Me alegra que
sea un paisano mío, digo a Zalabardo, el actual Ministro de Justicia Juan
Carlos Campo, quien, a propósito de un desencuentro con socios de Gobierno
y unas declaraciones del vicepresidente Pablo Iglesias, reconozca que,
“a veces, los políticos hablan demasiado”. A ese hablar demasiado, añado yo, se
une, es lo peor, que hablan mal.
El 7 de marzo
de 2000, Adela Cortina, valenciana, catedrática de Ética y Filosofía
Jurídica, publicaba en El País un artículo titulado Aporofobia.
Era la primera vez que se usaba tal palabra y ella la defendía así: “La razón
más profunda para acoger una palabra en el seno de una lengua es que designe
una realidad tan efectiva en la vida social que esa vida no pueda entenderse
sin contar con ella.” Y continuaba: “Importa dar nombre a las cosas porque
mientras es indecible actúa como hacen las ideologías: distorsionando, confundiendo
para ocultar la verdad de las cosas.” Y aún decía más: “Aporofobia
no figura en las relaciones de lo éticamente correcto, en esas moralinas que la
gente repite como los viejos catecismos.”
¿Qué interés
tenía esta mujer en crear una palabra, aporofobia?, me pregunta
Zalabardo y le respondo que la respuesta está en su artículo, cuyo contenido
sigue teniendo plena vigencia. Se lamentaba de que se hable de racismo
y xenofobia sin entrar en el verdadero fondo del asunto. Y
denunciaba que, bajo los nombres racismo y xenofobia,
se escondiese algo que no se reduce a rechazar a quien es de otra raza o
pueblo. Sus ejemplos me parecen incontestables: no sentimos hostilidad hacia
los jeques árabes que inundan la Costa del Sol, ni hacia los alemanes y
británicos que son dueños de medio Mediterráneo, ni hacia los niños asiáticos o
africanos adoptados por padres deseosos de tener hijos que no pueden conseguir
por medios biológicos, ni hacia los futbolistas negros, o árabes que juegan en La
Liga. A quien realmente rechazamos, decía Adela Cortina, es a quien
carece de medios, al pobre. Por tanto, concluía, no rechazamos al de otra raza
u otra nacionalidad; rechazamos al que es pobre. Y eso no es racismo
ni xenofobia, sino aporofobia.
Para crear esa
palabra no tuvo que inventar nada ni contravenir regla alguna. En nuestro
bagaje léxico hay elementos de sobra para crear términos que digan lo que de
verdad queremos decir sin tener que pervertir el sistema. Por eso echó mano del
griego άπορος, ‘pobre, sin recursos’ y de φόβος,
‘aversión’, y usó aporofobia, de la que nada hay que objetar,
puesto que tenemos claustrofobia, agorafobia, por
no citar la misma xenofobia, y otras que citaré más adelante.
En la verborragia
de nuestros políticos se descubre también una incapacidad para encontrar el
término certero y adecuado, el que designe una realidad tan efectiva en la vida
que esa vida no pueda entenderse sin contar con él. Adela Cortina
tuvo muy claro que el problema no era de racismo ni de xenofobia,
sino de aporofobia.
Este domingo, 8
de marzo, se celebra el Día Internacional de la Mujer. A
Zalabardo y a mí nos gustaría que a partir de 2021 este día fuese de auténtica
fiesta y desapareciera la necesidad de que sea jornada de huelgas y
manifestaciones en pro de las reivindicaciones justas que no acaban de ser
atendidas. Que se acabara la verborrea sobre el asunto y las filias
sustituyeran a las fobias. A nuestros políticos les recordaría
que con decir miembras, portavozas o jóvenas
(¿por qué no modela, pilota o testiga,
pongo por caso?) no se soluciona el problema del reconocimiento del papel real
de la mujer en la sociedad actual. Y les pediría que dejen de jugar con
palabras, aberrantes por otro lado, que no hacen más que soslayar la cuestión y
confundir al personal. El problema de las mujeres, las injusticias que sufren,
no se soluciona buscando nombres (le juro a Zalabardo que me pierdo oyendo
hablar de feminismo radical, feminismo liberal, ecofeminismo,
anarcofeminismo, feminismo de igualdad, feminismo
de la diferencia, feminismo abolicionista…). Se soluciona
dictando de una puñetera vez leyes que impongan la igualdad y supriman
cualquier clase de discriminación. Cualquier otra cosa es marear la perdiz.
Valga de muestra el enfrentamiento, dentro del propio gobierno, entre las
ministras que luchan, no tan soterradamente, por convertirse en faro y guía del
feminismo. Por ese camino, abonan el terreno para que las mujeres
se rebelen de verdad y les griten a la cara lo que decía una querida amiga, que
ya no tienen el chichi pa’ farolillos.
Deseemos que,
con tanta verborragia, no nos hagan caer en la verbofobia
(aversión a las palabras).
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