Me
gustaría, le digo a Zalabardo, que se entendiera este título como un recuerdo,
sin más, del poema así llamado, compuesto por Nicolás Fernández de Moratín hacia 1770 y solo publicado un siglo o
poco más después. El poema pasó de inmediato a engrosar el ya amplio conjunto
del Índice
de libros prohibidos.
De mismo modo, quisiera recordar las
palabras de Cela cuando en su en Diccionario
secreto dice la sociedad considera relativamente inconveniente la idea
‘puta’, en la conversación distinguida, pero rechaza la palabra puta haciéndola pagar las culpas que lo
que cree que la idea expresa.
Surge esto a cuento de que Zalabardo
y yo hablamos de ese “gol metido por la escuadra” del que se queja la Ministra
de Trabajo, Magdalena Valerio, al ver
cómo su departamento ha aceptado la inscripción de un sindicado de putas,
siendo la prostitución, en España, una actividad ilegal.
Le digo a Zalabardo que, lo primero
que me da por pensar es que siempre la cuerda se rompe por el lado más débil;
en el caso que hablamos, las putas (prostitutas, meretrices,
rameras,
busconas,
cortesanas,
heteras,
pupilas,
cocottes,
pilinguis,
piculinas,
sotas,
zorras,
jineteras,
fulanas,
ficheras,
huilas,
pelanduscas
y no sé cuántos nombres más que se les han dado). En efecto, la sociedad, creo
que todas sociedades de todas las épocas, han sido hipócritas con ellas.
Olvidamos muchas cosas (la sociedad olvida
lo que no le interesa) que convendría tener presentes sobre la prostitución.
Por ejemplo: que, siendo actividad ejercida mayormente por mujeres, también hay
hombres; que es antigua casi como el mundo y jamás se ha conseguido erradicar;
que, en sus orígenes, incluso se podría decir que fue considerada sagrada; que
hay una prostitución, que podríamos llamar de lujo, ante la que casi nadie se
escandaliza. Y algunas cosas más.
Veamos lo de ese “carácter sagrado”. Así fue en Sumeria,
en Babilonia y en tantísimas otras culturas. Por ejemplo, que ya el Código
de Hammurabi establecía los derechos de las hieródulas; que el nombre
lupanar
procede de los ritos que en Roma tenían lugar en honor de Fauno Luperco; o que eran, si no, las bacantes.
Hasta que un día comenzó a ser considerada “actividad
inmoral”. Algunos sostienen que María
Magdalena era una mujer de elevada posición y muy culta, pero que el
cristianismo primitivo empezó a difundir la opinión de que era prostituta
porque “no interesaba” reconocer que, junto a Cristo, había mujeres influyentes.
En Grecia había tres tipos de
prostitutas: las pornai, las independientes y las heteras.
Las primeras simples esclavas dependientes en todo de un proxeneta; las independientes,
ejercían con libertad su profesión, debían estar registradas y pagaban impuestos
sobre sus ingresos; y las últimas eran mujeres refinadas, de alta categoría y
educación esmerada, que podríamos comparar con las geishas japonesas o con
las cortesanas
de siglos más tarde.
Pero hay más. En la Edad Media y en
los inicios de la Edad Moderna, los propios Estados e incluso la Iglesia controlaban
y se beneficiaban de la prostitución, que era fuente de abundantes ingresos. Ya
lo hizo Alfonso XI y ya lo hicieron
los RRCC. Le cuento a Zalabardo un
caso curioso. En Málaga hay una calle llamada de las Cinco bolas. Entre las
variadas interpretaciones que se dan a estas bolas de diferente color que aún
pueden verse junto a la iglesia de San Juan (balas de cañón, símbolo azteca, recuerdo
del cirio pascual…) hay una que dice que la pintura y diseño de estas bolas formaban
una flecha que indicaba la presencia del mayor burdel de la ciudad. Cuando Isabel y Fernando conquistaron Málaga, otorgaron el control de la mancebía a
Alonso Yáñez Fajardo quien, a su muerte,
cedió el control a sus descendientes hasta que la madre de uno de ellos lo convenció
para que transformara el prostíbulo en un beaterio de mujeres descarriadas.
Esta mujer, a tal fin, construyó la iglesia de San Juan. Ya digo, es solo una interpretación
más y la recoge en un libro Rafael Vertier.
¿Qué interés podían tener la Iglesia y el Estado en controlar la prostitución? Se
dice que con ello pretendían controlar otros males nefandos: el bestialismo, la
homosexualidad y la prostitución callejera.
No sé, le digo a Zalabardo, si es
mejor ilegalizar la prostitución o regularla. Lo que no me parece bien es que
se persiga más a las prostitutas que a los proxenetas. Como no me parece bien
que se tolere el “turismo sexual” o que se deje de lado la prostitución de
lujo. Y, sobre todo, que no se combata con todos los medios posibles la trata
de mujeres o la prostitución infantil; ahí sí que hay esclavitud y explotación.
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