sábado, septiembre 07, 2024

ABDELGANI SIGUE SOÑANDO


Llega septiembre y vuelvo a hacerme la misma pregunta: ¿se ha quedado obsoleta esta Agenda? Zalabardo y yo nos sentamos y concluimos manteniendo nuestras charlas y reflexiones. Me dice mi amigo que, siguiendo el buen consejo de Berceo, «quitemos la corteza y en el meollo entremos». Porque ese es un gran vicio de nuestros días, enzarzarnos en superficialidades con abandono de lo esencial. Revisando durante el verano comentarios antiguos para evitar así insistir en temas ya tratados, nos llevamos algunas sorpresas nada agradables; por ejemplo, que en octubre de 2006, publicamos El sueño de Abdelgani, con la historia de un joven marroquí, inmigrante ilegal devuelto a su tierra, que declaraba estar dispuesto a repetir la aventura a la primera oportunidad.

            Después de casi veinte años, sigue teniendo fuerza el rechazo hacia los extranjeros. No a todos, claro. ¿Cuántos extranjeros potentados copan las más lujosas urbanizaciones de la costa malagueña? Se rechaza al desfavorecido que, huyendo de la guerra, el hambre o la opresión, busca una tierra que le proporcione una vida más digna. Este es el origen de la inmigración irregular. En el apunte que cito, le decía a Zalabardo: «Vivimos la paradoja de necesitar, y aprovecharnos, de los inmigrantes al tiempo que hacemos lo posible por rechazarlos». Es lo que hacen agricultores de Huelva, de Lérida, de Almería… Contratan ―mejor si no hay contrato― a inmigrantes que no pueden exigir derechos, para dejarlos a su suerte una vez completada la temporada.

            Se acentúa el egoísmo y el sentido de propiedad intransferible de este bienestar que tenemos y negamos la ayuda al necesitado, creando el infundio de que son un peligro. Cada vez somos más xenófobos. Contra esto, preguntado por la islamofobia y la emigración, Miquel Roca Junyent, uno de los ponentes de nuestra Constitución, respondía el pasado 22 de agosto: «Si quieren venir es porque aún somos una referencia de calidad de vida y de respeto. A ver si nos enteramos».

Lo peor de todo, le digo a Zalabardo, es que la historia de nuestro país parece diseñada por esa idea de rechazo. Se ha perseguido al musulmán, al judío, al gitano, al no católico, al negro, al homosexual, al comunista... En ocasiones, el rechazo se manifiesta de manera histérica y fanática, sin mostrar el menor atisbo de humanidad. ¿Qué es, si no, esa burrada de proponer enviar nuestra marina de guerra contra los cayucos? Ese rechazo, siempre, se apoya en argumentos burdos y mendaces. Porque mentira es decir que la inmigración genera inseguridad.

            De la mentira, los rumores malintencionados y el bulo, el xenófobo busca obtener beneficios. Decía Cicerón: «Como nada es más hermoso que conocer la verdad, nada es más vergonzoso que aprobar la mentira y tomarla por verdad». Y en una obra de Shakespeare dice el Rumor: «En mi lengua cabalgan continuas calumnias que pronuncio en todos los idiomas atascando los oídos de los hombres con informaciones falsas».

            ¿Qué ha cambiado hoy, después de casi veinte años? No la ideología, que parece incluso haberse robustecido. Han cambiado los instrumentos que refuerzan las mentiras: la efectividad de las redes sociales, y la ausencia de rubor para valerse de la calumnia. Pido a un amigo, Antonio López Gámiz, que me localice un texto de Cicerón contenido en un discurso en defensa de Gneo Plancio: «Nihil est tan volucre, quam maledictum; nihil facilius emittitur, nihil citius excipitur, nihil latius dissipatur». El propio Antonio López me da la traducción: «No hay nada que vuele más alto que la calumnia, nada se emite con más facilidad, nada se acepta más rápido, nada se difunde más». ¿A cuántos llegó este juicio de Cicerón dos mil años atrás? Atendamos al tuit difundido en una red social por un alcalde de un pueblo catalán con el lema «Tenemos que limpiar Badalona» sobre la imagen de un grupo de jóvenes marroquíes. ¿Qué se ha difundido con mayor rapidez, ha llegado más lejos, ha obtenido más receptores y ha causado más daño?

            Los partidos usan sus redes no para difundir sus proyectos, sino para atacar a sus contrarios. Lo decía Roca en la entrevista antes citada: «Con la polarización, lo importante no es ganar, sino hacer perder al contrario. Las redes facilitan la entrada de información interesada o sesgada, que se presenta con el mismo valor que la verdad objetiva». Y el especialista holandés sobre el tema, Hein de Haas, dice: «Si el político consigue que el inmigrante dé miedo, podrá aparecer ante el votante como salvador». La inmigración, proclaman, trae inseguridad y delincuencia, aunque sea mentira. ¿No genera más inseguridad y delincuencia que, tras el trágico suceso de Mocejón, un tal Alvise ―no sé cómo calificar a un tipo así― difunda ―con desvergüenza y sin ninguna clase de prueba― el infundio de que habían sido inmigrantes los autores?


            ¿Qué hacer en esta situación novedosa ―pues novedosa es― en que las redes se utilizan para fines indeseables, que alientan el odio a base de mentiras? Ni Zalabardo ni yo lo sabemos. La revolución cibernética nos ha pillado mayores y nos perdemos en el intrincado mundo de internet y de las redes. Internet, pensamos, puede ser una herramienta destinada a mejorar la comunicación y a suprimir las distancias entre las personas que, sin embargo, se va convirtiendo en motivo de discordia y en medio fácil para mentir e insultar desde la impunidad. Una periodista, Carmela Ríos, escribía hace pocos días en un artículo: «Sería más feliz sin tener que cruzarme cada día con esos extremistas cuyas publicaciones engañosas reciben tanto cariño y difusión por parte de los algoritmos que hacen funcionar dichas redes».

            ¿Qué se hace entonces? ―me pregunto yo, como se pregunta mi amigo―. La verdad es que no lo tengo claro. El Fiscal Coordinador contra delitos de odio pide que se tomen medidas para acabar con los bulos xenófobos; se piden medidas para acabar con el anonimato en las redes; se habla de exigir el DNI para abrir una cuenta…; en Brasil, han cerrado X. Tiemblo cuando oigo hablar de algo que suena a censura. Nos ha costado muchos años recobrar la libertad de expresión para ahora jugar con fuego. Y perdemos mucho tiempo mirando la corteza y olvidando el meollo.

Porque mientras los partidos usen la inmigración como arma política, mientras el empresario los quiera como mano de obra de usar y tirar, mientras los propios particulares vean a los inmigrantes como posibles empleados domésticos mal remunerados y sin contrato, mientras hasta la Iglesia desoiga su propia doctrina ―«¡Apartaos de mí, malditos […] porque fui forastero y no me acogisteis!», se lee en el Evangelio de Mateo― y ponga más afán en ocultar los casos de pederastia y violencia sexual en su seno, muchos Abdelgani tendrán que seguir soñando (si no muriendo en el mar), porque nadie pone los medios para solucionar su problema.

 


No hay comentarios: