Mi amigo Zalabardo ha querido
salir de su descanso veraniego para atender a una cuestión que, me dice,
pudiera ser importante. Estamos ya en la cuenta atrás para que aparezca mi
próxima novela, titulada Como médanos. ¿Por qué ese título?,
me ha preguntado alguien.
Cuatro días ocuparon a don Quijote poner nombre a su
caballo y otros ocho ponérselo a sí mismo. No es fácil, lo reconozco, poner
título a una novela.
¿Por qué Dumas
llamó Los tres mosqueteros a lo que en realidad es la historia del
cuarto de ellos, D’Artagnan? Orwell
había pensado titular la más conocida de sus novelas El último hombre libre de Europa
y, sin embargo, acabó resolviendo sus dudas con el curioso recurso de alterar
las cifras del año en que la compuso, 1948, para publicarla como 1984.
Umberto Eco barajó La
abadía del crimen y Adso de Melk antes de decidirse por El
nombre de la rosa. A Henry James
le dijo un editor que lo que no le convencía de su novela era el título, al que
debería darle otra vuelta de tuerca para hacerlo más atractivo. James, ni corto
ni perezoso, le presentó el manuscrito definitivo bajo el título Otra
vuelta de tuerca.
Yo mismo dudé bastante a la hora de titular mi anterior
novela. Pensé en No hay caminos para Ítaca, No debiste partir sin ella y algunos
más antes de decidirme por No tendrías que haber vuelto.
En la que está próxima a ver la luz, sin embargo, siempre lo
he tenido claro. Nunca he pensado otro que no sea Como médanos. Es la
historia de alguien a quien se le diagnostica alzhéimer y se afana en componer
un diario en el que queden reflejados su pueblo, al que no ha regresado desde
que salió de él para ingresar en la Universidad, y sus amigos, a los que no ve desde hace muchos años. Y todo porque no
quiere que se pierda el recuerdo del afecto que siente por ellos. La novela huye de
cualquier enfoque melodramático y plantea el problema de manera esperanzada.
Busca ser una reflexión sobre el peso que en nosotros tienen la memoria y los recuerdos.
Lector y admirador, desde muy joven, de la poesía de Juan Ramón Jiménez, al instante se me
vinieron a la cabeza los poemas que conforman la serie El recuerdo, incluidos en Piedra y cielo. En el 1, se puede
leer: ¡…no ser instante, / sino perennidad
en el recuerdo! En el 2, Como médanos
de oro, / que vienen y que van, son los recuerdos. En el 3, ¡Seguid mirándome, ojos grandes, fijos, /
como un momento me mirasteis! Y en el 4, Recuerdos, que una noche, / de pronto, resurjís. Cualquiera de
ellos reflejaba los sentimientos del protagonista de mi novela a quien,
aprisionado en su enfermedad, los recuerdos se le enredan y dispersan, se le
alteran continuamente. Porque los recuerdos a los que desea volver son como médanos
que cambian sin parar.
Alguien me comentó que el título no ilustraba al lector
sobre lo que la novela contiene; llegaron a decirme que, por la misma rareza
del término médanos, en lugar de dunas, incluso podría resultar cursi. No pretendo rebatir ninguna opinión. Todas son lícitas. Solo quiero dejar claro que
nunca dudé de ese título. Y cuando años después —me ha llevado nueve años
escribir la novela— me encontré con un poema de José
Infante, La ausencia, en el que leí: Ellos
fueron mi vida. Fueron / la vida y ahora vuelven / cuando la vida se aleja / de
mis manos, tuve el convencimiento de que el título de esta novela es
acertado.
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