No estoy despidiéndome de nadie, le aclaro a Zalabardo; tan solo deseo que el pronombre personal usted no sufra demasiado en su tránsito hacia la sima en la que se pierden las palabras. Porque, a nadie se le escapa, a usted le va pisando los talones, y a qué velocidad, el aparentemente más campechano tú.
En su
artículo El obispo, el sumercé y Brigitte Bardot, incluido en Lo
uno y lo diverso, publicación del Instituto Cervantes, Daniel
Samper, colombiano y español de adopción, cuenta una anécdota que debería
hacernos pensar. Habiendo entrado en una tienda, lo atendió una señorita muy
amable que en todo momento lo tuteaba (Samper tiene ya 77
años) pese a que él siempre se dirigía a ella usando usted. Terminada
la compra, en tono distendido, solo por curiosidad, preguntó a la joven:
«¿Podría explicarme por qué me tutea?» Ella respondió: «Los
vendedores tenemos la obligación de tutear a los clientes para
generar un clima de confianza que favorezca las ventas». Él insistió: «O sea,
que si el señor obispo viene por aquí, usted lo tutea».
Respuesta: «Exactamente como tú dices. De otro modo, podría
perder mi puesto».
Hace veinte años, aclara Samper, era impensable que un vendedor tuteara a un cliente como hoy se hace. ¿Ha cambiado la lengua porque la colombiana se ha convertido en una sociedad más igualitaria? No, sigue siendo tan injusta y desigual como antes. Ha cambiado porque así lo determinan los gerentes de ventas. Y yo, le digo a Zalabardo, hago también mi reflexión: que quienes ocupan niveles preeminentes de la sociedad ―políticos y gobernantes, periodistas, radios, televisiones, jerarcas religiosos― nos están «robando» una lengua que pertenece al pueblo. Y así, cuando hablan de llevar a cabo cualquier tipo de mejora social, lo primero que hacen es modificar la estructura y el modo de funcionamiento de la lengua sin tener en cuenta que lo que hay es que cambiar la sociedad. Ya sabemos, aquello de «Hace falta que algo cambie para que todo siga igual». Por eso, lo que se necesita es que alcancemos mayores cotas de igualdad; si esto se consigue, la lengua cambiará sin que nadie tenga que forzar nada. Esta mañana he leído un artículo de Máriam Martínez-Bascuñán, en el que, a propósito de las divisiones del feminismo al celebrar el pasado 8M, dice: «Se nos hurta por la vía del lenguaje el debate que merecemos sobre los puntos débiles de una ley necesaria». Es decir, que se modifica la lengua sin actuar sobre la realidad.
Pero
vamos al tuteo. La Gramática de la Academia reconoce que
se va imponiendo el tuteo y que, si atendemos a la evolución de
las formas de tratamiento, comprenderemos mejor los cambios que la lengua va
experimentando a lo largo de los siglos. Evolución compleja, pero
esclarecedora. Como no quiero soltar un rollo erudito, me limitaré a unas
breves pinceladas. El latín disponía de dos únicas formas para el tratamiento: tu,
en singular y vos, en plural. El primero se utilizaba entre toda
clase de personas; hacia el siglo IV, vos cobró un sentido
reverencial, forma de respeto para dirigirse al emperador; aunque luego se
aplicara a otras autoridades.
En la
Edad Media, seguió empleándose tú entre las clases bajas. Era,
digámoslo así, la forma marcada del paradigma. En cambio, ya en el siglo XV, el
uso de vos se fue practicando entre los nobles y para dirigirse
respetuosamente a alguien. Para evitar ambigüedades sobre su uso singular o
plural, se le añadió otros, de donde nació vosotros.
En el XVI, hubo una pequeña revolución con la aparición de vuestra merced
o vuesa merced. Con ello, el sistema de las formas tratamiento
quedaba así: Para el singular, vuestra merced /vos
y tú; para el plural solo había dos formas: vuestras
mercedes / vosotros. Además, vos comenzó a
usarse entre iguales. Eso explica la existencia de vos en el
español de América para dirigirse a un igual. Y vuestra merced, a
causa de un desgaste fonético, se convirtió en usted.
En un
interesante artículo de Miguel Calderón, Las formas de tratamiento,
nos abre nuevas ventanas para analizar el proceso. Por lo pronto pide despojar
de su valor reverencial, respetuoso a usted, porque si alguien
quiere ser respetuoso, lo que debe hacer es utilizar la forma de tratamiento
esperable en cada situación. Es decir, que si admitimos que usted
supone deferencia y respeto, tú, el otro polo de este pronombre,
significaría ausencia de deferencia, falta de respeto, lo que no es así.
Por ese
motivo propone suprimir la separación entre formas de respeto y formas
familiares y crear tres nuevos grados de proximidad: Solidaridad
(cercanía mínima, sin confianza ni intimidad; Confianza (cercanía
media); e Intimidad (máxima proximidad). Y nos deja estas tres
ideas en defensa de tú: que, en el siglo XX, se ensanchó el
concepto de solidaridad hasta permitir el empleo de tú en todos
los casos; que en la actualidad, tú se valora como positivo
porque “reduce distancias”; y tres, que son precisamente los jóvenes y las
personas de mayor nivel cultural quienes emplean más el tuteo.
Y
termina diciendo sobre la extensión de los tratamientos que, si el hablante se
sale de lo convencional (es decir, de la convención o acuerdo social), la
distancia mayor o menor de lo esperado por el interlocutor puede interpretarse
de dos formas: una forma tú puede resultar irrespetuosa, por
exceso de confianza, y una forma usted puede parecer fría por
excesivamente distante.
Zalabardo sabe que yo soy un poco chapado a la antigua (estoy más cerca de los cien que de los cincuenta) y por eso creo que el respeto no se gana ni se manifiesta en el uso de una palabra u otra, sino en lo que la Gramática de la Academia llama tratamiento simétrico / tratamiento asimétrico; en el primero, los hablantes utilizan la misma forma (ya sea tú o usted); en el segundo, en cambio, un interlocutor utiliza la forma tú y el otro responde con usted. El hablante normal, no contaminado, sabe muy bien cuándo usar una forma u otra.
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