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Cementerio de Sayalonga |
Recuerdo de mi niñez, hablo con
Zalabardo, que sentía noviembre como un mes raro, diferente a otros. Mayo era
el mes de las flores, estallido de la primavera; junio, el de inicio de las
largas vacaciones veraniegas; diciembre y enero concentraban fechas alegres,
desde el 8 de diciembre, fiesta grande en el instituto, hasta el 6 de enero,
Reyes Magos, pasando por las festividades de navidad y año nuevo.
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Cementerio de Macharaviaya y cripta de los Gálvez |
Sin embargo, noviembre tenía algo
extraño. Noviembre era el mes de los muertos. Y, aunque el día 1 es el Día de
Todos los Santos, su inicio verdadero era el día 2, Día de los Difuntos, con la
obligada visita a los cementerios. Para los niños, allá en mi pueblo, Osuna,
esa visita carecía de sentido fúnebre porque corríamos arriba y abajo de la
calle Écija arrojando a los molestos piojos moriscos que se les enredaban en el
pelo. En casa, supongo que en todas, se encendían mariposas, aquellas pequeñas
luces flotantes sobre una superficie de aceite y que, en la oscuridad de la
noche daban a todo un aire tétrico. Noviembre, sin embargo, tenía su
contrapunto festivo: era frecuente la aparición de alguna compañía teatral
ambulante que representaba el
Don Juan Tenorio de
Zorrilla.
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Cementerio de Benamocarra |
No es casual que noviembre sea el
mes de los muertos. Es tradición que se remonta a muchos años atrás, que se
pierde en la memoria de los tiempos. Casi todas las culturas conocidas
coinciden en su preocupación por la existencia de una forma de vida posterior a
esta terrenal, y en la duda (pues nada hay que nos avale su certeza) de qué
será de nosotros una vez muertos. Y a los muertos se los ha honrado y se les
han dedicado ritos, todos con el deseo de que la otra vida, si la hay, les
resulte lo mejor posible. Incluso, en algunas culturas, se ha creído que, si no
honramos su memoria, de alguna manera regresarán para castigarnos.
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Cementerio de San Miguel, Málaga |
Eso puede que explique, le digo a
Zalabardo, que ya desde el Paleolítico existiese la costumbre de enterrar a los
muertos acompañándolos de sus objetos personales e incluso alimentos, con la
esperanza de que, en su mundo de ultratumba, gocen de una existencia al menos
parecida a la que han dejado.
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Cementerio Inglés, Málaga |
La inmensa mayoría de civilizaciones
y culturas han escogido noviembre para brindar estos honores a los difuntos. Noviembre,
otoño, es la época en que todo decae, en que los días menguan al tiempo que las
noches se alargan, anunciando la proximidad del invierno. En la mitología
egipcia se nos cuenta cómo Osiris, que preside el tribunal de
los muertos, fue asesinado por su hermano Seth y arrojado al Nilo durante el
mes el mes de athyr, que en el calendario egipcio se corresponde con finales de
octubre y principios de noviembre.
No solo los egipcios tenían ese mes
dedicado a los muertos. Otras culturas, la asiria, la persa, la india, también
lo tenían: arahsamna, mordad-month, durga, eran sus nombres. Si no estoy
equivocado, o no lo están las fuentes que consulto, todos coincidían con
nuestro octubre-noviembre. Pero el puente de unión entre estos cultos a los
muertos y la forma en que se manifiestan en la actualidad hay que buscarlo en la
cultura celta y en la fiesta de Samhain, ‘final del verano’, el 31 de octubre.
Se creía que, en ese momento, la línea de separación entre este mundo y el otro
era tan delgada que los espíritus, tanto buenos como malos, podían traspasarla
con facilidad. Por ello, los druidas celebraban ceremonias y ofrecían
sacrificios para homenajear a los espíritus benignos y ahuyentar a los
malignos.
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Cementerio de Casarabonela |
Con la cristianización, el papa Gregorio iv
decidió trasladar, en el año 835, la fiesta de Todos los Santos desde
mayo al 1 de noviembre, y Sahmain fue sustituyéndose por Halloween,
que significa, precisamente, ‘víspera de Todos los Santos’. Tenemos, pues,
otro caso más de que una tradición o fiesta pagana se adapte al pensamiento de
una época, cultura o creencia diferente.
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Cementerio de Casarabonela |
Estos días, la tradición impone,
entre nosotros, visitar los cementerios. Me gusta la palabra cementerio
que significa ‘dormitorio’. Hoy se tiende más a celebrar las últimas honras a
los difuntos en los tanatorios, palabra que me gusta menos, porque su significado
es más frío, ‘lugar donde se depositan los muertos’. Algunos cementerios
son tristes, deprimentes, porque se ajustan a aquellos versos de Unamuno: corral de muertos, entre pobres tapias, / hechas también de barro.
Pero hay otros que son verdaderamente bellos. Málaga, Zalabardo lo sabe, es un
lugar que posee bellos cementerios. En la provincia, recuerdo el de Sayalonga,
circular y lleno de misterios y leyendas; el de Benamocarra, con sus calles empinadas;
el de Álora, que ocupa el interior de un castillo; el de Macharaviaya que, bajo
su aparente humildad, guarda la cripta de los Gálvez; y, por supuesto, el de
Casabermeja, considerado como uno de los más bellos de España. Y, en la
capital, no hay que olvidar el de San Miguel, considerado monumento, y el
Cementerio de los Ingleses, cargado de historia.
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