Los
idiomas no se enriquecen solo incorporando palabras para nombrar conceptos
nuevos, sino también, y muy especialmente, afinando en la nitidez inequívoca de
su léxico, trabajándolo para que permita diferenciar lo que, siendo próximo, no
es idéntico. (Fernando Lázaro Carreter)
Alegoría de la honestidad, de Rubens. |
No hace muchos días, la presidenta
de la Junta de Andalucía, Susana Díaz
declaraba con toda vehemencia: Yo creo
firmemente en la honradez y la honestidad tanto de Pepe Griñán como de Manolo Chaves. No voy a entrar, no es
objetivo de esta Agenda, en cómo nuestros políticos se rasgan las vestiduras y solicitan
el castigo inmediato para los presuntos delitos cometidos por políticos de
otros partidos al tiempo que ponen todos los parches posibles cuando son los
suyos los que caen bajo la sospecha de conducta indebida. Allá se las apañe
cada uno con su conciencia y ojalá la justicia desentrañe cada uno de los
numerosos casos que día a día nos estremecen.
Me quiero centrar, le digo a
Zalabardo, en las palabras que utilizan. La presidenta andaluza defiende la honradez
y la honestidad
de sus compañeros de partido (no sé ahora si ellos han renunciado a su
militancia) como si para ostentar un cargo público hubiese que reunir ambas
virtudes. ¿No sería suficiente pedirles solo lo primero? ¿No estamos hartos de
decir que la vida privada no debe importar siempre que no afecte a los actos
públicos? ¿Son la honradez y la honestidad la misma cosa o designan
conceptos diferentes?
Honestidad, de Giotto. |
Vamos a tratar de deslindar la
cuestión. Si atendemos al Diccionario de Autoridades de 1734,
leemos que honradez es el género de
pundonor que obliga al hombre a obrar siempre conforme a sus obligaciones y
cumplir su palabra en todo; frente a esto, honestidad es tanto la compostura, modestia y moderación en la
persona, en las acciones y en las palabras como la moderación y pureza contraria al vicio de la lujuria.
Lázaro
Carreter explica muy bien cómo, posiblemente debido al tradicional sentido
del honor
entre los españoles de otros siglos y atendiendo a que la honestidad era cualidad
que se solicitaba más a las mujeres, entre nosotros honradez y honestidad
eran palabras que marcaban realidades muy diferentes, aunque la segunda podría,
en determinados contextos, asimilarse a la primera. La honradez se aplicaba a
cuanto fuese recta conducta y fiel cumplimiento de las obligaciones debidas, es
decir, la probidad, mientras que la honestidad remitía a la conducta
sexual y, más concretamente a la decencia y la castidad. Otras lenguas,
en cambio (francés, inglés, italiano…) no presentan un deslinde tan claro entre
ambos términos.
Viñeta de El Roto, en El País |
Pero los tiempos cambian y, en el
lenguaje, no siempre para bien. Algo que teníamos muy claro, de pronto se nos
torna difuso. Por contagio de las otras lenguas, especialmente del inglés
(contagio que nace de un deficiente conocimiento de la lengua propia), en las
que a un político, o a cualquier cargo de responsabilidad, se le pide honestidad
(que correspondería a nuestra honradez), nosotros hemos comenzado
a hacer lo mismo. A esto se refiere la cita inicial de Lázaro. Hay parejas de palabras (por ejemplo, rehabilitación/restauración)
que nos pueden inducir a confusión porque no tenemos claros sus límites. Pero
estas dos no ofrecían, hasta hace un tiempo, ese problema. Luego, si las hemos
convertido en sinónimas, lo que estamos es empobreciendo la lengua. Sin embargo,
si miramos no el viejo diccionario del siglo xviii,
sino que venimos a la última edición del DRAE, nos encontramos con que honradez
es ‘rectitud de ánimo, integridad en el obrar’; y honestidad, por su parte,
es ‘1. decencia o decoro; 2. Recato, pudor; 3. Racionalidad, justicia; 4. Probidad,
rectitud, honradez’. Vemos meridianamente que solo en su última acepción se
pueden considerar equivalentes los términos.
Viñeta de Querol. |
Este tipo de errores es más
frecuente de lo que nos parece; también es frecuente presentar unidos términos
que se refieren a la misma parcela significativa. Hace unos días, viendo en televisión
un partido de fútbol, el comentarista hablaba de los prolegómenos iniciales. ¿Acaso
no sabe que prolegómeno es aquello que va por delante, preámbulo que da
paso a lo que vendrá después? Luego, por fuerza debe ser inicial, pues es imposible
un prolegómeno
final. Y también recientemente, mientras paseaba, vi una valla publicitaria,
en el entorno del Pabellón Martín Carpena, que anunciaba un local en el que podríamos
disfrutar de una zona infantil para niños.
Como dice Lázaro Carreter, el idioma no se enriquece solo introduciendo nuevas
palabras; pudiera bastar usar bien las que tenemos.
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