y, su traducción, más o menos libre, está al alcance de cualquiera: lo que no nos da la naturaleza, ni siquiera Salamanca (su Universidad) nos lo concederá. Es un simple recordatorio de que hay cualidades, como la inteligencia, que han de ser innatas, por lo que, aunque se las puede cultivar, no se adquieren ni siquiera asistiendo al más reputado de los centros.
            Nuestra discusión versa sobre Facebook, las redes sociales y medios de difusión. Manifiesto a Zalabardo mi queja por la cantidad de personas que faltan a la prudencia, que muestran su cerril intolerancia, repiten hasta la saciedad lo que otros han dicho, ofrecen como propias ideas ajenas o escriben de forma lamentable. Todo ello me lleva a recordar ese despilfarro, flagrante indicio de la escasez de conocimiento y gusto citado por Gracián.

Tomado del diario La Provincia
            Soy nuevo en el mundo de las redes sociales, lo reconozco; he tardado en unirme a él, he llegado un poco empujado por las circunstancias y no sé navegar con soltura en sus aguas. ¿Explica eso las cosas que no me gustan? No negaré la revolución que tales redes han supuesto y las muchas cosas buenas que aportan. Pero que tengamos a nuestro alcance la posibilidad de comunicar nuestro estado, nuestras opiniones a un grupo restringido, o amplio, de personas no debería justificar de ningún modo la creciente actitud a hablar ex cathedra y, para colmo, de forma descuidada.
            Y eso que no faltan recomendaciones para hacerlo bien; pero no se respetan: por lo pronto, que ese “estado personal” comunicado puede interesar a algunos pero no a otros muchos que merecen idéntico respeto; que debe delimitarse escrupulosamente lo privado de lo público; que, si nos abrimos a los demás, habrá que cuidar la imagen que damos y, si somos celosos de nuestra parcela de intimidad, es preciso corresponder no rebasando nunca los límites de las de los demás; que todas las opiniones son respetables mientras no causen daño a nadie y que no debemos apropiarnos de las ajenas ocultando la identidad de su autor verdadero; y, por no cansar más, que es obligado cuidar con esmero la ortografía, la gramática, el estilo… Caso de que percibamos que hemos cometido una incorrección de cualquier tipo, borraremos de inmediato lo publicado, pediremos disculpas si procede y rectificaremos lo anteriormente publicado.

Ejemplo tomado de Facebook
            Le digo a Zalabardo que lo que más me duele es encontrar sin cesar publicaciones que demuestran los desmanes de que habla Gracián. Por ejemplo, esos comentarios de dureza feroz, intransigentes e intolerantes, contra ideas, opiniones o actitudes que consideran condenables en los demás, pero que no presentan ninguna diferencia notable con las de quienes los emiten.
            También me duele ver cómo personas que presumen de una preparación, de una formación, de un título, se expresan con un lenguaje que sonroja. A alguien le dije, de manera privada y procurando ser prudente, que no existe el término palafranero, sino palafrenero, y se lo razoné. ¿Creéis que me hizo caso? La palabra le gusta y la usa a destajo. Como también emplea pracmático y no pone ni una coma, ni un punto, ni una tilde en su lugar conveniente. Lo peor no es eso, sino que con la nada recomendable moda de escribir continuamente con mayúsculas (lo que convierte en exabrupto cualquier posible razonamiento) no para de criticar en los demás defectos que él comete a cada paso. Es decir, lo de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
            Ante este desprecio hacia el lenguaje, echo en falta la llaneza y naturalidad que deberían caracterizar a textos que tendrían que buscar la claridad y acaban por resultar oscuros. Así (¿por contagio con otros medios de comunicación?) por aquí y por allá aparece procrastinar en lugar de diferir o aplazar; no se siente pudor al hablar de disrupciones en lugar de roturas o interrupciones bruscas; o se sueltan, a la menor ocasión que se presente, palabras como transversalizar o problematizar, se habla de escuela inclusiva (como si alguna vez la finalidad de la escuela hubiese sido excluir) o se piden listas desagregadas por sexo en lugar de solicitar que en ellas se separen sus integrantes según el sexo.

            Cuando me encuentro con estas cosas, pienso en lo que decía Unamuno de quienes quedaban absortos buscando la rana en la bella fachada  de la Universidad de Salamanca: No es malo que vean la rana, sino que no vean más que la rana. También pienso en otro refrán de nuestra lengua que, sin tanto latín y con menos miramiento, dice: asno que sale de viaje no torna convertido en caballo. Que viene a decir lo mismo.

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