Ninguno
ha escrito gramática, y hablamos la costumbre, no la verdad […] “Mire lo que le
digo”, decimos todos, por “Óigame”; pues no se parecen los ojos y las orejas […]
¿Qué será “no dar sed de agua”, que tan frecuentemente se oye en las quejas de
los amigos, y de los criados? ¿Y qué “hacer bailar el agua delante”? (Francisco de Quevedo)
Ya Quevedo, según vemos arriba, se burlaba de la, al menos aparente,
incongruencia de muchas de las expresiones que utilizamos. Dice bien que
seguimos la costumbre y no la verdad, la lógica, cuando hablamos. ¿Por qué
decimos una cosa y no otra? ¿Por qué pedimos que se mire lo que decimos y no
que se oiga? Muchas de las expresiones que se emplean tienen,
ciertamente una explicación muy clara. Así, estar hecho alheña (o fosfatina)
para decir que estamos cansados deben ser expresiones que no tienen que extrañar a nadie. La
alheña
es un arbusto de cuyas hojas, molidas, se extrae un polvo usado para teñir. Y
la fosfatina
es un polvo de fosfato de cal, azúcar, fécula y otros ingredientes que se
utiliza para papillas. En ambos casos hay un proceso de molido. De ahí que esas
expresiones citadas signifiquen ‘estar cansado, agotado, destrozado’, como si
a uno lo hubiesen molido.
Pero lo cierto es que hay casos, le
digo a Zalabardo, en los que la explicación no es tan sencilla o, incluso, en
que difícilmente podemos encontrar una que sea válida a todos los efectos. Es lo que
sucede con bailarle el agua a alguien. En el DRAE leemos que es
‘Hacer, por cariño o adulación, lo que se supone que ha de serle grato’. Covarrubias dice que es ‘servir con
gran diligencia y prontitud; está tomada esta manera de hablar de las criadas
que en tiempo de verano, cuando sus amos vienen de fuera, refrescan las piezas
y los patines con mucha presteza, y el agua va saltando por los ladrillos y
azulejos, que parece baile’. Diego
Clemencín apoya esta versión e incluso defiende que el dicho tuvo su origen
en Andalucía. Julio Cejador, en cambio,
confiesa no saber el porqué de la expresión, aunque discrepa de la
interpretación dada y la califica de pueril con la sencilla razón de que “jamás
se ha visto tal costumbre”. Luego, trata de argumentar que puede significar
‘ofrecer agua’, ya que lo contrario es no dar a uno sed de agua. Por fin, Rodríguez Marín también se muestra
escéptico con la definición de Covarrubias
y dice que es ‘salir al encuentro de alguien para darle agua, echándola
—bailándola en su presencia en un vaso— de la jarra o alcarraza en que estaba
puesta a enfriar’.
No obstante, le confieso a
Zalabardo, yo me quedo con la opinión de Covarrubias
por diversas razones. Apunto, antes de continuar, que bailar posiblemente
proceda del griego πάλλειν, ‘agitar’. Contra lo que dice Cejador, si no dar sed de agua, según el Diccionario
de Autoridades, se utiliza para ‘ponderar la miseria o falta de
compasión de quien no da socorro o alivio a quien lo pide o se halla en
necesidad’, no queda claro que bailar el agua, ‘adular o hacer lo
que consideramos que será grato a alguien’ sea realmente ‘ofrecer agua’.
Pero es que, además, me extraña que
diga que esa costumbre mencionada por Covarrubias
jamás se ha visto. Y me extraña aún más que Rodríguez Marín, paisano y que da nombre al instituto en que yo
hice el bachillerato, en Osuna, no hable de ello. Porque allí, en mi pueblo,
era costumbre, la recuerdo de cuando era pequeño, en verano regar los
suelos y los patios. Por dos razones: una, que, en caso de ser suelos terrizos,
se evitaba el polvo; y otra, que se mitigaba la temperatura. ¿Y cómo se regaba?
Por supuesto que no con mangueras modernas ni con regaderas de las que tenían
‘alcachofa’. Se regaba con un cubo del que, con la palma de la mano se iba
agitando el agua y rociándola sobre el suelo e, incluso, paredes, tal
como Covarrubias dice. Es decir, el
agua se
agitaba, se la hacía bailar. ¿Para qué? Para
conseguir frescor y bienestar.
Por todo lo anterior, le digo a
Zalabardo, no me extraña que de esa acción de regar un patio o un suelo para
conseguir una estancia placentera se haya pasado a ese moderno bailar
el agua, es decir, ‘adelantarse a los deseos de alguien para
agradarle’, ‘adularlo’, ya sea por pura cortesía o con la escondida intención
de obtener algo de esa persona. Pero esto, claro está, es una interpretación
mía que no puedo demostrar documentalmente.
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