La
única persona que habla español, en español, el español que yo creo español,
era mi madre, tan natural, tan directa y tan sencilla, cuya voz sigo oyendo
debajo de la mía inolvidablemente (Juan
Ramón Jiménez)
Mary
Pelayo, buena amiga y compañera, de Osuna, incluía en un mensaje de
whatsapp una breve frase en la que aparecían dos palabras que, no lo niego, me
estremecieron porque hicieron aflorar recuerdos de tiempos ya remotos. Decía
ella: tengo en casa un sahumador que está entenguerengue.
Conocida es mi afición por los
vocablos que corren riesgo de extinción. Esta Agenda dedica a ellas
muchas de sus entradas. Pensaba yo, antes de recibir el mensaje, que estos
términos estaban ya perdidos o casi. No lo digo en plan de queja, sino como
información para quien no los conozca. La lengua evoluciona, los tiempos cambian,
unos términos desaparecen al tiempo que otras van ocupando el lugar dejado por
ellas. ¿Por qué? Porque toda la vida es cambio y la lengua no iba a ser una
excepción. Es inevitable y no hay que lamentarse. Podemos sentirnos dolidos de
que se utilice una lengua adocenada y artificiosa, pero nunca de que fluya con
la vitalidad que siempre ha tenido.
Zalabardo me pide que me deje de
zarandajas y vaya a las palabras. Esta amiga, Mary, nos decía que tenía en casa un sahumador que estaba entenguerengue
y que no sabía bien qué hacer con él. El sahumador, creo que es sabido, es un
recipiente que se utiliza para quemar en él materias aromáticas. Digamos, para
entendernos, un incensario. El resultado de quemar esas sustancias es el sahumerio,
ese humo aromático que de él sale. Pero resulta que sahumerio es palabra que
puede servir para designar el recipiente, la sustancia que en él se quema y el
propio humo (o su aroma) que se provoca por la combustión. En mi pueblo, lo
normal era que la palabra se pronunciara con una fuerte aspiración: sajumerio.
En casos semejantes compruebo la
validez del experimento de Pávlov y
sus perros, y debo reconocer el acierto de Proust
con la imagen de la magdalena. Porque nada más leer la frase escrita por Mary, mi mente dio un extraordinario
salto al pasado. Recordé las noches de invierno en casa. Como no había
calefacción eléctrica, bajo la camilla (‘mesa generalmente redonda
cubierta por unas enagüillas, 'falda o paño largo’) se colocaba una copa
(‘brasero’) en el que se prendía cisco (‘carbón menudo’) de picón
(‘el hecho con ramas de diferentes árboles’) u orujo (‘carbón obtenido
con restos de los huesos de la aceituna molida’). Para evitar los desagradables
olores producidos por una deficiente elaboración del carbón se arrojaba
periódicamente sobre las brasas sahumerio. El que yo recuerdo de mi
casa se hacía con una mezcla de hojas y flores secas de alhucema y romero,
aunque se podía hacer con otras plantas aromáticas; la alhucema es de la familia
de la lavanda, aunque no debemos confundirla con el espliego.
Para completar el recuerdo, digamos que, de vez en cuando, las brasas se
avivaban removiéndolas con una badila (‘paleta’). A eso se llamaba echar
una firma. Y para no coger desprevenidas a las mujeres, pues había que
levantar las enagüillas de la camilla, se decía: ¡con
permiso!
¿Y entenguerengue? Mary
quería decirnos que su sahumador está en situación
lamentable, con partes que necesitan soldadura, por lo que no tenían fijeza.
Si miramos el DRAE, leemos que, en realidad, es una locución (en
tenguerengue) que significa ‘en equilibrio inestable’. Pero, en muchos
lugares, se emplea como una sola palabra. Cualquier cosa que corre riesgo de
caer está entenguerengue. Determinar su origen es algo más complicado. Corominas lo relaciona con tango,
forma del verbo tañer, porque puede caerse al tocarlo. De hecho tángano
es un cilindro de madera que, en algunos juegos, hay que derribar lanzando
sobre él unos discos metálicos como los que se usan en el juego de la
rana. He comprobado que en algunos lugares de Extremadura y de Castilla
existe un juego que se llama la Tanguilla, que se ajusta a lo que
acabo de exponer antes. Incluso hay una modalidad antigua del juego que
consistía en ir poniendo sobre la parte superior del tángano o palo monedas
que acabaría llevándose quien lo derribara. Ni que decir tiene que tanto el
palo como esas monedas estaban entenguerengue.
Sahumerio, entenguerengue, camilla,
enagüillas,
picón,
badila,
copa…
palabras casi olvidadas que hoy recupero. Gracias, Mary Pelayo, por despertar mis recuerdos.
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