Un hombre que se iba al extranjero
llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda: a uno dio cinco talentos, a
otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad; y se ausentó. Enseguida,
el que había recibido cinco talentos se puso a negociar con ellos y ganó otros
cinco. Igualmente el que había recibido dos ganó otros dos. En cambio el que
había recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor. (S. Mateo, 25, 14-18)
Parece que nadie discute que el significado de la
palabra talento, en su origen 'balanza' y, más tarde, 'determinada moneda', derivó hacia el que hoy le damos, ‘aptitud,
capacidad para el desempeño de algo’ e ‘inteligencia, capacidad de entender’,
por influencia de la parábola que san
Mateo nos narra. Ignoro, le digo a Zalabardo, si hoy hay más inteligencia
que en otras épocas; pero, en cambio, me inclino por pensar que hay menos
aptitudes, menos capacidad en el desempeño de la función. No es exactamente que
tengamos menos aptitudes, que puede que no sea verdad, sino que las atendemos
menos.
La parábola de los talentos es por completo aplicable al idioma. Se nos ha entregado un tesoro, lo que permite que podamos comunicarnos y manifestar a los demás nuestros pensamientos. Sin duda, no todos somos iguales y cada uno tiene una capacidad. Lo que se nos pide, esa es la meta que debe exigirse, es que rindamos en función de las capacidades que se nos han entregado. Respecto al lenguaje, nuestra labor es que poner lo que esté en nuestra mano para que de esos talentos, que son propiedad común, se obtenga el mayor rédito posible. Que, cuando se nos pidan cuentas, podamos presumir de haber participado en la obtención de un beneficio.
La gente de la época de Cervantes participó, sin duda, en el
éxito del Quijote. De esa gente, de su lenguaje coloquial, de su aprecio
por el lenguaje sentencioso y proverbial, sacó Cervantes el que utilizó en su novela. ¿Se puede decir algo semejante
hoy? Hay, sin duda, menos analfabetismo, o eso parece; pero, por desgracia hay
un mayor desconocimiento de la lengua que empleamos. No hablo de esa jerga que
se utiliza en las redes sociales —eso es otro asunto que habría que tratar—.
Pienso, por ejemplo, en la que pretenden imponer las propias administraciones (como
la de Educación de Andalucía) o en la que encontramos en periódicos de tanta
influencia y prestigio como pueda ser El País.
Un solo artículo publicado hace unos
días, breve, de no demasiada enjundia, de los que en no pocas ocasiones pasan
desapercibidos, acumula tal cantidad de errores —no tanto por la cantidad, sino
por su naturaleza— que sonrojarían a cualquiera. En los centros escolares
parece que se desprecian los dictados y los copiados; apenas si se exigen
ejercicios de composición, redacciones, que obliguen a cuidar el estilo. La
consecuencia es esta. En el artículo que menciono, encontramos lo siguiente: se
confunde, y de forma reiterada revelar, ‘dar a conocer, poner de
manifiesto’ con rebelarse, ‘sublevarse, oponer resistencia’; se desconoce la
diferencia entre porque, porqué, por qué y por
que; una frase con sujeto múltiple, que pide verbo en plural, se
construye con verbo en singular; se utiliza —aunque la costumbre vaya aceptando
este uso— el empleo de virtual, ‘lo que tiene apariencia
aparente, pero no real’ con digital, ‘lo que se ofrece en
formato electrónico y solo se encuentra en internet’; se abusa de
construcciones inadecuadas, como en base a en lugar de con
base en o sobre la base de que serían las correctas; se utiliza
indistintamente el nombre de una producción teatral en inglés y español —Eclised
y Eclipse—
sin tener en cuenta que no significan los mismo y sin explicar si esa es la
traducción que se ha elegido para la versión española.
En esos fallos encontramos
diferentes culpables: por supuesto, la autora del artículo por su zarrapastroso
(adjetivo que ya utilizó un director de la RAE)
uso de la lengua; los correctores de redacción, si los hay, por el descuido con
que ejercen su función; y el periódico, por presentarse a sus lectores con tan
lamentable estilo.
Es decir que no trataron de sacar
beneficio de los talentos que se les entregaron, con lo que demostraron su
absoluta falta de talento. En la parábola, a esta persona que no hace nada por mejorar se la castiga. En el colegio, nos hacían escribir las faltas que cometíamos hasta que lográbamos erradicarlas. Hoy, el talento parece que nos importa un bledo. Y hasta presumimos de este desprecio.
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