Acudieron
allí siete u ocho y se allegaron al corro, y como vieron que yo era español,
dieron gritos a una voz: “¿Pues hay muertos y heridos de los nuestros y traéis
aquí este marrano y no lo habéis muerto?” (Jerónimo de Pasamonte)
Zalabardo comienza hoy preguntándome
quién es este fulano Pasamonte, que
traigo a la cita inicial de este apunte. Debo confesarle que tampoco yo lo
conozco bien, fuera de que es un escritor de los siglos de oro, de que escribió
una novela autobiográfica titulada Vida y trabajos y de que algunos lo
señalan como figura inspiradora del Ginés de Pasamonte del Quijote.
Pero lo que me interesa es que rastreemos un poco la curiosa historia del
término marrano, que vemos que se le aplica.
Consultando el Diccionario de la Real Academia,
vemos que la palabra tiene los siguientes significados: ‘1. Cerdo. 2. Persona
sucia y desaseada. 3. Persona grosera, sin
modales. 4. Persona que procede o se porta de manera baja o rastrera. 5.
Dicho de un judío converso: sospechoso de practicar ocultamente su antigua
religión’. Y, claro, no es que nos preguntemos eso de qué fue primero, el huevo
o la gallina, pero sí nos entra la duda de qué relación hay entre unos y otros
significados y cuál pudiera ser el originario. La cuestión no es tan fácil,
aparte de que no encuentro en ningún lado que se diga que durante un tiempo también
se aplicó como apelativo despectivo de español.
Condenados por la Inquisición |
Por eso, le digo a Zalabardo, he
rastreado en otros diccionarios. En el de Nebrija
de 1495 se dice simplemente que es el ‘cochino de un año’. En 1611, Covarrubias dice que es el ‘recién
convertido al cristianismo de quien tenemos ruin concepto de él por haberse
convertido fingidamente y pedir que se le exima de comer cerdo, carne que no le
gusta’. En el mismo año, Francisco del
Rosal, en un diccionario que pretende ser etimológico, afirma que es un
‘vocablo con que los moros llaman a los judíos’. Y lo explica diciendo que, en
árabe, la palabra significa ‘nuevo o reciente, recién convertido’ y que por eso
se llama marrana a la carne fresca de puerco. El Diccionario de Autoridades,
de 1734 dice que es ‘maldito o excomulgado’. La Academia, en su diccionario de 1818, añade el significado ‘jabalí
domesticado’, y en el de 1869, después de lo anterior, señala que por esa razón
sirve también para la ‘persona sucia en su porte o proceder’. Por fin, en la
edición de 1936, parece que volvemos un poco a los orígenes y se indica:
‘aplícase como despectivo a los judíos.” O sea, nada que nos haga pensar que a
todos nosotros, los españoles, se nos llamó en Europa marranos.
La palabra, en su origen, nos
indican la Academia y otras fuentes,
procede del árabe muharram, que significa ‘declarado anatema, cosa prohibida’. Y
para judíos y musulmanes, la carne de cerdo es algo prohibido, será,
naturalmente, muharram, es decir marrano.
Ya tenemos, a lo que parece, que el significado originario de marrano
es cerdo.
Desde 1492, en nuestro país se
comenzó a mirar con suspicacia a los judíos. Se los consideraba enemigos claros
del cristianismo y se dudaba de la sinceridad de su conversión. La Inquisición, implacable en su tarea de
no consentir ninguna clase de heterodoxia, los persigue con saña. Resultado: masiva
emigración de judíos hacia otros estados de Europa. Unos, porque no querían
renegar de su fe; otros porque temían que no se creyera en su conversión. La
mayoría, porque se los expulsó. Frente a los pocos que quedaron, nunca desapareció
la intolerancia y el fanatismo que alentaba la sospecha de que toda conversión
era fingida. Así que se los comenzó a llamar, de manera despectiva, marranos,
porque no renunciaban a mantener su abstinencia frente a la carne de cerdo.
Alejandro VI |
Pero hay algo que se suele pasar por
alto y que expone muy bien Karl Vossler
en su libro Algunos caracteres de la cultura española. El celo excesivo de la
Inquisición tuvo otro efecto, relacionado
con el miedo a aquel tribunal. La conciencia religiosa de los españoles se sintió
profundamente inquieta. Fueron tantos los mahometanos y judíos que hubo en
nuestra tierra que el cruce de razas se hizo inevitable. Por ello, ante el gran
número de cristianos nuevos, que, al ser forzados muchos lo eran también solo
en apariencia, surgió la preocupación por demostrar por cualquier medio que se
era “cristiano viejo”. Eso intensificó nuestra desconfianza hacia los conversos,
los marranos,
y de modo paralelo intensificó nuestro fundamentalismo religioso. Por eso en Europa,
que se había llenado de emigrados semitas españoles sospechosos de islamismo o
judaísmo, se consideró el cristianismo español afectado, exagerado e intolerante,
hasta el punto de que el apelativo marranos que se aplicaba a los
conversos se extendió a todos los españoles. El propio Lutero atacó al papa Alejandro
VI, de la familia Borgia,
llamándolo “catalán, marrano y circunciso”.
Esta última acepción, marrano/español,
es curiosamente la que no aparece en ningún diccionario, aunque hay bastantes
muestras de su empleo en la literatura de aquellos años. Por eso incluyo el
texto de Pasamonte, que cuenta una reyerta
de soldados españoles con habitantes de un lugar de Calabria en la que,
habiendo él resultado herido, al acudir otras personas a socorrerlos, viendo
que él era marrano, es decir, español, lo dejaron para atender
primero a los que eran de aquella tierra.
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