Creo que sí, que fue Berceo el primero en expresar de esa manera el deseo de sencillez en el lenguaje; ¿lo ha dicho después alguien con idéntica o semejante claridad? Quería —eso es lo que dijo— escribir en román paladino, porque así es como habla el pueblo con su vecino. Mucho es lo que ha llovido desde entonces y mucho lo que se ha dicho sobre la cuestión; en su deseo de acendramiento, de limpieza y depuración de la lengua poética, Juan Ramón Jiménez mostró, en 1918, su desacuerdo con la poesía que venía haciendo y que otros hacían. Renegó de una poesía que se había vestido de ropajes extraños y comenzó a odiarla; ¿sin darse cuenta? Eso decía, pero añadía: ¡qué iracundia de yel y sin sentido la de aquella reina fastuosa…! En ese mismo libro confesaba no saber con qué decirlo, ya que su palabra no estaba hecha. Y en un proceso intenso y extenso —¿se sabe de otro igual?— trabajó sin descanso hasta encontrar su esperanza acumulada en lengua, en nombre hablado y escrito, en el nombre conseguido de los nombres.
Antonio Machado, más modesto —rehuyendo ese
intenso yo juanramoniano—, hizo afirmar a Juan de Mairena que lo
clásico es emplear el sustantivo acompañado de adjetivo definidor, que no
necesita describir; por eso Homero, clásico de los clásicos, decía de
las naves tan solo que eran huecas. El barroco, sigue Mairena, al
exaltar la importancia del adjetivo, perturba el equilibrio clásico, con la
agravante de no añadir nada al sustantivo.
Y, en esas, surge el dilema de si es preferible el lenguaje culto al popular. Cada uno por su camino, Juan Ramón y Machado coinciden en valorar lo sencillo, en rechazar lo artificioso. Machado se define cuando alaba los versos de Lope de Vega que dicen: El cielo estaba más negro / que un portugués embozado.
Tal vez por esto, hay quien piensa que la metáfora es la
quintaesencia del barroquismo. Puede que sea así si pensamos en casos como el
de Miguel Hernández cuando llama al torero émulo imprudente del
lagarto o al toro flecha que a dispararse parte por el arco del
cuerno. Qué duda cabe de que el alicantino se muestra seguidor fiel de
Góngora en cuanto a complejidad. Pero eso no debe llevarnos a pensar que la
metáfora no se aviene con la lengua popular.
De eso nos habla el profesor Rafael Oroz en su
trabajo Uso metafórico de nombres de animales en el lenguaje familiar y
vulgar chileno, de 1932. En este momento, Zalabardo chasca los dedos y
grita alborozado: ¡Ya sabía yo que en cualquier momento tendría que aparecer
eso del año del buey! Y le digo que lleva razón, pues de animales —mejor de
metáforas animales— va el asunto. El pasado 12 de febrero se inició el año
nuevo chino, que, por si alguien no lo sabe, es el año del buey. Para los
chinos no cuenta el calendario gregoriano, sino el lunar, lo que explica que
comiencen a contar cada año en febrero y no siempre el mismo día. Pero es que
su zodiaco lo integran doce animales que dan nombre a cada uno de los años. El
buey, en su creencia, representa la lealtad y la confianza, así como la
prosperidad a través de la fortaleza y el trabajo.
Pues bien, el profesor Oroz dice que el lenguaje
culto se inclina más hacia una expresión analítica, lo que conduce a usar
comparaciones (Fulano es como un toro); en cambio, el lenguaje
coloquial prefiere una expresión más sintética (Fulano es un toro),
lo que claramente vemos que es una metáfora. La metáfora, en esencia, no es
sino utilizar una palabra en lugar de otra, que no aparece.
El trabajo del profesor Oroz no hace sino recoger los nombres de animales que en el lenguaje coloquial se aplican a personas para señalar una cualidad definitoria. Volvemos a lo que decía Machado aunque, en este caso, no hace falta ningún adjetivo, sino que es el propio nombre quien condensa toda la fuerza definitoria —el nombre conseguido de los nombres juanramoniano—.
¿Cuántos nombres de animales aplicamos metafóricamente, e
incluso hiperbólica, a personas con intención definidora? Más quizá de lo que
podríamos pensar en un primer instante. Unas veces, el matiz es peyorativo;
pero, otras muchas, es laudatorio y, en ocasiones, algunos pueden tener ambos
valores. Dar una lista completa sería casi el cuento de nunca acabar, le aclaro
a Zalabardo, por lo que me limitaré a ofrecer una lista suficiente: bestia,
asno o burro, ‘rudo, ignorante’; pavo,
‘soso, incauto’; borrego, ‘dócil, sin voluntad propia’; mono,
‘feo’ / ‘guapo’; zorro, ‘astuto’; gallo, ‘orgulloso,
peleón’; águila, ‘listo’; liebre, ‘rápido’, tiburón,
‘acaparador’, víbora, ‘mal intencionado’; cordero,
‘manso’; zángano, ‘holgazán’; león, ‘fuerte’; hormiga,
‘laborioso’; gallina, ‘cobarde’; loro, ‘hablador en
demasía’; caballo, ‘fuerte, trabajador’; ganso,
‘torpe’; elefante, ‘de gran memoria’; camaleón, 'tornadizo', etc., etc. Cualquiera será
capaz de cuadruplicar y más esta relación.
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