Ilustración de El viaje de San Brandán |
Las cosas, me
ha repetido muchas veces Zalabardo, hay que tomarlas como vienen y, además, no
concederles ni más ni menos atención que la que precisan. Ahora estamos
acosados por la epidemia de coronavirus y el Gobierno ha considerado pertinente
declarar el estado de alarma. ¿Tiene sentido plantearse si lo ha hecho bien o
mal, si debería haber actuado antes, si no hay que alarmarse tanto como nos
dicen? Sería estúpido enredarse en esa cuestión. Esto es lo que hay y no queda
sino aceptar los consejos que se nos dan, movernos lo menos posible y no salir
de casa salvo para lo imprescindible. Ya, cuando todo pase, se analizará si las
cosas se han hecho bien o mal o si alguien tiene que dar explicaciones.
Y en estas
estamos, soportando una cuarentena que, si queremos vencer al virus, habrá que
asumir con toda responsabilidad y solidaridad. Porque ya no es que busquemos el
bien propio, sino que tenemos que aunarnos en beneficio de la salud de la
comunidad.
Zalabardo sabe
que soy persona de las que no se aburren; procuro tener siempre mi tiempo ocupado
con actividades muy diferentes. Hago senderismo, leo, escribo, veo cine, me
gusta la cocina… Ahora, aunque nada me lo impide, suspendo el senderismo. ¿Me
dicen que procure estar en casa? Pues en casa me quedo.
J. W. Waterhouse: Decamerón |
Le digo a
Zalabardo que, estos días que tenemos por delante, se podían ocupar con el
placer de la lectura. Y que no estaría mal acudir a textos breves. Por ejemplo,
el Decamerón podría servir muy bien. Recuerdo ahora el
divertidísimo cuento en el que un monje enseña a una joven la manera en que se
mete al diablo en el infierno. Por el estilo, más en la línea de cuento
tradicional, se puede recurrir al Pentamerón, de Guiambattista
Basile.
Entre las
lecturas que yo recomendaría para estos días no debería faltar El viaje
de san Brandán, del monje Benedeit y que cuenta un viaje
maravilloso de este monje anglonormando. También podemos recurrir al que quizá
sea el libro más antiguo del que tenemos noticia, Gilgamesh,
bellísimo relato en el que encontraremos historias sorprendentes.
Si no queremos
irnos tan atrás en el tiempo, recomendaría lecturas que son de siempre y para
todas las edades, sea El viejo y el mar, de Hemingway, o La
llamada de la selva, de Jack London. Los cuentos de misterio,
terror o miedo los podemos encontrar en las Narraciones extraordinarias,
de Edgar Allan Poe o en la antología Cuentos únicos,
preparada por Javier Marías.
¿Queremos saber
qué es esa maravilla de el realismo mágico sudamericano? Podemos pensar en Pedro
Páramo, de Juan Rulfo; pero nadie debería desconocer que, antes,
una mujer, María Luisa Bombal, escribió La amortajada, una
joya que no debemos perdernos, junto con La última niebla. No
olvidemos que bastante de ese realismo mágico ya lo teníamos en la literatura
gallega; buena muestra de ello es El bosque animado, de Wenceslao
Fernández Flórez.
G. Doré: El cuervo, de Poe |
Que no quede
atrás la interesante novelita de Balzac El coronel Chabert
ni olvidemos tampoco la interesantísima Una habitación propia, de
Virginia Woolf. Y, si es que nos ponemos así, en plan serio, podríamos
echar una miradita a los Ensayos, de Montaigne. Tampoco dejaría
de recomendar, le digo a Zalabardo, Jesús. Una aproximación histórica,
de José Antonio Pagola.
Me pregunta
Zalabardo si olvido la poesía. Claro que no. Me limito a recomendar dos
títulos, muy separados por el tiempo: El cantar de los cantares,
de Salomón, y El cuervo, de Poe.
La lista
precedente está hecha, a la vista queda, bastante a la ligera. Pero pretende
tan solo ser una invitación a que pensemos que, aunque muchos estén ocupados
con el teletrabajo, otros muchos vamos a tener algunas horas de ocio más. No
sería mala ocasión para leer. La gran mayoría de los libros recomendados son
muy breves, además de entretenidos. Y, además, muchos de ellos están
disponibles en Internet porque ya no les afectan los derechos de autor.
Y, por
supuesto, cada uno puede añadir todos los que quiera.
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