sábado, mayo 14, 2016

ANTES MUERTA QUE SENCILLA



Una mediana vida yo posea,
un estilo común y moderado,
que no le note nadie que le vea (Fernández de Andrada)

No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera (Fr. Luis de León)

 
La Axarquía, desde el mirador de Vallejos
          
Nuestra lengua dispone, le digo a Zalabardo en una de nuestras habituales charlas, de una expresión, en el término medio está la virtud, que es toda una exposición de modelo de conducta. Muchos años, siglos, hay detrás del ideal expresado por la frase. Creo que fue Horacio quien, en literatura, enunció y desarrolló por vez primera el tópico de la aurea mediocritas (la dorada medianía, la búsqueda de la moderación) que, al cabo, defiende lo mismo, que el estado ideal es el que se logra si alcanzamos el punto medio entre los extremos, es decir, la concordancia entre los opuestos.
            Pero, le insisto, tras este ideal de vida hay mucho bagaje argumental. La dorada mediocridad, la doctrina de la medianía o el camino medio son doctrinas que encontramos formuladas en Epicuro, Confucio, Buda, Maimónides… Todo radica en conformarse con lo que se tiene y no dejarse llevar por aspiraciones desproporcionadas.
            “¿Y tú crees que, en nuestros días, la gente está por la labor, se contenta con ese no ser notado?”, me responde él. Y le tengo que admitir que la respuesta es un no rotundo, que a lo que asistimos es precisamente a lo contrario, a la manifestación de unas ansias desmedidas por aparecer siempre en primer plano.
            Nada tengo que oponer, aunque no sea mi plan de vida, a ese afán de protagonismo. Cada persona es dueña de aspirar a lo que le apetezca. Podría discutir los medios que se emplean.
            Lo que sí rechazo de plano es que destruya el lenguaje para alcanzar notoriedad. No seremos distintos porque hablemos de manera diferente; y, sobre todo, si lo hacemos mal. Hace días, en una conversación informal, una persona decía que ella, cuando había una reunión de trabajo exigía que se dijera inspectores e inspectoras porque si se hablaba solo de inspectores, a ella no se la veía. 

Con Pedro Villalobos, en la Fuente de los Morales (Monda)
            Afán por ser vistos. Mayor preocupación por parecer (y a ser posible aparecer) que por ser. Y, por este camino, entramos en esa deturpación del idioma que tanto atrae hoy. No nos vale que se nos vea, sino que pedimos que se nos visualice e, incluso que se nos visibilice. Tenemos cuatro verbos —ver, visionar, visualizar, visibilizar— que son válidos si se emplea cada uno en su adecuado contexto. Pero acabamos por convertirlos en sinónimos, sin serlo exactamente. Y en esta igualación, preferimos el más largo, visibilizar, sin atender que con ver se nos entendería mejor.
            Aurelio Arteta, ya desde 1995, ha venido denunciando el abuso de los archisílabos. Su tesis, elogiable, es que una palabra, por ser más larga no es más válida. Por eso no culpamos, sino culpabilizamos; no impedimos, sino que imposibilitamos; no revelamos, sino evidenciamos; no hacemos una llamada a algo, sino un llamamiento; no señalamos, sino señalizamos; y no trasladamos, sino deslocalizamos. Y así ad nauseam. En esa línea son también condenables las palabras comodines. ¿No habéis reparado en que hoy, lamentablemente, no se pone en ejecución algo, no se potencia, no se aplican medidas para realizar algo, no se promueve ni favorece…? No, hoy lo que hacemos es implementar, aunque muchos de los que utilizan este anglicismo no sepan con precisión lo que significa.
            Pero ya digo, nos gusta estar en el machito, es decir sobre un pilar en el que se nos vea bien. Por no perder la posición de privilegio que ocupemos, hacemos lo que sea. Decimos lo que aquella inocente niña a la que exhibían por medio mundo (y de la que ya nadie se acuerda, como pasa con otros muchos inocentes niños): antes muerta que sencilla. Hoy, la vida retirada de Fray Luis atrae a muy pocos.

No hay comentarios: