Pensar
que todos los que convalecen de sus dolencias después de implorar en su favor
la intercesión de Nuestra Señora o de cualquier otro santo, sanan
milagrosamente es discurrir la Omnipotencia muy pródiga y la naturaleza muy
inepta.
(Benito J. Feijoo)
Iznatoraf. Milagro de la Virgen |
Zalabardo, curioso por naturaleza, me
planteaa cualquier duda que le surja. Ni que yo tuviera la sabiduría que se
atribuía a aquel don Pedro de Lepe y
Dorantes, nacido en 1641 en Sanlúcar de Barrameda, que llegó a ser obispo
de Calahorra; o como si yo fuera uno de aquellos ratones coloraos del
antiguo cuento. Me pidió hoy que le explique el origen de la expresión tener
la fe del carbonero, que, como bien se sabe, sirve para señalar a quien
cree algo por la sola razón de que le han dicho que ha de creerlo, sin requerir
ningún argumento racional que sustente aquello en que cree. Esta es la fase
entre la más que antigua oposición entre fideísmo y racionalismo.
El origen de la expresión es algo
dudoso. Hay quien defiende que su difusión se debe a otro obispo, este de Ávila,
don Alonso Tostado de Madrigal
(1410-1455), que debió escribir tanto que su fama gestó aquello de escribir
más que el Tostado. Como quien mucho dice corre riesgo de errar, parece
que este buen hombre escribió cosas que no gustaron a las jerarquías
religiosas. Y harto de que se le exigiera que explicara sus posiciones en
cuestiones de fe, acabó diciendo: Yo, como el carbonero.
Lugar de aparición de la Virgen del Monte |
¿Y quién fue este carbonero? Conozco
dos versiones diferentes. Dicen unos que un teólogo solicitó a un carbonero
analfabeto, para burlarse de él, cómo explicaría el misterio de la Trinidad,
tres Personas y un solo Dios. El buen hombre se quitó el mandil,
hizo con él tres dobleces y, luego, lo desplegó al tiempo que respondía: “Así”.
Esta versión, le digo a Zalabardo, me parece rebuscada y poco creíble. Hay otra
más verosímil, que parece tener su origen en un viejo cuento francés: el diablo
se presentó a un carbonero para tentarlo y le preguntó: “¿Qué crees tú?”, a lo
que el carbonero respondió: “Creo todo lo que cree la Iglesia”. El diablo,
mohíno, insistió: “¿Y qué cree la Iglesia?”. Ni corto ni perezoso, el carbonero
respondió: “La Iglesia cree todo lo que creo yo”. Y para su desesperación, el
diablo no fue capaz de sacar al carbonero de este círculo vicioso.
Cueva de los Caños Santos. Cañete la Real |
También fue muy perseguido por sus
ideas un fraile benedictino del siglo XVIII, Benito Jerónimo Feijoo, una de las más ilustres figuras de nuestro
racionalismo y uno de los creadores del género del ensayo en nuestro país. Feijoo, erudito, sabio, en su Teatro
crítico universal y en sus Cartas eruditas y curiosas criticaba
lo que él llamaba “errores comunes” (supersticiones, falsas afirmaciones,
prejuicios, fanatismos) en filosofía, ciencias, religión y demás campos del
saber. Feijoo llegó a afirmar que no
se consideraba esclavo ni de Aristóteles
ni de sus enemigos y que antes que a cualquiera que presumiera de autoridad
escucharía lo que le dictara la experiencia y la razón. Se creó multitud de
enemigos y fue acusado ante la Inquisición.
De esos ataques lo salvó una Real Orden dictada en 1750 por el rey Fernando VI en la que se decía, más o
menos, que, por ser la obra del fraile de su real agrado, prohibía que se lo
pudiese criticar.
Peña de Francia. Cueva en que apareció la Virgen de la Peña |
Me pregunta Zalabardo, en tono muy
serio, si es que no soy religioso y niego los milagros. Le respondo a mi amigo
que nunca negaré la religión porque es algo que existe desde el principio de
los tiempos. Desde el momento en que se los neandertales (parece que fueron
ellos) entierran a sus difuntos acompañados de algunas pertenencias, puede deducirse
que manifiestan una preocupación por la vida ultraterrena. Y cuando los hombres
piensan en un mundo fuera de este, crean fantasmas, demonios y dioses que lo
rijan, a la vez que mitos y ritos que expliquen este. Básicamente, hay tres
tipos de religiones: politeístas, panteístas y monoteístas. El ateísmo parece
algo bastante posterior. Y le añado a mi amigo que, en este asunto, no me
atrevo a señalar que haya una religión verdadera, sino que las considero
válidas a todas siempre que se muevan dentro del respeto a la ética y a las
personas.
“¿Y qué tiene que ver Jaén en todo
esto?”, inquiere Zalabardo. Sencillamente, le respondo, que me he encontrado
ante tradiciones religiosas que, con todos mis respetos, me parecen leyendas
carentes de veracidad porque, o están contra la razón, o se limitan a repetir
historias que hallamos, sin apenas variantes, en una infinidad de lugares. En
Iznatoraf, en su iglesia, me encuentro un cuadro que representa la curación,
por intercesión de la Virgen María,
de la esposa del rey Alí-Menón, a
quien su marido mutiló salvajemente por acudir a oír la doctrina de los
cristianos.
Cueva del Agua. Hueco en que apareció la Virgen de Tíscar |
En Tíscar visité la impresionante Cueva del Agua, donde se venera, en
realidad, en el santuario que hay al lado, una imagen de la Virgen de Tíscar. Su historia se repite
múltiples veces: alguien (un pastor que ha perdido una cabra y la busca)
encuentra una imagen que lleva a una iglesia cercana; la imagen desparece y
vuelve a ser encontrada en la cueva; se reintegra a la iglesia y vuelve a
desaparecer, lo que se interpreta como deseo de la Virgen María de que se construya en el lugar un santuario para su
adoración. Esta historia, le digo a Zalabardo, la tenemos en Cañete la Real con
Nuestra Señora de los Caños Santos;
en la Peña de Francia, con la Virgen de
la Peña y la moza santa de Sequeros,
en Cazalla de la Sierra con Nuestra
Señora del Monte; en… mil sitios. Muchos de estos santuarios, bien lo
sabemos, parecen haberse inclinado más por el negocio que por la devoción.
Contra esas cosas se mostraba
contrario el fraile Benito J. Feijoo.
Y, yo, le digo a Zalabardo, respetando profundamente a todos los creyentes de
cualquier religión, no tengo fe de carbonero para aceptarlas,
pues me parecen ya demasiadas imágenes jugando al escondite con pastores o
pastoras descuidados de su labor. Creo que, en nuestro tiempo, tenemos la
suficiente formación para no sobreponer el fideísmo sobre el racionalismo;
sin negar la religión, habría que evitar cualquier signo de superstición.
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