Una mediana vida yo posea,
un estilo común y moderado,
que no le note nadie que le vea (Fernández de Andrada)
No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera (Fr. Luis de León)
La Axarquía, desde el mirador de Vallejos |
Pero, le insisto, tras este ideal de
vida hay mucho bagaje argumental. La dorada mediocridad, la doctrina de la
medianía o el camino medio son doctrinas que encontramos formuladas en Epicuro, Confucio, Buda, Maimónides… Todo radica en conformarse
con lo que se tiene y no dejarse llevar por aspiraciones desproporcionadas.
“¿Y tú crees que, en nuestros días,
la gente está por la labor, se contenta con ese no ser notado?”, me responde
él. Y le tengo que admitir que la respuesta es un no rotundo, que a lo que
asistimos es precisamente a lo contrario, a la manifestación de unas ansias
desmedidas por aparecer siempre en primer plano.
Nada tengo que oponer, aunque no sea
mi plan de vida, a ese afán de protagonismo. Cada persona es dueña de aspirar a
lo que le apetezca. Podría discutir los medios que se emplean.
Lo que sí rechazo de plano es que
destruya el lenguaje para alcanzar notoriedad. No seremos distintos porque
hablemos de manera diferente; y, sobre todo, si lo hacemos mal. Hace días, en
una conversación informal, una persona decía que ella, cuando había una reunión
de trabajo exigía que se dijera inspectores e inspectoras porque si se
hablaba solo de inspectores, a ella no se la veía.
Con Pedro Villalobos, en la Fuente de los Morales (Monda) |
Afán por ser vistos. Mayor preocupación
por parecer
(y a ser posible aparecer) que por ser. Y, por este camino, entramos en
esa deturpación del idioma que tanto atrae hoy. No nos vale que se nos vea,
sino que pedimos que se nos visualice e, incluso que se nos visibilice.
Tenemos cuatro verbos —ver, visionar, visualizar,
visibilizar—
que son válidos si se emplea cada uno en su adecuado contexto. Pero acabamos
por convertirlos en sinónimos, sin serlo exactamente. Y en esta igualación,
preferimos el más largo, visibilizar, sin atender que con ver
se nos entendería mejor.
Aurelio
Arteta, ya desde 1995, ha venido denunciando el abuso de los archisílabos.
Su tesis, elogiable, es que una palabra, por ser más larga no es más válida.
Por eso no culpamos, sino culpabilizamos; no impedimos,
sino que imposibilitamos; no revelamos, sino evidenciamos; no hacemos
una llamada
a algo, sino un llamamiento; no señalamos, sino señalizamos; y no trasladamos,
sino deslocalizamos.
Y así ad nauseam. En esa línea son
también condenables las palabras comodines. ¿No habéis reparado en que hoy, lamentablemente,
no se pone en ejecución algo, no se potencia, no se aplican medidas para realizar
algo, no se promueve ni favorece…? No, hoy lo que hacemos es implementar,
aunque muchos de los que utilizan este anglicismo no sepan con precisión lo que
significa.
Pero ya digo, nos gusta estar
en el machito, es decir sobre un pilar en el que se nos vea bien. Por
no perder la posición de privilegio que ocupemos, hacemos lo que sea. Decimos
lo que aquella inocente niña a la que exhibían por medio mundo (y de la que ya
nadie se acuerda, como pasa con otros muchos inocentes niños): antes
muerta que sencilla. Hoy, la vida retirada de Fray Luis atrae a muy pocos.
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