Retomamos nuestra Agenda
y, para este primer apunte de la temporada, la idea me la ha proporcionado una
pregunta de Zalabardo: “¿Qué piensas de esto de los lazos amarillos?” Me cuesta
responderle, porque son muchas las respuestas posibles y todas ellas igual de
válidas o inútiles. Sin embargo, le digo, que no me gusta el uso que de ellos
se está haciendo.
Y me creo en la necesidad de
explicarle que hablar de este tema requiere entrar en el tema de los símbolos.
Es fácil comprobar que toda nuestra vida gira en torno de los signos;
casi todo lo que nos rodea tiene un sentido, un significado y le damos un
valor. La mejor prueba de todas, los signos lingüísticos, que hacen
posible que nos comuniquemos y nos entendamos. Son los elementos que mejor
sustentan la vida social.
Fasces etruscas |
Pero hay otros signos de naturaleza diferente,
aunque también comunicativos. Charles S.
Peirce habla de ellos. Un indicio es algo que percibimos de
manera inmediata y nos informa de algo que no lo es tanto; vemos humo y sabemos
que existe un fuego, aunque no lo veamos. Los iconos presentan una
relación de semejanza con la realidad que quieren significar; Véase si no, una
fotografía o cualquier dibujo. Por fin, hay que considerar el símbolo,
que es un signo figurativo de algo que no perceptible por los sentidos;
ejemplo, una balanza representa la idea abstracta de la justicia.
Peirce
establece entre ellos una diferencia notable: el icono reproduce una realidad
(un retrato nos recuerda a la persona fotografiada); el indicio supone un razonamiento
mediante el que inferimos algo (si hay humo, debe haber fuego); pero en el símbolo,
la relación entre los elementos procede siempre de una convención, aunque
pudiésemos hallarle una razón más o menos remota. Podríamos, pues, decir que el
símbolo es caprichoso y voluble. Por esa razón no siempre es fiable y la
relación que expresa puede ser alterada con los años.
Caduceo |
La historia está llena de símbolos.
Por ejemplo, también en el cristianismo, la palma se considera símbolo
del martirio, aunque en otras culturas anteriores, simbolizaba la victoria
y la fama.
De ahí que aún hoy se hable de llevarse la palma. En los mismos
evangelios se dice que Jesús fue recibido con palmas
y ramos de olivo. Símbolos son el caduceo, que representa al comercio;
el yugo, las flechas y el nudo gordiano
de los Reyes Católicos; el triángulo
negro o la bandera arcoíris de gays y feministas; la media luna del Islam…
Podríamos estar años hablando de símbolos,
pero vamos al que nos interesa. Los lazos amarillos que tantos
conflictos provocan hoy en Cataluña. Al parecer, el lazo amarillo lo
exportaron los colonos ingleses a las colonias de América. Allí, durante la
guerra civil, se adoptó como símbolo de la esperanza. Recuerdo
haber leído que tal cosa se hizo en homenaje a la caballería del norte, que
llevaba de ese color, en su uniforme, un pañuelo y el galón del pantalón. Por eso, las esposas y
novias de los soldados se ponían un pañuelo amarillo en señal de que
esperaban su regreso.
Hoy, en Cataluña, los lazos
amarillos son elemento de discordia, de división de fractura. Alguien
podría decir que es el deseo de la vuelta de los que no están. Pero esos que no
están no se hallan cumpliendo un deber; son políticos irresponsables que nos
han llevado hasta el estado de crispación actual y están por tal motivo en
prisión. El amarillo, pues, lo han convertido en símbolo del separatismo.
Por eso decía al principio que, dado que el símbolo es una
convención, el valor que se le otorgue es tremendamente variable. Las
primitivas fasces de los etruscos, símbolo del poder militar, fueron acogidas
por los romanos, por la revolución francesa, por el fascismo de Mussolini, por
la Guardia Civil española… y no en todos los casos se interpreta igual.
Le digo a Zalabardo que, respetando
el pensamiento político de cada cual, los lazos amarillos, estos lazos de
ahora, no me gustan, ya que tanto ponerlos como quitarlos tiene algo de
provocación. Diríamos que, queriendo ser símbolo de algo, comienzan a convertirse
en indicio
de algo peor. Ojalá me equivoque.
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