Canta Menese
unas bamberas que empiezan: Tengo una vecina enfrente / que parece buena
moza. / Hoy le di los buenos días; / principio tienen las cosas. Los cantos
populares, a veces, nos dicen verdades como puños. Nada hay que no tenga un
comienzo, ningún efecto carece de causa que lo
provoque. Como la pandemia que padecemos. Sería bueno hallar ese origen, las
causas de este mal; así combatiríamos mejor sus consecuencias. Mientras tanto,
ánimo y paciencia. E intentar seguir la rutina habitual para no caer en el
desánimo.
Le cuento a
Zalabardo que un amigo, hace unos días, me sometió a una inocente prueba; me comentó
luego que, solo por hacer saltar mi condición profesoral, había incluido en un
mensaje una frase “rara”. Lo que escribió fue porque ya se sabe eso de que quien
evita la ocasión buena sombra lo cobija. No le di la menor importancia
porque consideré que se limitaba a hacer un juego de palabras de esos del tipo no
hay peor sordo que el que no puede oír o creerse que todo el
monte es orgasmo (¿cómo estará el monte cuando pueda
volver a perderme en su laberinto de senderos?) Pero, al fin, va a lograr que
me deje arrastrar por esa vena profesoral que antes intentó provocar. Por
supuesto, él se refería a quien evita la ocasión evita el peligro,
refrán sumamente popular. Después, pensé que lo que tal vez desconozca mi amigo,
y mucha gente más, es la larga y curiosa historia que arrastra ese refrán. Lamentablemente,
no he podido reconstruirla en su totalidad, aunque sí lo suficiente para que
entendamos que, siendo la lengua instrumento con el que exteriorizamos nuestro
pensamiento, se vuelve documento valiosísimo para analizar la evolución de las
sociedades.
Comencemos por
declarar que la más antigua referencia hallada del refrán la tenemos en el
latín: Sublata causa, tollitur effectus, es decir, suprimida
(desaparecida) la causa, se evita (desaparece) el efecto, o sea, lo que
canta Menese: nada hay que no tenga un principio. El latín es una lengua
tan racional y exacta como las matemáticas. Lo que sucede es que no encuentro
referencias al refrán, Quitada la causa, quítase el efecto, hasta
el siglo XV, en una traducción anónima de un libro del siglo XIII, la Cirugía
Mayor de Lanfranco. En ese mismo siglo, el XV, el Seniloquium o
refranes que dizen los viejos, libro atribuido a un tal Dr. Castro
solo porque, en su finalización se lee: Laus Deo, dr. Castro,
recoge una forma diferente: Quitada la causa, se quita el pecado.
Con esta variante lo hallamos en famosas colecciones de refranes, la de Gonzalo
de Correas, el anónimo Refranes glosados, el Refranero
de Espinosa, los Romances de los judíos sefardíes…
Una sentencia
simplemente racional, sin causa no hay efecto, se nos ha
convertido en máxima con tinte religioso, quitando la causa de pecar, no
habrá pecado. Este cambio tiene, está claro, una causa: el cambio se da
en los años del Concilio de Trento y España tomó partido por la
ortodoxia católica frente a la Reforma protestante. No sé si será casualidad
o no, pero en el Quijote coexisten las dos formas del refrán. En I,
7, cuando se cuenta cómo tapiaron la habitación donde el hidalgo guardaba sus
libros, leemos: quizá quitando la causa cesaría el efecto,
palabras que pronuncia el narrador, Cervantes, lo que demuestra que
conocía el dicho latino. Como también lo conocerían el filósofo Fray
Francisco Alvarado y el entomólogo Casildo Azcárate, ambos del siglo
XIX, que siguen usando Quitada la causa, cesa el efecto.
Sin embargo, en II, 67, mientras hablan de irse por ahí vestidos de pastores,
es Sancho quien dice a su señor: quitada la causa, se quita
el pecado, que sería ya la forma popular del refrán.
Es
interesantísimo lo que ese desconocido Dr. Castro expone en su Seniloquium.
No habla nada del posible origen del refrán, pero sí desarrolla varias
situaciones en que se puede aplicar. Entre ellas, cito solo algunas: 1. Se dice
para no conceder préstamos a hijos de familia porque así, caso de no poder
devolver lo pedido, no se podría hacer recaer el daño sobre los padres; 2. Cuando
se prohíbe vender medicamentos en malas condiciones, filtros amorosos o
abortivos, para no causar daño de muerte a nadie; 3. Que no hay que creer
ningún escrito privado en contra de alguien para no caer en falsedad; 4. Que debe
prohibirse la convivencia en monasterios de monjes y monjas para evitar la
concupiscencia; 5. Ante la necesidad de guardar bien las cosas porque así se
priva al ladrón de la oportunidad de robarlas; 6. Sobre que los militares no
deben dedicarse a negocios privados para no olvidar lo que es el uso de las
armas. Hay más y todas ellas concuerdan en que, si se suprime una causa,
ningún efecto se producirá.
Pero los
tiempos, y las sociedades, como dije, van cambiando. Y ese Suprimida la
causa, desaparece el efecto que pasó a ser Quitada la causa, se
quita el pecado, ya en el siglo XX nos lo encontramos de nuevo
transformado; y lo que decimos es Quien evita la ocasión, evita el
peligro. No encuentro ejemplo más antiguo que una campaña de la DGT:
Si evitas la ocasión, evitas el peligro. En cualquier caso, lo
que no debemos obviar es que este no es un refrán específicamente español.
¿Cuáles son sus equivalentes en otras lenguas? En francés, L’occasion
fait le farron (La ocasión hace al ladrón); en alemán, Lieber die
Gefahr vermeiden, als Schmerz und Elend Leiden (Mejor evitar el peligro
que lamentar dolor y miseria); en inglés, Avoidance is the only remedy
(Evitar es el único remedio); y en italiano, Chi fugge l’occasione, fugge
il peccato (Quien huye de la ocasión, huye del pecado). ¿No parece que
todas estas formas remiten a los comentarios del Seniloquium? Sea
como sea, le pido a Zalabardo que preste atención a un detalle. Aquellas
naciones que estuvieron más cercanas a las tesis de la Reforma se inclinan
hacia la originalidad latina del refrán. España e Italia, en cambio, van más en
la línea moral de Trento.
Ánimo a todos,
que ya queda menos tiempo de confinamiento.
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