Se afirma, le digo a Zalabardo, que
los conversos, en cualquier ámbito, suelen ser los más fanáticos e intolerantes
en la defensa de la nueva creencia. Karl
Vossler, en un ya antiguo ensayo titulado Trascendencia europea de la
cultura española, de 1940, decía del nuestro que ningún país europeo ha engendrado el espíritu de la lucha por la fe, y
ningún otro lo ha conservado ni tanto tiempo ni de una manera más tenaz. Decía
también que, en cuestiones del espíritu, el español es un militarista ordenancista. Y cita en favor de su tesis los Ejercicios
espirituales,
reglamento clásico del cristiano militante, de Ignacio de
Loyola. Extrae Vossler de su lectura que no pueden ni deben ser mantenidos ningún
juicio propio, ninguna iniciativa personal, ninguna espontaneidad original ni
ninguna originalidad intelectual. Aunque parezca un juicio duro, lo cierto
es que en el texto del fundador de los jesuitas leemos cosas como esta: Debemos siempre tener para en todo acertar,
que lo blanco que yo veo, creer que es negro, si la Iglesia jerárquica así lo
determina.
Tranquilizo a Zalabardo, que me mira
con gesto receloso, diciéndole que no es mi intención hablar aquí de la fe
religiosa, ni atendiendo a la acepción 9 del DLE, ‘asentimiento a la
revelación de Dios’, ni a lo que se lee en la Carta a los Hebreos,
‘certeza de lo que no se puede ver’. Lo que antecede es un mero ejemplo. Me interesa
ahora la acepción 4 del Diccionario académico: ‘creencia que
se da a algo por la autoridad de quien lo dice o por la fama pública’. Porque,
creo, con demasiada facilidad nos creamos hoy autoridades o concedemos fama a
lo que no la merece.
Porque afectación, y mucha, hay en
quienes se empeñan en imponer un lenguaje, dicen, que no sea discriminatorio; inclusivo lo llaman. Como si alguien pudiera
quedar fuera del lenguaje que usa, dado que la lengua no solo es nuestra propia
vida, sino lo que refleja nuestro auténtico pensamiento. “Sospecho”, me dice
Zalabardo, “que arremetemos de nuevo contra quienes defienden la creación de un
lenguaje no machista”.
Tengo que responderle que sí. Hace
unos días vi por casualidad una carpeta en la que se leía: Delegados y Delegadas de Padres y
Madres. Toda ella aparecía llena de textos explicativos de qué sean los
Consejos Escolares y de cuáles son las funciones de sus componentes. Este
descubrimiento me llevó hasta un folleto, Breve Manual del Consejero y Consejera
Escolar, editado, como la carpeta, por la CODAPA, Confederación Andaluza de Asociaciones de Madres y Padres del Alumnado.
Todo cuanto signifique igualdad de derechos es digno de elogios. Lo que
censuro, le digo a Zalabardo, es la redacción del texto, todo un despropósito
por su desprecio al principio de economía del lenguaje y al criterio muchas
veces expresado por la Gramática de la Academia acerca de que evitar de modo indiscriminado el uso del
masculino genérico mediante duplicidades, sustantivos colectivos o abstractos
no solo puede resultar inadecuado sino, además, empobrecedor. El folleto citado
me hace recordar otro más antiguo, Guía sobre comunicación socioambiental con
perspectiva de género, editado en 2007 por la Junta de Andalucía. Uno y otro abundan en una aburrida sucesión de alumnos
y alumnas, madres y padres, director o directora, delegada
y delegado, secretario y secretaria, etc., así como alumnado y profesorado
(sin reparar en que no siempre decir el profesorado equivale a los
profesores, como hablar de la ciudadanía no siempre es igual
que hablar de los ciudadanos).
Pero, como dijo, o dicen que dijo,
el Guerra
(el torero), lo que no puede ser no puede ser y, además, es imposible. A sus
autores, que muestran una fiebre renovadora encomiable, no solo se los puede
atacar de desconocer los mecanismos de la lengua, sino de no dominar la propia
fe que defienden. Veamos algunos ejemplos: 1. …un delegado o delegada…es…aquel
padre o madre elegido… Es frase realmente rara. Elegido presenta
concordancia con padre y con delegado; ¿qué pasa con las madres
y las delegadas? 2. …las madres y padres interesados… ¿Se
habla de todas las madres y solo de los padres interesados? ¿O hay que
entender que las madres no están interesadas? 3. Los delegados de padres y madres
no pueden ser un estamento aislado… ¿No hay delegadas?
Si vemos confusión en estas
concordancias, también llaman la atención los casos de las siguientes construcciones: Un
delegado o delegada, sus propios hijos e hijas, aquel
padre o madre, de entre las madres y padres,
etc. Todas esas frases respetan escrupulosamente la norma gramatical que nos
dice que, cuando dos o más sustantivos coordinados llevan un solo determinante,
este debe concordar en género y número con el sustantivo más próximo…, pero chocan
frontalmente con el pretendido lenguaje
inclusivo, que exigiría la duplicación un/una, los/las, etc.
La palma de los despropósitos se la
lleva el apartado del Manual de la CODAPA que explica quiénes integran el Consejo Escolar. El folleto
afirma que el director, el jefe de estudios, un concejal,
un número de profesores…, el secretario del centro… Es decir, que
para estos/estas
conversos/conversas del lenguaje
inclusivo autores del folleto han dejado de existir como por ensalmo las directoras,
las jefas
de estudios, las concejalas, las profesoras, las secretarias…
O la redacción (mala puntuación y errores de concordancia) del folleto de la Junta.
Pareciéndome mal ese esfuerzo por imponer el lenguaje inclusivo, le digo a Zalabardo
que me parece peor que las personas que han redactado esos textos se muestren
tan negados para escribir un párrafo que tenga sentido. Luego nos quejamos de
que en las oposiciones a profesores de Lengua Española los aspirantes suspendan
por cuestiones de ortografía y redacción.
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