Las visitas programadas ocupaban más
tiempo del que disponíamos. Por ello, quedaron reducidas a la muestra Nápoles
y Osuna, sobre la pintura de José
Ribera (1591-1652), el convento de la Concepción y, en el Museo, las salas
dedicadas al pintor local Juan
Rodríguez-Jaldón (1890-1967). No las voy a referir aquí. Sí recomiendo a
toda persona que sienta un mínimo interés por el arte que se dé una vuelta por
mi pueblo. Pocos lugares acogen un legado artístico como el que allí puede
visitarse.
Como esta Agenda, le digo a
Zalabardo, atiende principalmente a cuestiones lingüísticas y a mí me interesa
de modo especial el léxico, voy a hablar
de un caso muy particular. En el Museo nos paramos ante un cuadro de Rodríguez-Jaldón titulado Tareros
de Carmona. Nos extrañó el título, pues no conocíamos el término tarero. Me dirigí a la joven que nos
atendió a la entrada, Paula Alcayada,
quien, con una sonrisa bellísima y unos ojos resplandecientes, me contestó que
mucha gente le hacía la misma pregunta y que a ella le había costado averiguar
su significado. Tarero, me explicó, es igual que manero, como se dice en
el pueblo, o manijero, término más común, ‘persona encargada de una
cuadrilla de jornaleros’.
Es un lienzo de notables dimensiones
en el que vemos lo que imaginamos ser un grupo familiar: La mitad derecha la
ocupa un hombre, de pie, que sujeta, o se apoya, sobre un grueso garrote; lleva
sobre los hombros una especie de pelliza y también zahones. En la mitad
izquierda, cinco personas más, cuatro de ellas sentadas en torno a una lumbre
que ilumina sus rostros: de espaldas, un anciano frente a quien se sitúa una
mujer más joven con la cabeza cubierta por un pañuelo. Casi de perfil, una
pareja, hombre y mujer, más jóvenes: él se toca con sombrero y ella amamanta a
una criatura. Algo detrás queda otra joven, casi una niña. Es como si declinara
el día y descansaran de la faena: de un banco de los que se utilizan en la
recogida de la aceituna cuelgan unos capachos de esparto; en la parte
delantera, abajo, en el suelo, un cántaro de cerámica verde vidriada y lo que
supongo es el serón de alguna caballería que queda fuera del cuadro.
La visión de ese cuadro me hizo
reflexionar sobre dos temas: uno, cómo se van perdiendo términos que designan
viejos oficios y actividades, la mayor parte de las veces porque los cambios sociales
y la transformación tecnológica en muchas faenas han hecho caer en desuso esas
palabras. Recuerdo que, cuando leí el libro Castilla, de Azorín,
en el capítulo Una ciudad y un balcón me encontré con una serie de términos que el
autor ya daba como casi desaparecidos: tundidores, perchadores, cardadores,
arcadores,
pelaires,
chicarreros,
boteros…
A mí me habían enseñado en mi bachillerato que la escritura de Azorín
se caracterizaba, entre otros rasgos, por recuperar un léxico castizo y en trance
de desaparición.
En relación con esto, le digo a
Zalabardo, me vienen a la memoria oficios y palabras que en los años en que yo
vivía en Osuna resultaban corrientes y hoy creo desaparecidos: en mi pueblo
había diteros que proporcionaban productos que se pagaban en cómodos
precios, niños que iban a la miga para aprender las primeras
letras, santeras que llevaban una imagen de casa en casa, herreros,
barquilleros…;
de vez en cuando, por sus calles se oían los pregones de los lañadores,
hojalateros,
arrieros,
afiladores,
colchoneros
y ropavejeros
ambulantes que iban de pueblo en pueblo. Hoy, estos términos están tan en
desuso como los de Azorín.
La otra reflexión giraba en torno al
título del cuadro que acabábamos de ver. Si un tarero es un manero,
un encargado, ¿por qué el título Tareros de Carmona, en plural? Para
quienes están habituados a vivir en la ciudad, es posible que hayan dejado de
tener sentido determinados términos; pero no sé si en mi pueblo, eminentemente
agrícola y olivarero, se habrán olvidado mayeta, maquila, rebusca,
chupones,
veó,
abarcinar,
banco
o capacho,
o si se recuerda la labor de pleita. Estos términos, y más, los
encuentro recogidos y comentados en El léxico del olivo en Osuna, estudio
de Rafael Cano Aguilar y Manuel Cubero Urbano, publicado en Archivo
hispalense en 1979.
Rodríguez-Jaldón,
natural de Osuna y conocedor del campo, sí debía conocer ese léxico y no creo
que se equivocara. Más bien creo, digo a Zalabardo, que la persona que informó
a Paula desconocía, como nosotros,
que un tarero no es un manero y erró al proporcionarle ese
significado; me sacó de dudas la consulta que hice en el Vocabulario andaluz, de Antonio Alcalá Venceslada. Allí
encontré tareero, que, en la provincia de Sevilla, es ‘obrero ajustado
por tareas
para la recolección de aceitunas’. María
Moliner dice lo mismo, con el añadido de ‘generalmente con su familia’. Por
fin, en el trabajo citado de Cano y Cubero (pág. 62) se nos dice que el
mapa 227 del ALEA recoge el término tarero, que se define como hace Alcalá Venceslada, y que es la forma
más generalizada para designar al destajista.
Con esto, le aclaro a Zalabardo y a
mis amigos, el cuadro de Rodríguez-Jaldón
que vimos en el Museo cobra su pleno sentido. La escena representa a una
familia de tareros. Los que ya tenemos una edad, recordamos cómo
determinadas faenas agrícolas ocupaban a toda una familia, que trabajaba como
cuadrilla. Como estos tareros que pintó nuestro paisano Rodríguez-Jaldón.
Hoy, todas esas faenas se realizan de otra forma.
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